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Cartas de cuévano
Columna
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Soy un fui…

Claudio Magris parece revelar la dificilísima sencillez con la que recibirá el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances

Soy un fué y un será, y un es cansado, son versos de Quevedo que venía salivando de madrugada cuando sorprendí a Claudio Magris fumándose un puro frente al hotel que se ha declarado libre de humo, frente a la FIL de Guadalajara. En mi pobre italiano y en su nítido itañol, el Maestro Magris conversa con sonrisas, habla en ideas y parece revelar la dificilísima sencillez con la que ha de recibir al amanecer el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, antiguamente llamado Juan Rulfo: soy un fui, que seré y un es cansado incansable, o en plural, somos lo que fuimos, todo lo que posiblemente seremos y no habrá descanso alguno en tanto se distinga claramente entre ser y siendo.

Al amanecer, Magris recibirá el premio al que honra con su obra y empezará su discurso improvisando en itañol un homenaje a Jorge Ibargüengoitia para luego sacar una caja de lápices acuareleables y pintar con palabras que todo aquel que escribe ecualiza una tensión entre los fragmentos y la totalidad, entre lo que se dice y lo que queda en silencio; todo aquel que escribe navega líneas en diferentes colores que se desvanecen como nubes sobre el papel y va tejiendo un orden en medio del desorden de sus ideas. Sus lectores ya sabíamos que Magris es un río, un Danubio que ha cumplido casi medio siglo de colaborar semana a semana en el Corriere de la Sera con eso que Juan Villoro llama literatura con prisa: crónicas y artículos, pequeños ensayos o comentarios al vuelo que escribe con la misma honesta dedicación y esmero con los que navega la gran literatura de sus libros con relatos largos, ensayos académicos, novelas, obras para teatro o cuentos cortos. Parece que confirma ser un escritor que prefiere estar siendo a simplemente ser el pretérito autor ya leído: preferible estar escribiendo que haber escrito, estar amando que amé y andando, que es gerundio.

Sus lectores ya sabíamos que Magris es un Danubio que ha cumplido casi medio siglo de colaborar semana a semana con eso que Juan Villoro llama literatura con prisa

Entre el cómo y el qué de las historias, hay escritores que prefieren respetar el delirio de escribir a ciegas, con diversos lápices de colores para cada parlamento y personaje, como dibujos imaginarios en una libreta que se va llenando con la misma parsimonia con la que se pasea sin destino fijo a diferencia de caminar con prisa. Algo de esa neblina parece rodear la sonrisa de Magris desde la víspera en que no revela del todo lo que leerá al amanecer y sin embargo, bastó después escucharlo hablar en colores para imaginar que por los muchos pasillos de los millones de libros que cada año ensanchan aún más el mar de esta FIl de Guadalajara deambulaban de pronto los fantasmas de Octavio Paz y Efraín Huerta, poetas centenarios cuyos versos se entrelazaban a la espera de nuevos lectores con los párrafos en cuento y novela de Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares, tan distintos y tan de la misma edad. Dicen entonces que en las juergas que se prolongaron con mariachis estaba siendo Dylan Thomas y otros tantos fantasmas de letras que año con año inauguran eternidad como son ahora siendo —que fueron siempre entrañables— José Emilio Pacheco, Federico Campbell, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, ellos también no dejan de ser prosa viva que parece pintarse en las palabras de Claudio Magris, cuando declara que se escribe por buscar un sentido a la vida, por exorcizar algún vacío, como distracción ante la imposibilidad misma de vivir o por miedo o por amor.

Declara que se escribe por buscar un sentido a la vida, como distracción ante la imposibilidad de vivir o por miedo o por amor

Ante la negra noche de la que parece amanecer México desde hace dos meses, muchos escritores hemos decidido iniciar nuestras intervenciones en la FIL de Guadalajara contando hasta 43, la cifra que en realidad suma miles de muertos y desaparecidos en este enrevesado otoño que parece primavera: contra quienes son soberbios, corruptos, mentirosos y asesinos, estamos siendo pensantes, propositivos y sí, pacíficamente provocadores, pues ante quien decide mantenerse dormido en un letargo imbécil de fantasías y mentiras habrá que despertarlo con gerundios: leyendo los libros que no ha leído, escribiendo las ideas que es incapaz de pensar y hablando en voz alta las propuestas que es incapaz de imaginar. Cuarenta y tres segundos para exigir justicia y para honrar la memoria de todo desaparecido, todo muerto y todo agredido en las negras páginas de un capítulo de nuestra memoria que preferimos dar por cerrado y pasar a las siguientes páginas, intactas, que están ya escribiendo nuestros hijos en las aulas, en las calles y en sus aspiraciones que no merecen represión absolutista ni la absurda imbecilidad de los pretextos.

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Claudio Magris dijo ante todos que se escribe para agredir o para defender a alguien, para deshacer un orden impuesto o establecer un nuevo orden; se escribe para luchar contra todo olvido o para salvar cosas, caras amadas e intentar frenar el óxido del olvido, la abrasión del tiempo y la inevitable presencia de la muerte. Allí, delante de todos –como quien pinta con lápices de colores—Magris habló de escribir como quien dobla un papel para convertirlo en Arca de Noé y así intentar salvar del naufragio todo aquello que amamos, todo gerundio que ejercemos, toda vida y cada vida que merecemos. Con palabras se forma el barquito de cada página que Magris y todo escritor sabe que tiende a hundirse y que no por ello dejaremos de escribir, pero si se hunde no será en el mar negro de la tinta, en raspaduras de lápiz negro que es en realidad ausencia de color, sino que se fundirá en la página blanca, que es unión de todos los colores, conjugación de todas las voluntades y tantas vidas posibles… como quien conversa en la madrugada con una sonrisa, mientras sus palabras se convierten en humo blanco sobre el negro terciopelo de la madrugada.

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