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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un cuento ruso

Putin pretende revisar el orden dibujado en 1991 con el fin de la URSS

Francisco G. Basterra

Érase una vez un enorme país, un imperio a caballo entre Europa y Asia, cuna de una revolución ideológica que marcó el siglo XX. Perdió la Guerra Fría y su rango de superpotencia. Sus antiguos adversarios se acercaron a sus fronteras instalándose, incluso militarmente, en su vecindad. Tras unos años de dudas y confusión interna sobre el rumbo a seguir, apareció un líder convencido de que la implosión del imperio fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Y se ofreció para recobrar el orgullo nacional perdido y romper el aislamiento al que se sentía sometido.

El país era muy rico en petróleo y gas que le proporcionaban ingresos sobrados para estimular el consumo y crear una ciudadanía agradecida. Controlaba el tubo por el que sus vecinos europeos recibían calor en invierno. Chocó con la Unión Europea, que cometió un error de cálculo, por un país que hacía de tampón fronterizo en los confines de Europa del Este con el antiguo imperio venido a menos; se anexionó un territorio que históricamente había sido suyo violando el principio de integridad de las fronteras. La comunidad internacional le impuso sanciones económicas.

Cuando parecía que el audaz político se saldría con la suya sin pagar prenda, hizo su aparición la llamada calamidad del petróleo, un fenómeno, cosa extraordinaria o sorprendente, que castiga a los países dependientes del oro negro, que frecuentemente se convierten en los más autoritarios, conflictivos y desarrollan problemas económicos. La petrodependencia agudiza los conflictos, concentra la economía alrededor del Estado, crea corrupción: Irán, Venezuela, Brasil, Guinea Ecuatorial. El precio del petróleo, su exportación más importante, se desploma hasta los 70 dólares por barril, llevando su economía a la recesión; su moneda pierde el 40% de su valor y sus empresas ven cortado su cordón umbilical con los mercados financieros.

Un cuento ruso con un gran protagonista, Vladímir Putin, el antiguo espía de la KGB, que pretende revisar el orden internacional dibujado en 1991 con el fin de la Unión Soviética. A mediados de los años 80 la caída del precio del petróleo precedió a la perestroika de Gorbachov. Si este relato no fuera un cuento, y por lo tanto ficción, podríamos entender mejor qué hay detrás de la fantasía de Putin que, de momento, mantiene un apoyo ciudadano del 70%.

Un sentimiento similar al experimentado por la Alemania derrotada tras la I Guerra Mundial, amputada de parte de su territorio, gravada por el Tratado de Versalles con una carga abusiva de reparaciones económicas, que alumbró la República de Weimar y la hiperinflación. Concluyó con la llegada democrática al poder de un iluminado, decidido a restablecer el respeto por Alemania tras la humillación sufrida, el incendio del nazismo y la segunda contienda mundial.

Putin alienta en Rusia ese relato de humillación no reparada, de estar rodeado por un enemigo que le contiene y busca su división, como ocurrió en la Yugoslavia de los años 90. "Para algunos países europeos el orgullo nacional es un lujo, pero para Rusia es una necesidad", afirma. ¿Cómo acaba el cuento? Este cuento no ha acabado.

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