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Los griegos rompen con la casta

La mayoría de la población desconfía de los políticos por la corrupción y la larga crisis

María Antonia Sánchez-Vallejo (enviada especial)
Pensionistas griegos cenan durante una vigilia de protesta.
Pensionistas griegos cenan durante una vigilia de protesta.LOUISA GOULIAMAKI (AFP)

Conversación cazada al vuelo en un hotel. Habla un técnico del Fondo Monetario Internacional (FMI) —le delata un marcado acento estadounidense—, presente en Atenas para revisar el programa de rescate, a un compatriota suyo de vacaciones. “Es increíble el nivel de los funcionarios que trabajan para nosotros; tienen un inglés excelente, y no sé cuántos másteres. He trabajado en países más pobres, y pensé que Grecia sería algo parecido por la endeblez institucional y el colapso de su sistema político, pero tiene unos recursos humanos muy notables”. Mientras el técnico se explaya, pasan por la calle a todo gas varias furgonetas policiales levantando olas de agua de lluvia; durante la madrugada unos desconocidos han atacado con Kaláshnikov la Embajada de Israel, y la seguridad es más notoria.

El colapsado sistema político al que hacía referencia el técnico aún tiene que superar en las próximas semanas una frenética carrera de obstáculos: elección de presidente; disolución de la Cámara si no se logra, comicios anticipados e hipotético Gobierno de coalición; vencimiento de la prórroga del rescate en febrero. Pero lo cierto es que el 51% de los griegos preferiría no acudir a las urnas ahora, frente al 45% que sí quiere votar, como apuntaba un sondeo en noviembre. Según el Eurobarómetro de junio, el 84% de los griegos confiesa no confiar en su Gobierno, y el 83%, en su Parlamento. Dos realidades paralelas: el desencuentro entre ciudadanía y sistema; el ejercicio del poder frente a una población airada. La solución del enigma bien puede ser un Parlamento inédito desde el restablecimiento de la democracia, en 1974, liderado por primera vez por la izquierda y con pequeños partidos nuevos, y del que queden fuera la tradicional y necrosada alternancia.

Kostas Lukos, que a sus 40 años podría ser uno de los “excelentes” de los que hablaba el estadounidense, tiene tres carreras, varios idiomas y una gran capacidad de síntesis: “El sistema político se ha hundido porque era un sistema clientelista, y el clientelismo, con la crisis, desapareció: ya no había dinero para repartir”. Este empleado que ocupa su tiempo libre como voluntario en una clínica del centro de Atenas, es de los que, si hay elecciones, votarán. “Hasta 2004 no voté nunca, pero desde entonces no he dejado de hacerlo. Y ahora con mayor motivo, sólo faltaría que con lo que nos están haciendo [la troika, formada por FMI, BCE y CE, y el Gobierno] me quedara en casa”.

El diagnóstico de Lukos sobre el colapso del sistema tradicional es una estocada al corazón de la batalla que estos días se libra en Grecia. Mientras políticos y medios se desgañitan hasta la extenuación, “miopes, a lo suyo, como si llevaran orejeras”, apunta Lukos, la ciudadanía les vuelve la espalda. Como los amigos de Lukos, “clase media asfixiada por la crisis, que apenas gana para pagar los impuestos y las deudas, y muy escéptica ante la posibilidad de que un cambio de aires [la probable victoria de la izquierdista Syriza] contribuya a mejorar grandemente sus vidas”.

Pero, al menos, concede, hay que otorgarle el beneficio de la duda. “Los dos grandes partidos [la conservadora Nueva Democracia y el socialista Pasok] tienen mucha responsabilidad en la crisis; el suyo ha sido un poder sin autocrítica alguna que no supo prever el azote de la crisis, y eso que existían señales, y que además permitió una corrupción mayúscula. Porque una cosa es el clientelismo y otra un flagrante delito”, dice, mientras por la ventana del despacho se cuelan de nuevo las sirenas policiales.

Al otro lado de Atenas, en un café de un coqueto museo, Eleni Panagiotarea, investigadora del centro de estudios Eliamep, quita hierro a la anunciada voladura del sistema político: “No volverá a ser el mismo, es cierto, porque durante 40 años hemos tenido Gobiernos de mayoría absoluta, y eso no volverá a suceder, pese al bono de 50 escaños que la ley otorga al partido más votado (una medida, precisamente, para favorecer la estabilidad). Se oye hablar mucho estos días de la necesidad de revisar la ley electoral, aunque creo que no se hará, sencillamente porque en este país no hay cultura de colaboración. Cambiar la ley supondría asumir, por todos, que para colaborar y pactar es necesario ceder”.

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En medio de una guerra de cláxones, sonidos de móviles y fintas de paraguas, el profesor de la Universidad de Panteio (Atenas) Dikeu Psikaku ríe cuando se le pregunta si cree muerto el sistema político tradicional. “¿Bromea? Esa es una pregunta retórica. La respuesta es obvia. La pregunta correcta sería si su implosión se debe a la crisis, o si es la crisis la que ha puesto de relieve que ya no funcionaba”, sentencia. Y de improviso, Psikaku pronuncia una palabra que en España suena mucho últimamente: “El sistema hasta ahora ha sido monopolio de una élite, una oligarquía o casta que controlaba partidos, medios y empresas. Pero las reglas del juego han cambiado”.

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