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Juncker reparte juego a izquierda y derecha

Bruselas combina inversión y una política fiscal más suave con reformas y apoyo al mercado único

Claudi Pérez
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el pasado mes de noviembre en Bruselas.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el pasado mes de noviembre en Bruselas.EFE

Un par de espectros recorren Europa: un estancamiento que puede durar más de una década, y una profunda insatisfacción que ha derivado en un euroescepticismo rampante, en avances de los extremismos y en potenciales crisis políticas en el continente, desde el centro —el lepenismo francés— a la periferia, con Grecia como eterno aspirante a la próxima sacudida. La Comisión Europea que preside Jean-Claude Juncker ha activado en apenas mes y medio un nuevo ciclo político con guiños a izquierda y derecha, y sobre todo con los primeros atisbos de un viraje en la gestión económica. Por primera vez todas las instituciones reman en la misma dirección: Juncker ha lanzado un plan de inversión; el Banco Central Europeo (BCE) está a punto de acordar un programa de compra de deuda; Berlín ha levantado el pie del pedal del freno de la austeridad, y Francia e Italia parecen decididas a hacer reformas. Surge así un nuevo consenso de Bruselas con señales en la dirección correcta, según una docena de fuentes consultadas, pero que corre el riesgo de recaer en la maldición europea: demasiado tarde, demasiado poco.

El desplome del petróleo es el ‘shock’ positivo que estaba esperando Europa

Juncker vuelve a poner en el mapa las políticas de demanda a través de una suerte de keynesianismo low cost: con 21.000 millones de dinero público para captar fondos privados hasta alcanzar la cifra mágica de 315.000 millones. Su Comisión, además, ha logrado que Berlín mire hacia otro lado en la aplicación de las reglas fiscales para dar tiempo a Italia y Francia con las reformas: la política fiscal ya no es esa austeridad a ultranza de los últimos tiempos. Junto a esos guiños a la izquierda, Bruselas sigue reclamando reformas y pone en lo más alto de su agenda propuestas para reforzar el mercado único —guiños al flanco derecho—, e incluso anunciará esta semana una propuesta para liquidar 80 normas europeas relativas a la politica agraria, al medio ambiente o a la Europa social que han quedado obsoletas o que no cuentan con el acuerdo de los países para salir adelante: más guiños, esta vez a Londres y a quienes piden que Bruselas deje de comer terreno a los Estados.

Si hay algo que caracteriza a Europa es la duda; los expertos consultados aplauden ese giro político, pero no pueden esconder cierto escepticismo. “Ninguna de las medidas económicas es lo suficientemente ambiciosa; de momento no puede esperarse gran cosa del plan de inversión, y ni siquiera se puede confiar en las compras del BCE si Alemania no apoya”, advierte el liberal Paul De Grauwe, de la London School of Economics, uno de los más duros críticos con la gestión de la crisis europea y a la vez uno de los economistas que más da en el clavo.

Tarde, poco y mal una vez más y, sin embargo, Juncker tiene suerte: el desplome de los precios del petróleo es el shock externo que estaba esperando la zona euro. Es el estímulo de demanda que necesitaba: dos puntos de PIB adicionales en poder de compra. “Las autoridades europeas siguen confiando en que la economía se arregle por sí misma. Hay una docena de asuntos que pueden hacer descarrilar todo esto, pero el petróleo es el estímulo que la eurozona necesitaba y quizá, solo quizá, se estén dando pasos en la dirección correcta”, explica a EL PAÍS Anthony Giddens, ideólogo de la tercera vía y de visita en Bruselas en un acto organizado por Friends of Europe y el Instituto Berggruen. “La fractura Norte-Sur es demasiado seria, y la situación de algunos países es tan desesperada que no es de extrañar que el propio Juncker defina su Comisión como la de la última oportunidad”, abunda Marcel Fratscher, del think tank DIW.

Los expertos piden más ambición al BCE y al brazo ejecutivo de la UE
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El nuevo consenso consiste en combinar —en pequeñas dosis— políticas de demanda y políticas de oferta; estímulos y reformas; Keynes y Hayek, si eso no fuera tan grandilocuente. Algo está cambiando en Europa cuando por primera vez Bruselas, Fráncfort y Berlín hablan de inversión y no solo de recortes. Y cuando incluso se empiezan a poner en duda las sacrosantas reglas fiscales: el ex primer ministro italiano Mario Monti ha lanzado una ambiciosa propuesta para cambiar un conjunto de normas “que de alguna manera se han quedado obsoletas y son irracionales, porque se crearon para otro mundo, con otra situación económica”, explica a este diario. “El plan de inversiones va en la línea correcta, pero hay que modificar la normativa fiscal para que en Bruselas no se penalice la inversión productiva. Ahora las reglas se pueden aplicar con flexibilidad, pero dependiendo de la voluntad de Bruselas; eso debe cambiar. Hay que dejar una Europa decente a las próximas generaciones”, remata. “Esos cambios requerirían reabrir los tratados, y a nadie le apetece ese debate ahora”, le contradice Benoit Coeuré, consejero ejecutivo del BCE, que aun así hace un llamamiento “a hacer todo lo necesario para sacar a Europa de la trampa del 1%: crecimiento del 1% e inflación del 1%”.

Coeuré es un optimista: de momento, la trampa es más bien del 0%. La eurozona está estancada y la inflación se encamina hacia la zona cero a toda velocidad. Por ello, Adam Posen, del Peterson Institute, asegura en un imprescindible trabajo publicado esta semana que Europa ya no puede permitirse el lujo de equivocarse otra vez: “La eurozona necesita crecer y reformarse a la vez. No puede seguir tratando los riesgos sobre la estabilidad financiera en el Norte como si fueran más importantes que los riesgos sobre la estabilidad social en el Sur. La política alemana de las reformas y la austeridad ha sido desastrosa: el enfoque obsesionado con la devaluación interna no ha funcionado. Los planes de inversión de la Comisión y el activismo del BCE son insuficientes: hace falta más”.

Giddens: “Hay una docena de asuntos que pueden hacer descarrilar todo esto”

Los expertos europeos apuntan en la misma diana. Charles Wyplosz, del Graduate Institute, afirma que el nuevo ciclo político “puede haber cambiado la dinámica anterior, de un paso adelante y dos atrás, por dos pasos adelante y uno atrás. El problema es que Europa sigue en estado de negación, sin reconocer que los problemas son más serios de lo que parece”. Guntram Wolf, de Bruegel, añade que la política económica ha virado, pero no lo suficiente: “Esta vez hay algo de estímulo y algo de reformas, pero en general sigue siendo poco”. “El partido ha cambiado algo, pero no en lo fundamental: los problemas europeos son demasiado profundos para pensar en una salida milagrosa de la crisis”, dice Daniel Gros, del laboratorio de ideas CEPS.

Barry Eichengreen, historiador económico estadounidense, traza un paralelismo entre la Europa actual y los años siguientes al crash de 1929 para reclamar “medidas de choque”. “Cuando una economía se mete en una trampa deflacionista necesita medidas de impacto, y lo que han puesto sobre la mesa el BCE y la Comisión no lo son, aunque estén bien encaminadas”. Joschka Fischer, exvicecanciller alemán, reclama también más ambición: “Las crisis más graves suelen llevar asociadas desconfianza, nacionalismo, racismo, violencia, reacciones contra los inmigrantes... Eso es lo que ha destrozado a Europa en el pasado. Y eso es lo que está a punto de volver”, cierra.

Grecia y una agenda muy cargada para 2015

El curso político y económico 2015, esencial para ver si la interminable crisis europea empieza a encontrar la casilla de salida, empieza este año unos días antes: con las elecciones presidenciales en Grecia, potencialmente capaces de poner en marcha un dominó plagado de incertidumbres. Pero los riesgos relacionados con Europa son variados como los colores de una verdulería, y van desde los puramente económicos a los sociales y políticos, ante la duración y profundidad de la crisis. Estos son los retos más importantes:

» La odisea griega. Inicio y estación de paso en cada una de las sacudidas de la crisis del euro, el Gobierno griego se la juega en los últimos días del año con la elección presidencial: si el conservador Andonis Samarás no encuentra apoyos suficientes se vería abocado a convocar elecciones generales, y todas las encuestas dan a la izquierda de Syriza como ganadora. El partido de Alexis Tsipras pretende renegociar las condiciones del rescate europeo, y ni siquiera descarta una reestructuración de la deuda pública, que podría devolver a Europa a la peor de las pesadillas. El historiador económico estadounidense Barry Eichengreen apunta que los verdaderos males de Europa son otros: "La deflación es una amenaza mucho más grave que Syriza". Pero Grecia, con el paro aún en cotas himalayescas y un retroceso del PIB del 25% en lo que va de crisis, dará mucho que hablar.

» Inflación y BCE. Los índices de precios están ya en el 0,3% y el desplome del petróleo puede llevar la inflación de la eurozona a terreno negativo en los primeros meses de 2015. El Banco Central Europeo (BCE) ha fracasado una y otra vez con las medidas extraordinarias emprendidas para detener esa caída. Su jefe, Mario Draghi, se prepara para apretar el botón nuclear a comienzos de año: las compras de deuda pública a gran escala, a la manera de Estados Unidos. Draghi cuenta con mayoría en el consejo, pero se enfrenta a la férrea oposición de Alemania, que podría obligar a lanzar un programa más tímido de lo que necesita Europa. El devenir de la economía europea depende de ese movimiento, pero nada es fácil en Fráncfort: antes de eso, a mediados de enero, el tribunal europeo debe decidir sobre una denuncia alemana respecto a un programa de compras de bonos anterior.

» Francia e Italia. La marea ha alcanzado ya las playas de dos de las mayores economías del euro, que se enfrentan a un panorama complicado: en medio de una pinza entre Bruselas y Berlín, que obligan a hacer reformas, y la ciudadanía, que se resiste a medidas que son más recortes que otra cosa. La Comisión ha dado recientemente algo de aire a París y Roma, que tienen de plazo hasta marzo para acometer esas medidas. Italia lleva década y media prácticamente bloqueada, hasta el punto de que los movimientos antieuro son cada vez más potentes. Francia se enfrenta a un largo estancamiento con un Gobierno debilitado y una agenda de reformas que, como en el caso de Italia, pueden toparse con resistencias en la calle.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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