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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Historia y retórica latinoamericana

La redefinición de las relaciones con Cuba obliga a reflexionar sobre el futuro de la palabra como instrumento de acción política

La historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina también ha sido una historia de palabras. Una amistad esquiva, siempre estuvo puntuada por la retórica. A veces inflamada hasta convertirse en verdadera pirotecnia verbal, es el estilo cubano —el de Fidel Castro— que ha hecho escuela. El nacionalismo exacerbado, el antiimperialismo rebelde y una buena cuota de maniqueísmo, el estilo ha tenido seguidores en otras latitudes de la región y no solo en la izquierda.

La redefinición de las relaciones con Cuba obliga a reflexionar sobre el futuro de la palabra como instrumento de acción política, un instrumento tan esencial en el estilo latinoamericano como incómodo para el estadounidense. Si hoy se inicia un nuevo ciclo histórico, vale la pena entonces hacer una suerte de “breve historia de la retórica latinoamericana”.

Después de la revolución y en el pico de la Guerra Fría, cuando además Cuba exportaba su revolución, el tono era de intensa confrontación. La política de derechos humanos de Carter en los setenta le bajó los decibelios, especialmente por confundir a la izquierda. Inesperadamente, el imperialismo yankee se enfrentaba a los torturadores del Cono Sur. El anticomunismo de Reagan en los ochenta, sobre todo por el apoyo a los contras nicaragüenses, volvió a exacerbar la retórica latinoamericana. Y bajó el tono en los noventa con el fin de la Guerra Fría.

Chávez se constituyó en el mejor discípulo de ese estilo. Adoptó la estrategia fidelista de los discursos interminables, tanto en la televisión oficial venezolana como en el estrado de la Asamblea General de Naciones Unidas. Aún hoy, cualquier diplomático estadounidense se irrita por la sola referencia a aquella metáfora del diablo y el azufre.

Correa y Fernández de Kirchner también sucumbieron ante la tentación del micrófono, y si con ello se podía fustigar al imperio, ya sea en la figura de los monopolios informativos o de las aves rapaces, mejor aún. Es que una premisa generalizada en la región, y no solo entre los más izquierdistas ni los más populistas, fue que oponerse a Estados Unidos generaba votos. Y a veces estaban en lo cierto.

Eso tal vez haya concluido con el anuncio simultáneo de Obama y Raúl Castro. La historia empieza de nuevo, por cierto, si un Castro dice en televisión que la decisión de un presidente de Estados Unidos merece el respeto y reconocimiento del pueblo cubano. Más de uno se habrá pellizcado frente a la pantalla para asegurarse de estar despierto. Tamaña tarea ahora para aquellos a quienes les alcanzó con un discurso negativo —sobre otros y sobre el pasado— pero que fueron incapaces de ofrecer una retórica creíble sobre ellos mismos.

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Esto importa y en gran forma. Es que no hay política sin una historia que contar, es decir, sin una narrativa que organice el presente y vislumbre el futuro. La narrativa antiamericana tal vez haya llegado a su fin. Para América Latina toda, entre los muchos interrogantes y desafíos de este nuevo capítulo está también el encontrar una nueva historia para contar, una nueva utopía.

Twitter: @hectorschamis

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