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“¡Han invadido! Tengo el trípode”

Hace 25 años, tropas de EE UU mataron al fotógrafo Juantxu Rodríguez en un hotel de Panamá

Juantxu Rodríguez en Santander en 1983.
Juantxu Rodríguez en Santander en 1983.Pablo Hojas

“El hotel, como todos, había sido tomado por las tropas de EE UU. Aquella veintena de marines estaba al borde de la histeria. No había un soldado panameño en los alrededores, solo periodistas indefensos. Juantxu salió corriendo hacia el hotel disparando fotos, los demás nos refugiamos debajo de los coches. Juantxu no volvió”. Así arrancaba la crónica de Maruja Torres del 22 de diciembre de 1989, publicada en este diario, en la que informaba de la muerte a tiros del colaborador de El País en una zona de Panamá controlada por soldados estadounidenses, dos días después del inicio de la invasión que derrocó al general Manuel Antonio Noriega. Han pasado 25 años y muchos recuerdan aún a aquel fotógrafo “perseverante” y “simpatiquísimo”, cuya muerte ha quedado impune.

A la media decena de periodistas entre los que se encontraba Juantxu Rodríguez los “ametrallaron durante cinco minutos”, entre las ocho y las nueve de la mañana, a las puertas del hotel Marriott, según el relato de Torres,que burló las balas guarecida en los bajos de un coche. “Los estadounidenses habían invadido el Marriott. Fue un fuego cruzado entre ellos. Las tropas de EE UU se confundieron y mataron a 18 marines. Vi cómo Juantxu se adelantaba. Quería tener la foto. La tanqueta se giró hacia nosotros y empezaron a disparar”.

Con ellos estaba también Malcom Linton, fotógrafo británico que trabajaba para Reuters, que ofrece un relato muy similar. “La columna de blindados se iba acercando, cuando de repente, dispararon los americanos que habían tomado el hotel. Los blindados pensaron entonces que había panameños dentro y comenzó un fuego amigo cruzado”, recuerda ahora Linton, al que una bala le horadó la pierna derecha aquel día.

Dos días antes del ataque al hotel, habían comenzado los bombardeos de EE UU. “Juantxu usó la puerta que comunicaba nuestras habitaciones para entrar en la mía y con su audaz sonrisa de joven reportero gráfico sin miedo, exclamó: '¡Han invadido!¡Tengo montado el trípode!'”, recordó Torres en un artículo titulado La última foto de Juantxu Rodríguez. Murió con 32 años, con el ojo izquierdo atravesado por una bala y abrazado a su cámara.

Javier Rodríguez, hermano pequeño del fotógrafo explica que el caso se cerró enseguida. La familia consultó a un abogado, que a su vez hizo pesquisas con colegas estadounidenses. “Nos dijeron que la legislación americana protege al máximo a los soldados fuera de sus fronteras; que no teníamos nada que hacer”. La única vía realista, les explicaron, era acudir a la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya. “Económicamente no podíamos hacer frente a un proceso tan largo y decidimos abandonar la causa”, explica Rodríguez. La familia asegura que no recibió compensación de ningún tipo. Indica además, que todos los testimonios que recopilaron antes de dar por cerrado el caso coincidien en que las únicas tropas que había allí eran de EE UU.

Económicamente no podíamos hacer frente a un proceso tan largo y decidimos abandonar la causa”, explica su hermano
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Juantxu Rodríguez logró entrar en Panamá después de haber sido deportado dos veces. La tercera lo consiguió. Llevaba semanas en la zona, donde trabajaba junto a Torres en un reportaje para El País sobre los jesuitas. La perseverancia y la entrega a la profesión es precisamente una de las características que destacan sus colegas.

Pablo Hojas, fotógrafo y amigo suyo de los tiempos en los que Rodríguez fotografiaba a personalidades asistentes a los cursos de verano de la Menéndez Pelayo en Santander, recuerda que al principio, el joven reportero al que llamaban “Maradona” por un cierto parecido físico con el futbolista, dormía en el camping de Santander a falta de una base mejor desde la que desarrollar su trabajo. Poco a poco se fue haciendo un nombre y acabó empelado por el gabinete de prensa de la Universidad. “Un día me dijo que estaba supercontento, que le habían llamado de El País para trabajar".

Se deshace también en alabanzas el fotógrafo Carlos de Andrés, compañero de piso de Rodríguez en los años de Madrid y gran amigo. Dice que con los años ha ido comprendiendo el potencial de aquel muchacho con caracoles en el pelo “que se bebía la vida”. “Aprendía muy rápido. Cuando murió, empezaba a ser un fotógrafo muy potente. He tardado años en entenderlo”, estima De Andrés. “En muy poco tiempo, rompió muchos esquemas. Era un monstruo”, concluye.

El caso de Rodríguez guarda ciertas similitudes con el del cámara de Telecinco José Couso, muerto en Irak, por disparos del Ejército de EE UU en 2003. Tampoco en esta ocasión la familia ha conseguido que se haga justicia.

 

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