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Tribuna
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Serpientes en el jardín

La puesta de los huevos terroristas se remonta al menos a la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán

Lluís Bassets

Esos reptiles venenosos llevan años criándose en ese jardín. Hay que remontarse muy lejos para recordar quién y cuándo se pusieron los huevos. Puede que en la misma fundación del país.

En todo caso, esos ofidios son hijos y nietos de una rivalidad fundacional con India, país con el que Pakistán ha librado cuatro guerras; y de una gran operación estratégica, como fue la gran alianza anticomunista que sirvió para empantanar a la Unión Soviética en Afganistán y contribuir a su hundimiento. La dictadura militar del general Zia-ul-Haq aportó el territorio, el reclutamiento y la organización de sus servicios secretos, los famosos y temidos Inter Service Intelligence, que la serie Homeland han lanzado a la fama televisiva. Arabia Saudita aportó ayuda militar y medios financieros. Estados Unidos, la dirección.

La monarquía guardiana de los lugares sagrados del islam y el Pakistán salido de la escisión del Raj británico, como una suerte de Israel islámico, sostienen una alianza que va más allá de la estrategia: juntos tienen los símbolos religiosos y el petróleo sauditas y la población y la bomba nuclear islámica y paquistaní. Si la vecina India tiene escuelas técnicas que ofrecen a sus clases medias la formación de ingenieros, Pakistán les ofrece, gracias a la financiación saudí, los millares de madrasas fundamentalistas donde los hijos de clase media se convertirán en predicadores e incluso en combatientes de la fe llamados al servicio militar en las filas de Al Qaeda o del Estado Islámico en Afganistán, en Siria o en Libia.

No cuentan solo los agentes externos. Todos los partidos en una u otra medida han contribuido a la islamización que está detrás de la violencia religiosa. La mayor contribución la hizo el dictador Zia, que recuperó la sharía más ortodoxa en cuestión de penas corporales. Pero todos han hecho su aportación, apremiados por el populismo electoral. Junto a la discriminación de los no musulmanes y de las mujeres, la persecución privada de la blasfemia y la promoción de las madrasas, fue creciendo el poder de los servicios secretos y su doble juego con la violencia terrorista, dirigida sobre todo a la Cachemira disputada con India o incluso a territorio indio, como fueron los ataques terroristas a la zona turística de Bombay hace seis años, donde hubo 164 víctimas mortales. La no reconocida protección a Bin Laden prueba también esta doblez estratégica.

El terror llega ahora a los escolares. Las mujeres y los niños, los más débiles e inocentes, están en el punto de mira, como hace Boko Haram en Nigeria. Pakistán se ha convertido en una semana, desde el asalto a la escuela de Peshawar, en una olla a presión. La pena de muerte se ha reinstaurado tras seis años de tregua. Las ejecuciones ya han empezado, con 8.000 reos en capilla. El ejército se ha lanzado contra los talibanes en las regiones fronterizas. Estos amenazan con nuevos ataques. Los niños de clase media paquistaníes, que son los que van a la escuela y han visto las imágenes televisivas, están aterrorizados.

Hillary Clinton sintetizó el problema hace tres años en un viaje oficial a Pakistán como secretaria de Estado: “No puedes tener serpientes en el jardín y esperar que solo muerdan a tu vecino”.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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