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El Asad se afianza en Siria beneficiado por el auge yihadista

Rusia propone reunir al régimen y los rebeldes a fin de mes

Natalia Sancha
Rebeldes del Frente Islámico preparan el lanzamiento de un artefacto, cerca de un aeropuerto de Alepo.
Rebeldes del Frente Islámico preparan el lanzamiento de un artefacto, cerca de un aeropuerto de Alepo.HOSAM KATAN (REUTERS)

Siria entra en 2015 más fragmentada que nunca, pero Bachar el Asad lo hace a la cabeza de un régimen que perdura tras cuatro años de guerra civil, más de 200.000 muertos y el 50% de la población desplazada o refugiada en países vecinos. Ni las revueltas ciudadanas, los tambores de guerra de Obama, la oposición siria dentro o fuera del país, o el avance de los yihadistas del Estado Islámico (EI) y del Frente Al Nusra (filial local de Al Qaeda) han logrado tumbar al férreo régimen alauí. Tras 14 años en la presidencia, El Asad se presenta reforzado políticamente y reconfortado en su inamovible discurso de los terroristas o yo.

Ninguno de los actores regionales —Arabia Saudí, Líbano, Qatar, Jordania, Turquía o incluso Israel— aboga hoy por la caída del régimen. Ninguno ha logrado tampoco provocar un cambio decisivo. “Siria entra en una guerra de desgaste donde ningún actor interno es suficientemente fuerte para ganar. Se anticipa una guerra perpetua. El régimen de El Asad cuenta con un núcleo reducido y brutal que no va a dejar que nadie, ni Rusia ni EE UU, imponga un líder alternativo. Su mayor baza es la del discurso sectario para mantener la unidad de su Gobierno. Los militares y alauíes saben que de dividirse, la oposición suní se unirá para reemplazarles. Tenemos por delante una década de inestabilidad”, pronostica Joshua Landis, director del Centro de Estudios sobre Oriente Próximo de la Universidad de Oklahoma, en una entrevista telefónica.

En el plano político, el año comienza con dos nuevas propuestas internacionales. El enviado especial de la ONU para Siria, Staffan de Mistura, propone un cese de hostilidades. Alepo sería la ciudad pionera para iniciar el diálogo, reducir la violencia y abrir camino a las tareas humanitarias. El régimen se ha mostrado receptivo ante una iniciativa que se alinea con los objetivos de sus tropas. “Llevamos meses estancados en varios frentes en las urbes sirias. Negociar una rendición de los rebeldes es lo mejor para nosotros. Nos mantenemos básicamente a la espera de una decisión política”, aseguraba un general sirio en Damasco el pasado noviembre.

Rusia tomaba el relevo esta semana proponiendo un encuentro a finales de enero entre representantes del régimen y de la oposición con vistas a una futura conferencia. Hasta ahora tan solo el régimen y la oposición interna han dado su visto bueno. “No podemos responder a algo que está colgando en el aire. ¿Cuál es el objetivo?, ¿quién irá?”, daba por respuesta a la prensa Hadi Bahra, líder de la Coalición Nacional Sirio, principal organización de la oposición al régimen.

Divididos, ningún grupo contrario al régimen ha logrado la tan ansiada legitimidad ante el pueblo sirio. “No existe una alternativa política creíble. Todos han fracasado a la hora de dar garantías a los actores clave como los alauíes o el Ejército”, dice Yezid Sayiqh, investigador del Centro de estudios Carnegie.

Ante la parálisis política, es en el flanco militar donde se producen mayores cambios. Los aviones de combate sirios y de la coalición liderada por EE UU vuelan en paralelo bombardeando al enemigo común. El Departamento de Defensa estadounidense cifra en 820 millones de euros el gasto de las operaciones en Irak y Siria desde su lanzamiento en septiembre. Han muerto un millar de los alrededor de 35.000 yihadistas.

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Apoyados en el frente contra el EI, las tropas sirias reiniciaban esta semana una ofensiva aérea contra bastiones rebeldes. Con efectivos limitados en un Ejército mermado por las deserciones y las pérdidas, el régimen ha logrado en los últimos años controlar las grandes urbes y las arterias que las conectan entre sí para proteger a la par que legitimarse ante sus leales. Su estrategia: mantenerse hasta que llegue una solución política.

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