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La mayoría republicana del Congreso de EE UU promete moderación

Los desacuerdos persistentes con el demócrata Obama dificultan el entendimiento

Marc Bassets
Mitch McConnell, el nuevo líder de la mayoría republicana en el Senado.
Mitch McConnell, el nuevo líder de la mayoría republicana en el Senado.J. S. Applewhite (AP)

El Partido Republicano asumirá este martes el control del Congreso de Estados Unidos con el propósito de gobernar con responsabilidad y abandonar la táctica del bloqueo sistemático. Pero los desacuerdos persistentes con el presidente Barack Obama y la minoría del Partido Demócrata, así como la presencia en las filas republicanas de una facción más conservadora y reacia a cualquier concesión, dificultarán el entendimiento.

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La incógnita, cuando se constituya el Congreso, es si, al controlar el Senado y la Cámara de Representantes, los republicanos se verán forzados a convertirse en un partido más pragmático: ya no podrán echar las culpas a los demócratas de la parálisis legislativa. La alternativa es que el aumento del poder, en vez de propiciar el consenso, incite al Partido Republicano a endurecer sus posiciones ante Obama y el bloqueo de los últimos años se agrave.

Por primera vez desde 2006, los republicanos serán mayoría en ambas cámaras. Ya controlan la Cámara de Representantes desde 2011. En las elecciones legislativas del pasado noviembre, en las que los norteamericanos eligieron el 114º Congreso, ampliaron la mayoría en esta Cámara y lograron la del Senado.

No asustar: este es el objetivo del nuevo líder republicano en el Senado, el veterano senador por Kentucky Mitch McConnell, un político del establishment del partido cuyas ambiciones se ven colmadas con su nuevo cargo. “Quiero que los norteamericanos se sientan cómodos con que una Cámara de Representantes y un Senado republicanos son una mayoría de gobierno responsable, de centroderecha”, dijo a The Washington Post.

Las últimas legislaturas —la de 2011 a 2013 y las de 2013 a 2015— han sido las menos productivas del Congreso, en leyes aprobadas, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
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En EE UU la división de poderes consagrada en la Constitución permite al Congreso gobernar casi en pie de igualdad con el presidente. La excepción es la política exterior.

Las promesas de McConnell chocan con el escepticismo de demócratas y algunos observadores neutrales. El propio programa de McConnell y el portavoz de la Cámara de Representantes, John Boehner, obligan a la cautela. Entre sus prioridades figura dejar sin fondos a la Administración federal para regularizar a hasta cinco millones de inmigrantes sin papeles y revocar la reforma sanitaria, dos de los logros de Obama desde que en 2009 llegó a la Casa Blanca.

“La estrategia republicana desde 2009 ha consistido en la obstrucción y ahora que controlan ambas cámaras creo que seguirán con el mismo esquema. La diferencia es que disponen de más palancas”, dice Julian Zelizer, historiador de la Universidad de Princeton y autor de The fierce urgency of now (La feroz urgencia del ahora), un libro recién publicado sobre la relación del presidente Lyndon B. Johnson con el Congreso en los años sesenta, una de las más productivas de la historia.

Las últimas legislaturas —la de 2011 a 2013 y las de 2013 a 2015— han sido las menos productivas del Congreso, en leyes aprobadas, desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

“Lo que veremos”, dice Zelizer, “es una aceleración de esta tendencia, más que un cambio real”. El historiador apunta a que los congresistas adscritos al Tea Party, el movimiento populista que en los primeros años de la presidencia encabezó la oposición a Obama, no tienen interés alguno en propiciar acuerdos. La tendencia a la indisciplina de este grupo —algunos congresistas intentarán abortar la reelección de Boehner como speaker— amenaza cualquier distensión. Incluso legisladores más moderados rehúyen el acuerdo con los demócratas porque temen que, si se muestran conciliadores, el Tea Party patrocine a candidatos más conservadores que impidan su reelección.

McConnell sostiene que las elecciones presidenciales de 2016, en las que se elegirá al sucesor de Obama, son un incentivo para la moderación. “No quiero que los americanos crean que si añaden un presidente republicano a un Congreso republicano, el resultado asuste”, dice al Post.

Aparecer, como ocurre desde 2009, como el partido del no, es un mal reclamo electoral. La oposición frontal a Obama —la imagen de los republicanos de que es el responsable de la parálisis— puede ser letal para apelar al electorado diverso que decide las presidenciales. Pero resulta óptimo para ganar las elecciones legislativas, que se deciden en distritos o estados más homogéneos y en las que la movilización de los votantes más ideologizados es clave. “Para muchos legisladores”, dice Zelizer, “la presidencia no es el objetivo. Su objetivo es el control del Capitolio”.

El poder de veto de la Casa Blanca

M. BASSETS

El Partido Republicano controlará a partir del martes el Senado y la Cámara de Representantes. Hacía ocho años que no disponía de tanto poder en Washington. Pero hacerlo efectivo, traducir este poder en leyes, será tanto o más difícil de lo que lo ha sido para el Partido Demócrata cuando tenía la mayoría en estas Cámaras.

Los republicanos topan con un primer obstáculo en el Senado. Su mayoría es escueta: 54 de 100 escaños, por debajo de los 60 necesarios para lograr la mayoría cualificada que les permita superar la minoría de bloqueo demócrata.

Y, aunque un proyecto de ley superase el umbral de los 60 votos —con la ayuda de senadores demócratas— y lograse que la Cámara de Representantes refrendase la ley, se enfrentaría a un segundo obstáculo: el posible veto del presidente Barack Obama.

La Constitución concede al presidente el derecho de vetar las leyes del Congreso. El Congreso sólo puede esquivar el veto presidencial con una mayoría de dos tercios en ambas cámaras. Un umbral aún más difícil de alcanzar. Obama se ha declarado dispuesto a recurrir a ese poder en la legislatura que empieza este martes.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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