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“Ten cuidado, ellos están aquí”

Los habitantes de la población al norte de París donde se ocultaron los terroristas se ven engullidos por la violencia

Foto: reuters_live | Vídeo: Reuters-LIVE!
Guillermo Altares

Los habitantes de Dammartin-en-Goële se vieron engullidos este viernes por la oleada de violencia terrorista que se ha abatido sobre Francia cuando los dos presuntos autores de la matanza contra la revista Charlie Hebdo se atrincheraron en un polígono industrial de esta tranquila localidad, que vive a la sombra del principal aeropuerto de París. Todo empezó a las cinco y media de la mañana, cuando estalló un tiroteo, y acabó 10 horas más tarde, con el asalto policial en el que murieron los hermanos Chérif y Said Kouachi.

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A Serge Sitruk, que vive muy cerca de donde se produjo el secuestro, le despertaron los disparos y comprendió inmediatamente lo que estaba pasando. “Ten cuidado, están aquí”, le dijo su mujer. La radio les confirmó sus temores: los dos terroristas buscados por la matanza de París, a los que la policía rastreaba en una enorme operación policial en una región situada 40 kilómetros al norte de la capital francesa, habían llegado hasta allí y se habían atrincherado en una imprenta con un rehén. Comenzaron a escuchar sirenas, helicópteros, vehículos que se movían a toda velocidad. La policía no tardó en llamar a su puerta y pedirles, como al resto de los vecinos de este pueblo de 8.000 habitantes, que se quedasen en casa.

Sitruk sólo salió a la calle unas horas más tarde para pasear rápidamente a su perro. Dammartin se encontraba literalmente tomada por las fuerzas de seguridad: las tiendas cerradas, las calles desiertas por las que apenas se aventuraba algún vecino, los niños obligados a quedarse en las escuelas hasta ser evacuados por la policía. Esta localidad, situada unos 45 kilómetros al norte de París y cuyos habitantes trabajan en su mayoría en el aeropuerto Charles de Gaulle-Roissy, se había convertido en un símbolo de lo que ocurre en Francia: el temor y el desconcierto de muchos ciudadanos ante una situación que pensaban que nunca podría tocarles.

“¿Cómo iba a creer que algo así podía ocurrir aquí?”, asegura Katia Senecal, que lleva 36 años afincada en Dammartin. Está fumando en la ventana de su casa, situada en la calle principal del pueblo, esperando a que su hija de once años vuelva del colegio. “No estaré tranquila hasta que esté aquí. Realmente, estoy atemorizada con todo lo que está pasando”, señala. “Aquí nunca ha ocurrido nada, es un lugar muy tranquilo. La mayoría de los habitantes trabaja en el aeropuerto. Cuando escuchamos ayer que los hermanos Kouachi no estaban lejos, nos provocó cierta inquietud, pero nunca pensamos que iban a acabar en el pueblo”, prosigue.

Cuando la policía prohibió circular por las calles y pidió a los vecinos que se quedasen en casa, las autoridades decidieron que los niños no se moviesen de los colegios de la localidad. Hasta las 15.00 no fueron evacuados en autobuses, en medio de un intenso dispositivo policial y llevados al centro de Dammartin para que pudiesen ser recogidos por sus padres. En las afueras de las dos escuelas, que se encuentran cerca del polígono donde estaban atrincherados los terroristas, se habían congregado muchos padres. “En cuanto vea salir a mi hijo, vuelvo a casa rápidamente”, decía por teléfono uno de ellos. Una panadería del centro se aventuró a reabrir a las 12.00 aunque los únicos clientes eran policías. “En cuanto escuchamos lo que ocurría, cerramos la persiana. Nos ha dado mucho miedo toda la situación”, explica la vendedora.

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La presencia del aeropuerto parisino Charles de Gaulle-Roissy, recordada constantemente por el sonido de los aviones que realizan la maniobra de aterrizaje, marca no sólo la vida laboral y cotidiana de los habitantes de Dammartin, sino también el paisaje: una enorme planicie sobre la que pesaban este viernes nubes bajas y grises, salpicada por polígonos industriales y almacenes. Las clásicas rotondas francesas todavía conservan los adornos navideños: en todo el pueblo la vida parecía congelada a la espera del final del cerco, que llegó en torno a las cinco de la tarde, cuando se escucharon dos fuertes explosiones y comenzó el asalto, en el que murieron los hermanos Kouachi, pero fue rescatado con vida el rehén que retenían.

Sólo entonces, algunos curiosos comenzaron a acercarse al cordón policial desde el que se podía divisar el polígono a lo lejos. “Se los han cargado. ¡Bien hecho!”, exclamaba un joven. Pero la normalidad estaba lejos de regresar: la policía mantenía los controles y sus luces azules seguían siendo visibles por todos lados. Las unidades móviles de decenas de televisiones continuaban con los directos. Los niños, eso sí, había vuelto a casa, pero el centro de Dammartin seguía desierto. El temor se ha quedado.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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