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Columna
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Europa, en guerra

El proyecto, la idea y los valores europeos son el objetivo del yihadismo

Lluís Bassets

Hay un problema de seguridad interior, sin duda. Centenares de jóvenes han hecho una peculiar mili terrorista en Siria e Irak, quizás también en Yemen, Libia o Malí, y están preparados para actuar en las ciudades y suburbios europeos en cualquier momento. Quienes les dirigen aprovechan las facilidades de las sociedades abiertas y el espacio sin fronteras de la UE, más aún en la época de la revolución tecnológica, para atacar a las fuerzas de seguridad, a los blancos de sus odios irracionales o meramente sembrar el pánico.

Hay también un peligro de enfrentamiento y polarización entre grupos de ciudadanos en razón de su religión o su origen, hasta dinamitar todo sistema de integración de los inmigrantes en un continente absolutamente necesitado de ellos. Esto es lo que se proponen quienes rigen las acciones terroristas, que quieren facilitar la llegada al poder de unas extremas derechas xenófobas y racistas que conviertan a Europa en el continente opresor, excluyente y fascista fabricado por sus delirantes fantasías de propaganda antieuropea y antioccidental.

Pero hay dos peligros todavía mayores, escondidos detrás de los más visibles. El primero es el que representa el conjunto del yihadismo desplegado en un arco de países muy próximos a Europa, en el que queda englobada la entera geografía árabe, África subsahariana y Oriente Medio en su acepción más amplia, hasta Pakistán; aunque con una extensión a no despreciar en potencial conflictivo, que es todo el islam asiático, hasta Indonesia y Malasia.

La aspiración del yihadismo, sea Al Qaeda o sea Estado Islámico, es erigirse en vanguardia y dirección política de todo el conjunto, en detrimento de liderazgos superados, como el chiita iraní o el sunita saudí, para sacar rendimientos políticos, sobre todo instalando regímenes directamente inspirados en su ideología, como fue el de los talibanes en Afganistán.

Matanzas como las de París constituyen asaltos en la retaguardia dentro de una guerra global que, por cierto, Europa no tiene ni siquiera conciencia de que exista. La razón es muy sencilla: el enemigo que combaten los yihadistas y al que quieren vencer en su propia casa desde todo este collar explosivo que rodea a Europa es Europa misma, como proyecto, como idea y como continente. Manuel Valls, el primer ministro francés, ha sido de los primeros en decir las cosas por su nombre al respecto.

Este es el cuarto y el mayor peligro que no debiera pasar desapercibido, a pesar del despiste en que estamos sumidos los europeos. Claro que quieren atentar y minar nuestra seguridad interior. Pero con un objetivo: que renunciemos a nuestras ideas y valores. Para que accedamos a restricciones en nuestras libertades y formas de vida en nombre de la seguridad. Para que discriminemos a los musulmanes y a los inmigrantes, tal como ha advertido con alarma Angela Merkel. O para que admitamos la censura y la imposición autoritaria en nombre de un supuesto apaciguamiento de las minorías religiosas.

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La victoria yihadista en esta guerra, de producirse, ni siquiera sería por las armas, sino exclusivamente por la debilidad y el desistimiento de alguien que no quiere defenderse. Es cosa de los europeos, de todos nosotros, que no sea así.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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