_
_
_
_
_

Otro problema para Yemen

Su vinculación con el atentado de París pone de relieve el desgobierno del país

Ángeles Espinosa
Soldados junto a un cartel electoral del vicepresidente yemení, Abdo Rabo Mansur Hadi, en Sana, Yemen.
Soldados junto a un cartel electoral del vicepresidente yemení, Abdo Rabo Mansur Hadi, en Sana, Yemen.YAHYA ARHAB (efe)

El vínculo con el atentado de París es lo último que le hacía falta a Yemen. El frágil Estado heredero del reino de Saba afronta su enésima crisis no ya de legitimidad, sino de mera capacidad para mantener unidas las agrietadas costuras del país, amenazado por el independentismo del Sur y la rama local de Al Qaeda. En el último golpe al débil poder central, la revuelta de los Huthi, que hasta ahora se había confinado a las montañas del norte del país, se extendió el pasado verano hasta la capital, Saná, haciéndose con el control de facto del Gobierno.

Desde entonces, ese grupo tutela los ministerios y los principales centros oficiales como el aeropuerto internacional o el Banco Central. Incluso forzó un cambio de Gabinete. Sin embargo, no está cumpliendo su parte del acuerdo de paz alcanzado el 23 de septiembre en el que, a cambio del nombramiento de uno de los suyos (además de un representante de los independentistas del Sur) como consejero del presidente Abdrabbo Mansur Hadi y de un primer ministro independiente, se comprometió a retirar a sus milicianos de forma escalonada.

“Es una situación muy ambigua en la que se dan a la vez el vacío y la dualidad de poder”, explica un observador desde Saná.

Los rebeldes justifican su actitud por la lucha contra la corrupción y la necesidad de supervisar el proceso. Sin embargo, su negativa a participar de forma activa en él, formando un partido político o asumiendo responsabilidades directas de gobierno está contribuyendo al fracaso del mismo.

A la vez, la afiliación zaydí de los seguidores de Ansarullah (literalmente, Partidarios de Dios, aunque se ha generalizado la denominación Huthi por el clan que lidera la insurrección desde 2004) está siendo explotada por Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) para atizar el sectarismo. Los zaydíes son chiíes, lo que permite a los extremistas suníes manipular la naturaleza del conflicto (a pesar de que apenas un tercio de los 24 millones de yemeníes sigue esa rama del islam, e históricamente han convivido sin problemas). De hecho, desde que la demostración de fuerza de los Huthi, AQPA, que controla el centro y el sureste del país, ha conseguido aglutinar a numerosas tribus suníes.

Mientras tanto, se agota la paciencia de una población empobrecida por décadas de nepotismo y que se llenó de esperanza cuando su movilización al hilo de la primavera árabe logró echar de la presidencia a Ali Abdalá Saleh. Pero a pesar de lo proclamado, la transición no está siendo ni pacífica ni ejemplar. Muchos yemeníes han visto su mano, e incluso la connivencia de Hadi (que fue su número dos), en la facilidad con que los Huthi tomaron no sólo la Administración sino incluso las instalaciones militares, al hilo de las protestas contra la subida de los carburantes. A pesar de que Saleh libró seis guerras contra los rebeldes del Norte, en Yemen las alianzas y lealtades siempre han sido volátiles. Por ello, continúan las protestas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_