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El ocaso del islamismo institucional en el mundo árabe

La represión y errores políticos debilitan el experimento en el mundo árabe

Estudiantes afganos se manifiestan en una protesta el pasado domingo.
Estudiantes afganos se manifiestan en una protesta el pasado domingo. REUTERS

Las revueltas árabes del 2011 suscitaron unas enormes esperanzas entre los movimientos islamistas moderados, aquellos con la voluntad de integrarse en las instituciones democráticas de nuevo cuño. Y los resultados de las primeras elecciones libres parecían darles la razón: victorias contundentes en Egipto, Túnez y Marruecos, además de asumir el liderazgo del Consejo Nacional Sirio, el paraguas que agrupaba la oposición siria en el exilio. Sin embargo, los descontrolados vientos de la primavera árabe soplan ahora en favor de la contrarrevolución y perfilan un negro horizonte para su futuro.

El ascenso en varios países de fuerzas tradicionales patrocinadas por Arabia Saudita, como el Ejército en Egipto, y la resurrección del yihadismo encarnado por el Estado Islámico (EI) han desplazado del centro del escenario político del mundo árabe a los movimientos vinculados a los Hermanos Musulmanes. Atenazados por una versión renovada de la “pinza” entre las autocracias árabes y Al Qaeda de la década pasada, los partidos moderados tienen serios problemas para encontrar un discurso propio. Siria representa un buen ejemplo de ello. Las luchas intestinas de la oposición en el exilio y las victorias del EI en el campo de batalla han marginado a la Hermandad siria.

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Además, los islamistas han perdido la áurea de buenos gestores de la que gozaban antaño gracias a sus tupidas redes de servicios sociales. “La principal razón de la pérdida de popularidad de los llamados movimientos islamistas moderados es su fracaso cuando asumieron el poder, como es el caso de los Hermanos Musulmanes en Egipto”, sostiene Georges Fahmi, investigador del think tank Carnegie Endowment basado en Beirut. En Túnez, han cedido el poder tras un serio batacazo electoral en las recientes legislativas, mientras en Egipto, el golpe de Estado del general al Sisi ha desatado la más brutal represión del Estado desde hace más de cinco décadas contra la Hermandad. La organización se encuentra descabezada, y miles de sus militantes en la cárcel.

En Libia, la situación es más compleja. Los partidos islamistas sufrieron también una derrota en los comicios del pasado verano. No obstante, la lucha por el poder en el país magrebí no se libra primordialmente en las urnas, sino en el campo de batalla. Y ahí, islamistas moderados y radicales mantienen una alianza con facciones tribales que ha sido capaz de soportar la ofensiva de las fuerzas tradicionales lideradas por el general Jalifa Haftar.

A pesar de sus apuros actuales, aún es pronto para escribir el ocaso del islamismo institucional. “La represión contra los partidos islamistas no conseguirá erradicarlos de la escena política. Son demasiado fuertes y su ideología siempre tendrá una cierta capacidad de atracción en un sector de la población”, considera el analista egipcio Mustafá Jalil. Ahora bien, es posible que estos grupos emerjan de la fase actual seriamente debilitados. Este ha sido el caso en Argelia, donde la guerra civil y las barbaridades perpetradas por el integrismo más radical han situado al islamismo institucional, representado por el Movimiento Social por la Paz (MSP), a un segundo plano.

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