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Columna
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¿Es Grecia diferente?

Se avecina una durísima batalla para el nuevo acomodo del país en la UE

Un nuevo, si no fantasma cuando menos aparecido, recorre Europa. “Je suis Syriza”, por el nombre de la coalición de izquierda vencedora en las elecciones griegas. La presunta y tan sobada cuna helena de Occidente ha tenido una historia agitada, y contrariamente a lo que rezaba un eslogan franquista, “Spain is different”, todos y nadie somos a la vez diferentes.

Europa es común y diversa, pero Grecia lo es más que muchos. Ha sido bizantina y otomana mientras se fabricaba un continente en las tierras del Sacro Imperio Romano-Germánico; no ha conocido reforma, ni contrarreforma, que eran enemigos, pero sobre un mismo terreno; y de todo ello se deriva el extraordinario peso político-social de la Iglesia ortodoxa griega; Atenas solo comenzó a desligarse políticamente de Estambul en 1830, su monarquía hubo que encarnarla en un Witelsbach que sobraba de las prolíficas dinastías alemanas; y la enosis, reunión de las tierras griegas, se demoró hasta 1912 con la incorporación de Creta, aunque en Atenas siempre nos recordarán que falta Chipre.

Grecia es componente esencial de Europa, pero como dice Xavier Vidal-Folch, desde fuera del mainstream —la corriente central— de la evolución europea. Modernamente, la guerra civil griega (1946-49) vivió un enfrentamiento por poderes entre capitalismo y comunismo, y fue el gong que obligó a Reino Unido a reconocer que tocaba el relevo norteamericano. El propio presidente Truman aludía el 12 de marzo de 1947 a la “excepcionalidad” ateniense al anunciar la doctrina que lleva su nombre para sostener a Grecia y Turquía, los dos “centinelas” del anticomunismo en el extremo oriental del Mediterráneo, piezas esenciales de la futura OTAN.

La modernidad ha tenido que combatir en Grecia con poderosos remanentes del Antiguo Régimen; no solo la jerarquía eclesiástica, para cuyo contento se consignaba hasta hace 10 años la religión del usuario en los documentos de identidad, sino rocosos usos y costumbres como el caciquismo, el clientelismo, y el muy deficiente espíritu cívico, al menos cuando hay que rascarse el bolsillo, en lo que sí se asemeja a España.

Syriza necesita obtener rápidamente algo de Europa para que no se la coma el escepticismo y la “excepcionalidad” griega. Su triunfo es solo momentáneo ante la durísima batalla que se avecina con la UE para la renegociación del acomodo del país en Europa, en el que ambas partes deberán ceder, Atenas pagando lo que debe, Bruselas reconociendo periodos de carencia, flexibilizaciones del déficit, y, en general, aplacando los rigores de la austeridad. Los dirigentes de Syriza parecen hoy, sin embargo, todo menos unos fierabrás del izquierdismo; lo que dice Alexis Tsipras, líder de la coalición de izquierdas, suena a keynesianismo, o a su último profeta, Paul Krugman: intervencionismo, presupuestos expansivos en lugar de austeriformes, y lo que es mucho más peliagudo y nada tiene que ver con el economista británico, la erradicación del bizantino-otomanismo, los contumaces modos de ser.

Para que media Europa celebre como un éxito el “Je suis Syriza” hará falta que la UE eche un cable y cuanto antes mejor a esa gran nación histórica, que más que ancestral cuna, debería ser legado contemporáneo. ¿Es Grecia tan diferente? Veremos.

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