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La torre fantasma (o la desaparición del Estado griego)

Un edificio público abandonado acoge un albergue gestionado por un particular

Andrés Mourenza
El edificio conocido como el “rascacielos” en El Pireo.
El edificio conocido como el “rascacielos” en El Pireo.y. karahalis (reuters)

El edificio, al que los vecinos conocen como “el rascacielos” por ser el segundo más alto de Grecia (84 metros), se alza monstruoso sobre los vendedores ambulantes, los puestos de fruta y las restantes construcciones del Pireo, absurdamente plantado en medio del guirigay de callejuelas que van a dar al puerto. Monstruoso y vacío. Por eso, algunos lo llaman “la torre fantasma”.

La asistencia oficial ya ha sido casi sustituida por la caridad

Su construcción comenzó en 1972, en plena dictadura pero la caída de los coroneles griegos dejó el edificio incompleto. En la década de 1980, las nuevas autoridades socialistas retomaron el proyecto que, al poco, volvieron a abandonar. Desde entonces, el Ayuntamiento del Pireo —que posee su titularidad, junto al Ministerio de Finanzas— ha convocado varios concursos internacionales para renovar el edificio, obteniendo fórmulas innovadoras y hasta osadas, como una que proponía convertir sus paredes en una cascada de agua marina. Sin embargo, aunque varios equipos de arquitectos se repartieron los premios de estos concursos, ningún proyecto se llevó a cabo por falta de presupuesto. Incluso su derribo resulta un gasto excesivo para las devastadas arcas municipales. Hoy, las planchas de vidrio se desprenden de la fachada, dejando al descubierto cicatrices de hormigón, y sólo las dos primeras plantas son utilizadas por algunos negocios.

En uno de los bajos se abre una puerta. Allá, en semipenumbra, decenas de personas se agolpan en una fila que se pierde escaleras arriba. Se reparten tyropitas (empanadas de queso) congeladas. “Pero sólo para aquellos que aún tienen electricidad en sus casas”, puntualiza el encargado, Ioannis Maronitis.

Interior de "la torre fantasma".
Interior de "la torre fantasma".A. M.

Este hombre, que preside un Club de Amigos de la Unesco, decidió el año pasado convertir sus actividades culturales en ayuda social. “Algo había que hacer para ayudar a los ciudadanos”, explica Maronitis. “Al principio repartíamos comida pero no nos parecía bien hacerlo como otras organizaciones que llegan con sus camiones a las plazas y sueltan todo lo que llevan”. Así pues, convirtió un local del abandonado edificio en una casa de acogida. Gracias a una subvención de la Unión Europea contrató a varias trabajadoras sociales y, con buena voluntad, convenció a diversas empresas para que donaran sus productos. Ahora cocinan para 150 personas cada día y reparten comida a otros tantos hogares. Además, ha llenado de literas una sala, en la que duermen 50 personas más.

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“Vine aquí cuando ya no pude pagar el alquiler”, relata una desempleada

La crisis en Grecia ha golpeado duramente a la clase media. Los helenos han perdido casi el 40% de su poder adquisitivo, una de cada cuatro pymes ha tenido que echar el cierre, y asalariados y autónomos han tenido que hacer frente a un aumento sin precedentes de tasas e impuestos. Así, muchos no han podido resistir. “La gente que atendemos son personas como tú y como yo. Gente con ordenador portátil y smartphone”, subraya Maronitis antes de relatar la historia de un pequeño comerciante que, siendo donante de su proyecto, terminó ahogado por las deudas al fisco y la pérdida de clientes. Ahora tiene que acudir al comedor social cada día.

“Lo primero que siente esta gente es vergüenza. Muchos no saben a quién pedir ayuda, porque es una situación nueva para ellos”, agrega el presidente del Club de Amigos de la Unesco. Es el caso de Panayota, una mujer de 45 años, decoradora y ahora desempleada: “Cuando ya no pude pagar el alquiler vine aquí, porque me daba mucho miedo quedarme en la calle y que alguien me reconociera”.

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Maronitis abre una puerta trasera, que da paso a la zona abandonada del edificio. Los escombros están siendo retirados, los suelos embaldosados y se están construyendo baños. Con ayuda de obreros voluntarios, se está escarbando en décadas de abandono y negligencia. ¿Cuenta con permiso? Maronitis se encoge de hombros: “No. ¿Pero qué voy a hacer?”. Tras el fin de la moratoria sobre los desahucios —una de las exigencias de la troika— “la situación está deteriorándose muy rápidamente”, sostiene: “El otro día nos llegó una mujer embarazada pidiendo techo, pero tenemos una lista de espera de 150 personas. Tuvimos que hacerle una cama con mantas y durmió tras una puerta”.

En los últimos años, el Estado ha desaparecido para amplios sectores de la población. La prueba son los tres millones de griegos que han perdido el derecho a la asistencia sanitaria o los cientos de miles que dependen de la caridad, de iniciativas sociales o de la ayuda vecinal para comer. Panayota no cree que la situación vaya a mejorar con el vuelco electoral. “No creo en ningún político, para mí son todos unos ladrones. Sólo creo en Dios y en él”, dice señalando a Maronitis. “Para mí, él es el único Gobierno”.

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