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¿Hacia el aislamiento de Rusia?

Pilar Bonet

La agonía del proceso diplomático de Minsk (Ucrania, Rusia, los insurgentes separatistas prorusos de Donetsk y Lugansk y la OSCE) supone el retroceso de la diplomacia en la búsqueda de una salida de la guerra. Las conversaciones de Minsk partían de un acuerdo tácito para dar prioridad al problema del Este de Ucrania y dejar de momento entre paréntesis el tema de la anexión de Crimea. Si Minsk se da por muerto, ambos conflictos pueden volver a formar parte del mismo paquete y orden del día.

Serguéi Narishkin, el jefe de la Duma Estatal de Rusia (cámara baja del plarlamento), ha aludido a la posibilidad de que Moscú abandone el Consejo de Europa (CE). Si eso ocurriera, Rusia se liberaría de los compromisos que contrajo en 1996 cuando ingresó en esta organización colectiva, entre ellos la moratoria sobre la pena de muerte. Además, los ciudadanos rusos no podrían recurrir al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo en tanto que organismo de justicia supranacional cuando les fallaran todas las instancias judiciales de su país. ¿Es esto lo que Occidente quiere?

Narishkin consideró la posibilidad de abandonar el CE después de que la Asamblea Parlamentaria en Estrasburgo decidiera esta semana que Rusia continuará privada del voto y de otros derechos (en virtud de sanciones impuestas por la anexión de Crimea) hasta abril. Rusia reaccionó abandonando la Asamblea hasta diciembre, cuando decidirá sobre el futuro de su relación con el organismo. Los parlamentarios rusos y una parte de los representantes del CE realizaron un enorme trabajo para restablecer los derechos de los que habían sido privados los representantes de Moscú, pero finalmente la Asamblea votó en otro sentido. La pérdida de una de las pocas plataformas de diálogo colectivas que quedan entre Rusia y los países de Europa puede contribuir todavía más a incrementar la fisura y la demonización mutua. Conviene recordar que los canales de comunicación sirven para calibrar la realidad del “otro” aunque a veces se requiera gran paciencia para escuchar y para tratar de comprender qué hay detrás de los empecinamientos inamovibles y en qué medida las caras de pocos amigos dejan traslucir los factores psicológicos, las tradiciones culturales e históricas, las casualidades, los planes y las equivocaciones que no se quieren reconocer públicamente. La manipulación de la Historia es uno de esos puntos que exige paciencia. El miércoles Narishkin encargó al comité de Exteriores de la Duma que examine la posibilidad de adoptar una declaración sobre la “anexión de la República Democrática Alemana por la República Federal de Alemania en 1989”.Narishkin aceptó así la propuesta que el diputado comunista Nikolái Ivanov le formuló “como respuesta” a las críticas por la anexión de Crimea, a la que había estado sometido el jefe de la cámara la víspera en Estrasburgo. Narishkin pudo haberse encogido de hombros o rechazar la sugerencia con una broma, pero aceptó el envite, tanto más cuanto en Estrasburgo, el jefe de la cámara había dicho que ambos casos eran semejantes. Con todo, una cosa es un comentario ante la prensa, y otra distinta considerar una posible declaración parlamentaria que ponga en entredicho la reunificación alemana, algo que ocurrió con el indiscutido consenso de los dos Estados alemanes y las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Los cibernautas rusos se lanzaron de inmediato a discutir sobre este tema, convertido en una nueva autopista para la imaginación desenfrenada que la clase política rusa cultiva en su tratamiento de la Historia. Hasta Mijaíl Gorbachov, el ex presidente de la URSS, y la figura clave en la reunificación alemana, calificó de “disparate” la propuesta y recordó los mítines de centenares de miles de personas que gritaban “somos un pueblo”. “No se puede valorar desde la posición actual lo que sucedió en otra época, en otro tiempo, hace 25 años”, dijo Gorbachov, quien, por otra parte, apoya la incorporación de Crimea a Rusia.

La historia se ha convertido en un objeto de manipulación no solo para la clase política rusa sino también para la de otros países postsoviéticos. Si no, que le pregunten a Arseni Yatseniuk, el primer ministro de Ucrania, cuál es su versión de quién atacó a quien en la Segunda Guerra Mundial y a los dirigentes polacos que tratan de dividir por “nacionalidades” a los soldados de la Unión Soviética que liberaron a los prisioneros del campo de concentración Auschwitz. En lo que a Rusia se refiere, llama la atención la persistencia con los dirigentes cultivan el motivo “Rusia, fortaleza acosada”, también en los casos en que resulta obvio que el acoso no existe. Moscú actúa de acuerdo con el lema: “todo lo mió es sagrado y todo lo ajeno es cuestionable”. Politólogos en la órbita del Kremlin afirman impasibles que Ucrania no existe como Estado, pero se rasgan las vestiduras si se les recuerda que ni la comunidad internacional representada por la ONU y ni siquiera los países aliados del Kremlin reconocen a Crimea como parte de Rusia.

En el parlamento ruso circulan iniciativas para revisar la valoración del lanzamiento de la bomba atómica norteamericana sobre Hirosima y Nagasaki en 1945 y para revisar las posiciones sobre la salida de las tropas de Afganistán, así como el acuerdo por el que Jruschov transfirió Crimea de Rusia a Ucrania en 1954. Todo es posible en la imaginación de los legisladores, pero que a nadie se le ocurra poner en cuestión la soberanía sobre las islas Kuriles, en el Pacífico, tomadas por Stalin cuando los japoneses ya habían capitulado en agosto de 1945. ¿Y qué decir de Kaliningrado?, la antigua Prusia Oriental,incorporada a la URSS como resultado de la derrota de la Alemania Nazi. Según legislación que entró en vigor en 2014, quienes cuestionen la integridad territorial del Estado ruso pueden ser condenados a penas de cárcel, así que, en esas condiciones, no hay nada que decir sobre estos temas, aunque exista total libertad para debatir sobre Kósovo, Cataluña, Escocia, Texas y las dos Alemanias. De seguir así las cosas, no es descartable que un día lleguemos a Curlandia,la Marca Hispánica o el Califato de Córdoba. Mientras los bloggeros se van animando, la atención se desvía de las preguntas incómodas sobre la misma Crimea, por ejemplo: ¿Por qué el coronel de los servicios de seguridad rusos (en la reserva), Igor Girkin (alias Strelkov) llegó a Crimea el 21 de febrero, cómo él ha afirmado en una entrevista, cuando el presidente Víctor Yanukóvich estaba aún en el poder en Ucrania? ¿Y por qué Vladímir Putin no ayudó Yanukóvich a consolidarse en el Este de aquel país en vez de facilitar su huida? Fin

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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