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Mulay Hicham el Alauí | Tercero en la línea de sucesión al trono de Marruecos

“La solución para Ceuta y Melilla saldrá del diálogo”

Hicham es primo de Mohamed VI y uno de los principales opositores a la política de su reinado en Marruecos

Juan Carlos Sanz
Mulay Hicham, el pasado jueves en Madrid.
Mulay Hicham, el pasado jueves en Madrid.ALEJANDRO RUESGA

A caballo entre el intelectual francés que dispara múltiples vocablos para definir una misma idea y de la fría precisión del académico estadounidense, con un punto de humor, de ironía hispana, pero siempre con arrogancia inequívocamente magrebí, Mulay (título dado a los príncipes descendientes del Profeta) Hicham el Alauí (Rabat, 1964) es el tercero en la línea de sucesión al trono que desde hace 15 años ocupa su primo Mohamed VI. Y uno de los principales opositores a la política de su reinado en Marruecos. Se crió en el harén del Palacio Real, entre concubinas —“era lo normal entonces”, admite sin vacilar— antes de educarse en las universidades de Princeton y Stanford, y de participar en la misión de la ONU para Kosovo. Ahora vive con su familia un peculiar destierro en un “ambiente más sano” en EE UU.

“No soy un exiliado, sino más bien un condenado al ostracismo. Puedo entrar y salir de Marruecos cuando quiera, pero en un contexto de cordón sanitario, de prohibición con connotaciones atávicas. Todo parece normal, pero quien se me acerca sabe que acabará pagando un precio”, explica como si se refiriera a una tercera persona, sin gravedad ni rencor, en un hotel de Madrid, donde esta semana ha presentado la versión en castellano de su libro Diario de un príncipe desterrado (Península). “Una autobiografía, pero también una obra de historia contemporánea y un análisis político sobre mi país”, apunta antes de precisar: “Ni soy un príncipe rojo, ni Marruecos es el reino mágico de las mil y una noches. Hay un Marruecos real consciente de su identidad de país antiguo con historia y tradiciones, que quiere proyectarse hacia el futuro sin saber muy bien cómo hacerlo”.

Mulay Hicham asegura que comenzó su actividad política —“a expresarme con completa libertad”— antes de la muerte de su tío Hasán II en 1999. “El fallido golpe de Estado de 1971 me marcó cuando aún era casi un niño. Pero a partir de 2001 mi situación en Marruecos estuvo marcada por las medidas de seguridad y la vigilancia de los servicios secretos, en un ambiente malsano para mí y para mis hijos”. Para el gran disidente de la familia real, Hasán II representó dos caras de una moneda: el estadista que galvanizó a su país con la Marcha Verde sobre el Sáhara, y también el tirano que confiscó las joyas de su familia tras la muerte de su padre con el argumento de que “todo lo que sale del palacio vuelve al palacio”.

“La monarquía es un sistema que está perdiendo su centralidad política y económica en Marruecos”, sostiene el primo de Mohamed VI. Cree que necesita reformarse, “empobrecerse”, hacerse más austera, como la Casa Real española. “Puede que la medicina acabe matando al enfermo y desaparezca la monarquía. En caso contrario, ganará el Majzén”. Se refiere al término derivado del francés magasin (almacén o negocio) que define la red clientelar surgida en torno al Palacio Real y a sus intereses políticos y económicos.

Cuando era un joven príncipe adquirió una visión más abierta del mundo en los campus de Estados Unidos, al ritmo de los Rolling Stones, su grupo de rock favorito. “La Administración de George W. Bush quebró mi idea de una América con los valores de Benjamin Franklin, de Martin Luther King. Una visión neoconservadora emergió entonces para usurpar las libertades y focalizarse de manera injusta y oportunista en mi región del mundo, con su proyecto de nuevo Gran Oriente Medio”, argumenta agitado. “Todo para acabar violando el derecho internacional, liquidar la cuestión palestina en beneficio de la derecha israelí, y controlar los recursos energéticos utilizando a sus aliados. Marruecos colaboró con las cárceles secretas de la CIA. Fue una gran vergüenza [subraya esta última frase en castellano]. Les subcontratamos nuestros servicios”.

Cree que España está lejos de forjar la relación especial, como de “amantes”, existente entre París y Rabat, consolidada por estrechos lazos culturales y económicos. “Los españoles se llevaron todo cuando logramos la independencia, hasta las vías del ferrocarril”, recuerda el fin del Protectorado sobre el norte del reino jerifiano en 1926. “Fue un error histórico”.

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—Con la misma “franqueza juancarlista” de la que usted se jacta en su libro, en alusión al anterior jefe de Estado español, ¿hay solución para el contencioso de Ceuta y Melilla? ¿Y para el del Sáhara Occidental?

“Marruecos mantiene tanto silencio ahora sobre este tema que da la impresión de que ya no reivindica estos enclaves para no irritar al Gobierno español. Hay que recordar este problema, pero haciendo gala de nacionalismo pragmático. Encontraremos una solución, lleve el tiempo que lleve. Aunque en Rabat no se hable del asunto, hay que reivindicar con calma estos territorios que hoy están bajo Administración española. En el conjunto de la resolución de los contenciosos entre nuestros dos países, la fórmula acabará emergiendo a través del diálogo, aunque tarde 100 o 150 años”.

También defiende la autonomía para el Sáhara Occidental “en el marco de las exigencias del Derecho Internacional. Y contando con los deseos y aspiraciones de la población”.

—¿Se refiere a un derecho a decidir de los saharauis?

“Sí, de los que viven en Tinduf [independentistas exiliados en Argelia], pero también de todos los instalados en el territorio del Sáhara y de los expulsados antes de 1975. No hablo de autodeterminación, sino de resoluciones de la ONU. Podemos llegar a ponernos de acuerdo para vivir juntos”. Cree que la Unión del Magreb Árabe (UMA, equivalente en sus aspiraciones a la UE) es la única salida: “No tenemos otra elección si no quedarnos anclados en el subdesarrollo”.

Mulay Hicham asegura que Mohamed VI no consultó con su propio Gobierno la decisión de ocupar el islote de Perejil en 2002. “Las guerras han comenzado a veces por causas como un partido de fútbol. Espero que no se vuelvan a producir situaciones tan ridículas como ocupar un islote o, aún más ridículas, el desembarco posterior de una Armada [pronuncia en castellano este último vocablo]”.

En pleno auge de la amenaza yihadista, considera que la monarquía alauí debe sortear aún los últimos escollos de la primavera árabe. “El Partido de la Justicia y el Desarrollo [PJD, islamista moderado, en el Gobierno en Rabat] tiene como objetivo infiltrarse en las instituciones marroquíes, en la Casa Real y en el sector de los negocios, pero ha perdido impulso”, analiza el tercer príncipe en la línea de sucesión al trono con estos dos argumentos: “El otro gran movimiento islamista marroquí, Justicia y Caridad, está en pleno proceso de reestructuración tras la muerte de su fundador, el jeque Abdeslam Yasin. Pero el PJD se ha visto sobre todo afectado por el golpe de Estado militar en Egipto contra el Gobierno de los Hermanos Musulmanes”.

“Ya no tienen capacidad de influencia sobre la monarquía, y no han logrado convertirse en una fuerza política hegemónica, como los islamistas turcos. El PJD ya ha sido asimilado por el Palacio Real y sus líderes rinden pleitesía al trono. Están atrapados”. En conclusión, cree que una vez desaparecida la presión popular tras el declive de la primavera árabe, la monarquía acabará desembarazándose del PJD o lo conservará a su lado si así le conviene. “Corre el riesgo de perder su credibilidad, como ya les ha ocurrido a otros partidos marroquíes en el pasado”.

Critica a los islamistas de su país, pero también alerta del avance de la islamofobia en Europa. “No hay que mezclar las cosas. Del lado europeo existe una alienación, una marginación que lleva a la radicalización y a la busca de contactos con Al Qaeda o el Estado Islámico en Siria e Irak. De otro, los propios musulmanes no están siendo capaces de reapropiarse de su religión para rechazar las derivas extremistas”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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