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Terreno poco apto para la guerra

El desafío bélico ruso en el Este, el yihadismo o la ciberguerra son las nuevas amenazas a las que se enfrenta la UE, lastrada por la burocracia, la descoordinación y la falta de fondos

Multitudinaria manifestación el 11 de enero tras los atentados en París.
Multitudinaria manifestación el 11 de enero tras los atentados en París.Christopher Furlong (Getty)

En su estantería de una escuela de cadetes cercana a Moscú, el general de división Alexánder Vladímirov conserva dos impresionantes volúmenes encuadernados en rojo. Según informa la cadena BBC, que fue a visitarlo hace poco, Vladímirov expone "su teoría y sus conocimientos sobre cómo hacer la guerra". El general dice con orgullo que su trabajo es "tres veces más extenso que Guerra y Paz, de Tolstói".

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No está claro si la estrategia de los hombrecillos verdes que Vladímir Putin utilizó el año pasado para la anexión de Crimea se encuentra también en la obra. En todo caso, el general Vladímirov es una autoridad de la maskirovska (literalmente, la pequeña mascarada), que constituye el núcleo de la estrategia bélica rusa en Ucrania. La forma de hacer la guerra de Putin ha desconcertado a los observadores occidentales. Ya se les denomine híbridos, ambiguos o camuflados, "los conflictos no declarados son un componente importante de la guerra actual", afirma Jean-Marie Guéhenno, ex vicesecretario general de la ONU y actual presidente del Grupo Internacional de Crisis. "Esa clase de conflictos representa un desafío para Europa. ¿Cómo se puede proteger política y jurídicamente contra una agresión encubierta?".

25 años después del final de la Guerra Fría, Europa se enfrenta a toda una serie de nuevas amenazas. Aun siendo formidable, la desestabilización provocada por Rusia al este de sus fronteras es tan solo un reto más. Para los expertos, la amenaza de los ciberataques es de máxima importancia, ya que también en ese terreno se plantean numerosos problemas nuevos en lo que se refiere al Derecho Internacional, los derechos de libertad ciudadana y la carrera tecnológica por la seguridad. "Hoy día es probable que cualquier guerra significativa empiece por un ataque a la Red", opina Jean-Marie Guéhenno, que en 2012 recibió el encargo del Gobierno francés de coordinar el Libro Blanco de Defensa. Hace unos días, el ex primer ministro sueco Carl Bildt subrayaba en Davos que en este tipo de guerra los costes que origina la defensa superan con mucho a los del ataque.

Las amenazas proceden de las regiones inestables situadas al este y al sur de las fronteras

Desde el 11-S, Occidente ha entrado en contacto con una nueva categoría de amenazas terroristas. Ya en los años ochenta, algunos países europeos se familiarizaron con los ataques que llegaban desde Oriente Próximo, como el atentado en Francia a la sinagoga de la calle Copérnico. La matanza de 17 periodistas, policías y clientes judíos de un supermercado de alimentos kosher en París fue un trágico recordatorio de la amenaza. El terrorismo islamista no conoce fronteras, sus grupos reclutan a sus cachorros en el corazón de Europa; para ellos, lo importante es controlar a las personas, no los territorios.

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Una novedad es que las amenazas para Europa proceden de las regiones inestables situadas al este y al sur de sus fronteras, en las que las estructuras estatales son débiles o han sido totalmente desmanteladas. Allí, el límite entre la guerra y la paz es difuso, y los "conflictos latentes" son sinónimo de guerra permanente.

A pesar de estar experimentando toda una serie de nuevas amenazas, Europa no siempre reacciona dando muestras de mayor unidad, lo cual no resulta muy sorprendente. El Tratado de Lisboa deja las cuestiones de seguridad en manos de los Estados miembros, y a estos les sigue costando ceder soberanía en materia de defensa y seguridad.

Las peculiaridades nacionales, las características históricas, las diferentes normas constitucionales, la influencia de los Parlamentos, todo contribuye a que, en definitiva, la guerra y la paz resulten un terreno poco apto para llegar a un protocolo común europeo. Aunque un enfrentamiento bélico entre los Estados miembros se ha convertido en algo absolutamente inconcebible, estos no dan señales de la más mínima disposición a hacer frente a las amenazas externas de forma conjunta. A ello se añaden las duras limitaciones financieras. En una época en que las arcas están vacías, la mayoría de los países han reducido sus presupuestos de defensa también en el marco de la OTAN.

Los Estados miembros no dan señales de enfrentar los desafíos externos de forma conjunta

En el Índice de Paz Global del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, Islandia, Dinamarca, Austria y Suiza ocupan los primeros puestos. "Europa central y occidental son con diferencia las regiones más pacíficas", constata la institución. Por eso tampoco parece que Europa tenga ninguna necesidad especial de preocuparse por la paz en el mundo. Si se toma como referencia Afganistán, los países que más tropas aportan a las misiones internacionales de paz son Pakistán, India, Etiopía o Uganda.

La tendencia está clara: Europa gasta cada vez menos en su propia defensa, mientras que en Asia y en Rusia el gasto va en aumento. En Europa, los recursos destinados han descendido un 2,4%, y en EE UU un 7,8%, mientras Rusia sigue la dirección contraria y los ha incrementado un 4,8%. En Europa, España (con un 13% menos), Hungría (12% menos) y Holanda (8,3% menos) ocupan puestos destacados a la cabeza de la reducción del gasto en armamento.

Desde 2008, en su informe anual, la OTAN advierte sin reservas de los peligros que comporta la reducción del gasto en defensa. Tan solo cinco de sus Estados destinan un mínimo del 20% de su presupuesto a modernización, tal y como establecen los acuerdos. El resultado, afirma la OTAN con pragmatismo, es "una dependencia cada vez mayor de EE UU y una asimetría creciente entre los socios europeos. Existe el peligro de que la solidaridad dentro de la Alianza quede menoscabada".

A pesar de todo, algunos Estados de la UE se mantienen fieles a su tradición de hacer uso de la fuerza militar y están dispuestos a movilizar a sus fuerzas armadas en el exterior. Es el caso, sobre todo, de Francia y Gran Bretaña, pero también de algunos países escandinavos, como Dinamarca. Con su acuerdo de cooperación en materia de defensa de 2010 (Tratado de Lancaster House), ambos países asumieron una especie de liderazgo doble de la defensa europea e inmediatamente dejaron claras sus aspiraciones cuando en 2011 se pusieron a la cabeza de la intervención militar contra el régimen de Gadafi en Libia.

Gastamos menos en nuestra propia defensa, mientras en Asia y Rusia el gasto va en aumento

Desde entonces, las ambiciones intervencionistas del primer ministro David Cameron se han visto frenadas por la política interior. En Gran Bretaña, las heridas por el fracaso en Irak aún no se han cerrado, y en 2013 la resistencia del Parlamento le obligó a un cambio de rumbo en Siria. Es cierto que el 60% de los británicos piensa que su país debería seguir siendo una gran potencia. Pero el estudio del Real Instituto de Asuntos Internacionales que se acaba de hacer público también hace referencia al precio que estarían dispuestos a pagar por ello: nada. El 70% de los entrevistados opina que Gran Bretaña debería ser responsable de la seguridad internacional. Pero, ¿junto con quién? Los británicos mantienen una actitud escéptica con respecto a la UE, que, según ellos, gasta demasiado. Del mismo modo, también está aumentando su distancia con EE UU, donde los que consideran que existe una relación especial con Reino Unido representan tan solo un 25%.

Así que parece que en Europa solo queda Francia para dirigir los asuntos relacionados con la seguridad. Dentro de la Unión es el único país que cumple los requisitos para llevar a cabo una intervención militar en el extranjero: sus fuerzas armadas son lo bastante numerosas y tienen la experiencia necesaria, y, sobre todo, existe la voluntad política para hacerlo. Actualmente hay 20.000 soldados franceses movilizados en todo el mundo, de los cuales 8.000 participan en operaciones de guerra sobre todo en África, en la región del Sahel y en Oriente Próximo. Después de las acciones terroristas de París, otros 10.000 prestan servicio en las calles de la República.

Desde el atentado, el apoyo a esta política ha aumentado. Según una encuesta llevada a cabo el 28 de enero por el instituto Ipsos para Le Monde, más del 50% de los franceses está de acuerdo con las intervenciones militares en el exterior. El 65% se declara a favor de un compromiso más activo en Siria en contra del yihadismo. A la pregunta de si se sentían en guerra, un 53% respondió que sí, y el 63% mostró confianza en la posibilidad de ganarla.

“Es probable que cualquier guerra significativa empiece por un ataque a la Red”

El 23 de enero, el presidente Holland anunció en Davos que Francia desea "ser útil al mundo". Sus palabras pusieron de manifiesto la convicción del país de que sus tropas han sido movilizadas por el bien de Europa, y no solo por el interés nacional. No obstante, el Gobierno no ha querido convencer a sus socios europeos de que cofinancien las intervenciones, o que participen en ellas de forma significativa. Falta una visión estratégica, una respuesta a una pregunta sencilla: y después, ¿qué?

Y es que, en toda Europa, la estrategia es una cuestión complicada. En 2013, el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores comparó la documentación en materia de estrategia de los Estados de la UE. El resultado fue "un coro disonante sin metas conjuntas ni aspiraciones compartidas".

No nos precipitemos, dicen los expertos de Bruselas, y remiten a la política exterior común de la Unión, que, después de todo, ha logrado desempeñar un papel clave en las conversaciones con Irán, y cuyo prestigio va creciendo en el resto del mundo. Ahora bien, si nos sumergimos en la sopa de letras de las siglas de la Unión, también queda claro que hay unas estructuras que siguen luchando invariablemente por las visiones nacionales, la soberanía, el dinero, los cargos. CSP, DGE, PESC, EMUE, CACGC; un río inacabable de documentos y declaraciones de intenciones alimenta el círculo interno del aparato de seguridad de Bruselas.

El mejor ejemplo son las discrepancias en torno a un cuartel general común y a las tropas de intervención de la Unión. Hasta ahora, ambos existen básicamente en las presentaciones de Powerpoint, mientras que en el Comité Militar se suceden los enfrentamientos con Gran Bretaña por la necesidad de una OTAN paralela. No menos ruidosa fue la larga pelea con Turquía que tuvo lugar en el seno de la Alianza por la cuestión de Chipre.

También hay ejemplos positivos, como la cooperación de los servicios secretos. En este terreno las cosas se rigen por principios claros. "Todos los países ponen y todos los países toman. El que no pone nada, tampoco recibe nada", explica un experto del círculo de los servicios transatlánticos. En este sentido, la situación es delicada sobre todo para el Gobierno alemán, que, después de las revelaciones de Snowden, está más sometido a la presión de la opinión pública que ningún otro de la UE. En Francia o en Gran Bretaña, la clase política prefiere callar.

Después de la Guerra Fría, la UE es el mejor ejemplo de postergación de la fuerza

En general, en Alemania el Gobierno federal representa la institucionalización del dilema. Su dualidad en política exterior se observa especialmente bien en la Unión. Su peso político ha crecido enormemente con la crisis del euro, y en el conflicto ucranio se ha aceptado el papel de la canciller y del ministro de Exteriores como mediadores. En los círculos de los analistas se habla del "momento alemán". A Siria, en cambio, ha enviado unas pocas armas y algún instructor, mientras que, por lo demás, se ha mantenido cautelosa. En Malí, lo mismo. Y para África central hace algún que otro transporte.

El peculiar papel de Alemania en el terreno militar —que obedece a razones históricas y es difícil de cambiar socialmente— es visto con recelo por sus vecinos. Eso por una parte. Por la otra, un observador alemán de la OTAN señala lacónico que si Alemania destinase realmente el 2% de su PIB a defensa, como quiere la Alianza, el presupuesto aumentaría en 20.000 millones y el país se situaría en una posición muy aventajada con respecto al resto. Es decir, además de la supremacía económica, disfrutaría también de la militar. Eso sería demasiado para Europa.

No obstante, en Alemania también se está produciendo un cambio de actitud, aunque sea poco a poco. Durante la visita oficial del nuevo secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, la canciller Merkel se permitió dar por primera vez alguna señal cautelosa que apuntaba a un aumento del presupuesto de defensa. Además, hay diversos indicios de que el país podría desempeñar un papel especial en los nuevos conflictos a los que se enfrenta la OTAN en Europa central. Alemania y Holanda serán las impulsoras de las tropas de intervención rápida de la Alianza. En cuanto a las tropas de intervención, que ya existen desde hace tiempo y que están dirigidas por un cuerpo de Ejército germanoholandés, tendrán que asumir de momento un nuevo papel en el Este.

En general, Berlín ha convertido la cooperación entre países en su seña de identidad. Por ejemplo, Holanda ha puesto su transporte aéreo bajo mando alemán, se está ensayando la colaboración logística y se están formando estructuras bilaterales también con Francia y con Polonia. Los planificadores alemanes de la OTAN lo han bautizado con el nombre de Modelo de Nación Marco, una especie de estrategia práctica para el invento más importante en época de vacas flacas: la puesta en común que significa reunir las fuerzas militares y compartir las capacidades.

Las crisis se suceden a una velocidad cada vez mayor, y Europa está sufriendo la presión

No todos los países pueden seguir permitiéndose disponer del catálogo armamentístico completo. Por ejemplo, para los Estados pequeños como Austria, la preocupación principal es la existencia misma de unas fuerzas armadas; Italia tiene serias dificultades para financiar sus fuerzas aéreas; Suecia y Noruega se han puesto de acuerdo para seguir teniendo al menos algo de artillería.

Con todo, el principal problema de Europa es el ritmo político. En comparación con los momentos iniciales de la política exterior y de seguridad común, hace 15 años, se han hecho muchas cosas. Pero las estructuras son rígidas. Después de la Guerra Fría, la UE es el mejor ejemplo de postergación de la fuerza. El sistema de derecho y el atractivo de una zona económica bastaron para llevar un proyecto de paz al interior de Europa oriental. Quien formase parte de él podría dedicarse en cuerpo y alma a los asuntos de la era posheroica y posmilitar. Hoy día, sin embargo, las crisis se suceden a una velocidad cada vez mayor, y Europa está sufriendo la presión.

En su último libro, Henry Kissinger ha escrito con su habitual perspicacia estratosférica que Europa ya no funciona según el principio de soberanía propio del Tratado de Westfalia, ni conforme a la idea secular del equilibrio según la cual una potencia siempre tiene su contrapeso. Pero, entonces, ¿cómo funciona Europa? Kissinger lo formula lacónicamente: "Es un híbrido situado constitucionalmente en algún punto intermedio entre el Estado y la confederación, que se mantiene en funcionamiento gracias a las reuniones entre ministros y a una burocracia común... En su política exterior representa unos ideales universales sin disponer de los medios para hacer que se respeten, así como una identidad cosmopolita en conflicto con las lealtades nacionales".

¿Bastará algo así en tiempos de crisis? Europa no tardará en conocer la respuesta.

Traducción: News Clips.

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