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Cartas de Cuévano
Tribuna
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No Hay

En los años recientes se suman en Veracruz más de 130 casos de agresiones a periodistas. Su gobernador se identificó con Franco

No hay cordura en quienes presentan desequilibrios evidentes entre lo que piensan, dicen y hacen; al contrario, un buen indicador de demencias y sinrazones se revela en cuanto un enano intenta mirarnos por encima de su hombrito como si midiera tres metros de estatura o cuando descubrimos –ante nuestros propios ojos—que la dama a quien hemos invitado a comer informa por teléfono a su marido que “se encuentra liada en una clase de estética”. Basta que el recurso de la mentira se vuelva tan cómodo como un viejo par de zapatos para que peligre la integridad de cualquier información y, por ende, la viabilidad de una posible verdad.

No hay sano juicio entre quienes fardan su asistencia a improvisadas galerías de arte (peor aún: lo que llaman ferias de arte, que ya encierra contradicción de términos en sí misma) y al salir vuelven a ejercitar su léxico cargado de banalidades e ignorancias varias. No hay razón para suponerlo, pero parece verdad inapelable que no pocos políticos intentan lavar su imagen de estulticia descarada, sus manos ensangrentadas y el palmarés de abusos constantes de autoridad con el engañoso apoyo y contradictoria celebración de festivales de la palabra, encuentros del saber o coloquios entre escritores.

Basta que el recurso de la mentira se vuelva tan cómodo como un viejo par de zapatos para que peligre la integridad de cualquier información

No hay justificación para iniciar mi diatriba en el plano personal, pero parece inevitable. El ciudadano licenciado gobernador del tres veces heroico estado de Veracruz: Javier Duarte, había ya consagrado una perla en la estratosfera de las declaraciones imbéciles desde el no tan lejano año de 2009, cuando tuvo a mal declarar en una entrevista de radio que el personaje de la Historia con mayúsculas con el que mejor se identificaba era nada menos que el generalísimo Francisco Franco. En ese entonces, el ahora ciudadano licenciado gobernador ocupaba el cargo de secretario de finanzas del oprobioso gobierno de un hasta hoy impune e intocable personaje llamado Fidel Herrera, que entre muchas gracias fue bendecido con ganarse el premio gordo de la lotería nacional (por puro azar), solapar más de un cochupo orquestado por un reconocido gangster relacionado con el equipo de fútbol Veracruz de la primera división y una sospechosa cuadrícula de complicidades y atropellos que ayudaron al apuntalamiento de por lo menos un grupo del crimen organizado en el paisaje de ese estado que no merece a los gobernantes que lo han mancillado. No contento con estar en el palmo preciso que eslabonaba tales infracciones, el ciudadano Duarte se destapaba como candidote a la gubernatura con su muy confundida declaración de admiración por Franco: intentó justificar o explicar su confundida apreciación a los pocos instantes de asentarla, argumentando que el agudo timbre de su voz era una primera y clara señal de esa suerte de clonación admirativa y habría que agregar quizá que se trata en ambos casos de señores regordetes, mofletudos, es decir: cachetoncitos capaces de firmar sentencias de muerte mientras sopean madalenas (ya en un palacete de Burgos o bajo una palapa de Boca del Río).

No hay quien pueda negar o siquiera brindar una explicación racional al hecho inapelable que ensombrece seriamente la gestión del ahora gobernador licenciado, ciudadano Javier Duarte: en el tiempo de que lleva gobernando han muerto once periodistas y al día de hoy suman otros cuatro desaparecidos. Ante ese telón innegable –sincronizando lo que pensamos, con lo que decimos, escribimos y hacemos—un amplio y ancho grupo de escritores y periodistas firmamos una carta solicitando se revisara seriamente la conveniencia para seguir celebrando en Xalapa, capital de Veracruz, el Hay Festival, convivio plural y democrático, abierto y policultural de letras y letrados originado en el País de Gales, con extensiones en diversos países.

Javier Duarte, en  2009, tuvo a mal declarar en una entrevista de radio que el personaje de la Historia con el que mejor se identificaba era el generalísimo Francisco Franco
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No hay quien pueda ponerle un pero a lo que tan bien ha señalado Juan Villoro: “¿Es posible encomiar la libertad de palabra mientras los periodistas son asesinados? La cultura sirve para tender puentes, pero también puede ser usada como ornato, el florero en la mesa de los criminales. Por desgracia, las extraordinarias actividades del Hay no han servido para que la libertad de expresión se garantice en Veracruz”.

No hay, de hecho, puente posible entre quienes por leer y escribir fomentan y procuran el diálogo y aquellos que con obesas y obtusas mentes que –quizá—en el delirio de su pasajera omnipotencia imaginan merecer un monumental mausoleo como el del Valle de los Caídos a la sombra de los tabacales en la región de los Tuxtlas. No hay párrafo que ayude a iluminar la engrasada masa encefálica de quienes intentan discursos solemnes o proclamas políticas con la tipluda vocesita de la confusión y la culpa, bajo un palio pontificio o una palmera de cocos locos. No hay por qué decorarle la mesa a los cerdos de luenga papada, ni con la digna presencia de Salman Rushdie o John Lee Anderson condenando in situ el negro balance que revela una trama clara: en Veracruz se persigue abiertamente a los periodistas que intentan informar sin mentiras oficiales y el propio gobernador intentó convertir en ley inapelable la descabellada idea de considerar cómplice de delitos a quienes informaran, tuitearan, feisbuquearan o emiliaran o simplemente mensajearan sobre su persona en las redes sociales. Esa llamada “Ley Duarte”, insinuación del poder que intenta criminalizar la información, cayó por su propia demencia, tal como si alguien propusiera formar una guardia mora, con las capas y turbantes de todo ganador del Rey Feo en los carnavales de Veracruz o declarar a los Reyes Magos patronos de los brujos de Catemaco.

No hay de otra: en los años recientes se suman en Veracruz más de 130 casos de agresiones a periodistas y reporteros. Sabemos los nombres y apellidos de los escritores de ese género de la literatura que se escribe al vuelo, al día y por lo visto, bajo amenaza constante, aunque desconozcamos las merecidas sentencias de sus verdugos. Sabemos las crónicas desgarradoras de cómo son intimidados, secuestrados, golpeados, torturados y en once casos probados: muertos por informar las gracias y desgracias de la triste realidad que no merece Veracruz, ni para tal caso, todos los paisajes de México que se han ensangrentado sin consideración, límite o vergüenza alguna. Aunque lo niegue el ciudadano licenciado gobernador con su voz histórica de soprano, los organizadores del Hay han decidido replantear su valiosa labor cultural en Veracruz precisamente por razones que se refieren directamente a las muchas manchas que tiñen su gubernatura. Aunque no lo merece el pueblo lector y los muchos sectores ávidos de cultura del gran estado de Veracruz, por hoy me convenzo de que sea su propio gobernante quien mastique en murmullos de su callada y posible conciencia la dolorosa revelación de que las palabras Libertad, Justicia, Diálogo, aunque parezcan invisibles no desaparecen con la suma de cadáveres y por ende –y por ahora—en ese paisaje entrañable de Veracruz, a donde llegaron hace setenta años miles de exiliados huyendo del régimen de pólvora y guerra de Francisco Franco, a pesar y con pesar de lectores, autores y los libros mismos… mejor no Hay.

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