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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Grecia, sola, no llega

Los griegos necesitan más los pactos que las proclamas

Xavier Vidal-Folch

El plazo es corto: entre el Eurogrupo de hoy, y el 28 de este mes en que acaba el plazo del segundo rescate. Para ahuyentar accidentes, Grecia debe encontrar antes la manera de financiarse, hasta que negocie a fondo el conjunto de su relación con la UE.

Hasta entonces, negociar significa dos cosas. Una, obtener recursos, vía la prórroga del rescate, condicionada a garantías, como aceptan los 28; o un crédito puente por amistad, como aspira Atenas para completar su insuficiente liquidez. Dos, ofrecer contrapartidas creíbles.

Aquel toma y este daca están vinculados. Sin uno, no hay otro. El escepticismo europeo luce varias caras. Algunas no son hermosas: el moralismo del acreedor frente a la supuesta frivolidad del deudor; la fatiga del donante frente al receptor; la altivez del eficaz frente al torpe.

Pero hay una certeza: la desconfianza de que la contrapartida sea lo bastante seria. Yanis Varoufakis y Alexis Tsipras juran que cumplirán con las reglas europeas, y por tanto, con la senda de la reducción del déficit (en fases a concretar) hacia el 3%, como máximo.

Aducen que en vez de reducir gastos, aumentarán ingresos. Y estos, sin machacar más a trabajadores y clases medias bajas. Es cierto que los evasores proliferan: la Iglesia ortodoxa, la oligarquía de armadores y navieros con base en Panamá y cuentas en Suiza, sí. Pero también —¿hasta hoy?— médicos y profesionales liberales.

Pero ¿es creíble que puedan levantar tanta recaudación, como para financiar los 11.000 millones largos en que Syriza cifró [más de un 6% del PIB] el programa de emergencia social de Tesalónica? Sería maravilloso.

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Pero temamos que los números no cuadren. España, con similar proporción de economía sumergida que Grecia (quizá un 25%), pero que goza de una Agencia Tributaria eficaz (si bien muy mejorable) recaudó —en 2014— 12.318 millones persiguiendo el fraude fiscal, aproximadamente un 1,2% del PIB. En años anteriores osciló entre 10.000 y 11.000 millones.

La economía española quintuplica la griega, que equivale a la catalana (con cuatro millones de bocas más). Recaudar los 11.000 millones de Tesalónica es hercúleo. El Gobierno griego anterior pretendió rastrillar del fraude 1,5 puntos del PIB, casi 3.000 millones anuales adicionales. En 2012 y 2013 sólo añadió la sexta parte: 533,7 millones.

Seguro que los de ahora pueden mejorarlo; los irritados les respaldan. Pero los griegos no llegan por sí solos —y sus socios escépticos lo saben. Por eso necesitan otros apoyos: inversión exterior, crecimiento europeo. O sea, pactos. Más que proclamas populistas-nacionalistas.

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