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“Hola, soy María y soy neurótica”

En México hay más de 900 grupos que atienden a personas con neurosis y siguen los pasos de Alcohólicos Anónimos

Sesión de Neuróticos Anónimos en la Ciudad de México
Sesión de Neuróticos Anónimos en la Ciudad de MéxicoSAÚL RUIZ

María hace sonar una campana. Comienza la sesión. “Buenos días, empezamos con esta asamblea de hora y media. Cada uno de los presentes subirá a la tribuna por cinco minutos. La primera parte será de carácter informativa porque tenemos compañeros nuevos, y después podrán contar algo de su vida personal. Yo soy María y soy neurótica -nombre ficticio-”, dice la coordinadora de uno de los casi 900 grupos de Neuróticos Anónimos que hay alrededor de la República mexicana. Este es el de las 10.30 en el centro histórico de la Ciudad de México.

La asociación de Neuróticos Anónimos A.C. fue fundada por el psicólogo Grover Boydston en Washington, EE UU, en 1964 y una década después aterrizó en México DF. Ahora existe en casi todos los países de América Latina. El objetivo es “auxiliar a las personas que padecen neurosis”, explica Cecilia Lagunas Aranda, gerente de la organización. “Es una terapia de espejo, el que está abajo escucha al que está en la tarima. La historia le suena familiar, se ve reflejado. El método de recuperación consiste en los mismos 12 pasos que el programa de Alcohólicos Anónimos (A.A), pero adaptado a personas emocionalmente enfermas y que no necesariamente tiene un problema con el alcohol”, desarrolla Lagunas. Entre los pasos están: “Admitimos que éramos impotentes ante nuestras emociones, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables (paso1). Reparamos directamente a cuántos nos fue posible el daño causado (paso 9)”.

La asociación no utiliza ningún método científico para diagnosticar a un enfermo como neurótico y ninguno de los empleados es médico. Entre ellos se organizan y, según la experiencia y los años en el grupo, van adoptando distintos roles. Según la organización un neurótico se define como “cualquier persona cuyas emociones interfieren con su funcionamiento en cualquier forma y en cualquier grado, siempre y cuando ella lo reconozca”. Para autodiagnosticarse, explica Lagunas, la asociación facilita un cuestionario con 26 preguntas. Algunas son: “¿Le gusta conmiserarse? ¿Miente sin necesidad? ¿Ha perdido sus ánimos de superación? ¿Tiende a exagerar sus estados de optimismo o depresión? Si uno contesta a cuatro o más en afirmativo NA recomienda acudir a los grupos.

Juan, quien prefiere dejar su apellido en el anonimato, se ve a sí mismo como un neurótico recuperado después de 21 años de acudir a las sesiones. “Yo decía que era alguien raro. A veces amanecía triste y otras con una ira tremenda porque el día estaba nublado o había demasiado sol. A veces aventaba objetos y luego sentía una culpa tremenda que me obligaba a mentir para justificar mi comportamiento”, cuenta este michoacano de 58 años.

-¿Cómo llegó a NA?

-Cuando intenté suicidarme, por tercera vez

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Con voz relajada y pausada, Juan no tiene reparos en contar las veces que intentó quitarse la vida. “Fui con psicólogos y psiquiatras, ellos me eliminaron mi adicción a los somníferos, aún así sentía un vacío en el estómago y una bola en el pecho, quería llorar, maldecir. Según yo todo era por culpa de algo más: de mi familia, el lugar donde había nacido, mi físico, el dinero. Parecía que todo estaba en mi contra”, explica este hombre que se mudó al DF a los 12 años en busca de independencia dejando los estudios sin terminar. Por recomendación de los médicos comenzó a ir a las sesiones de NA casi a diario sin estar convencido de su utilidad y tardó casi dos años, según asegura, en aceptar la realidad y cambiar su mirada y postura ante ella.

La asociación no está vinculada a ninguna ideología política o credo religioso, sin embargo, aceptan la existencia de un poder superior. “No importa qué nombre le pongas, pero es una forma de llevar una vida espiritual”, explica la gerente. En el grupo matutino del centro histórico acuden como unas 15 personas, gente vestida de traje y otros con ropa deportiva, algunos son doctores, otros no tienen estudios; hay caras con arrugas, y otras que evidencian los años que les quedan por delante.

Palabras semejantes se escuchan de los que suben a la tarima: estaba triste, a veces demasiado eufórico, perdí la motivación por superarme, todo era “pobre de mí”, le echaba la culpa a todo, no me cuidaba. Algunos testimonios suenan a tragedia, se escuchan secuestros, impulsos suicidas, no tener dinero para comer. Otras, resultan más cotidianas, el tráfico, la falta de trabajo, problemas con la pareja, un jefe pesado. Pero todas recuerdan al cliché que mencionó el novelista David F. Wallace en un discurso de graduación en la Universidad de Kenyon: “La mente es un siervo excelente, pero un amo terrible”. Suena la misma campana. Todos se toman de la mano rezan la última oración y se dan un abrazo. La sesión ha terminado.

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