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Adiós al cambio en Marruecos

En el aniversario de la olvidada protesta estudiantil 20-F, una clase de jóvenes de la élite marroquí lamenta la falta de libertad y la religiosidad del país

Javier Casqueiro
Manifestantes en Rabat el 20 de febrero de 2011.
Manifestantes en Rabat el 20 de febrero de 2011.Uly Martín

El pasado viernes fue el cuarto aniversario del estallido en Marruecos del Movimiento estudiantil 20-F, que provocó con sus protestas callejeras en plena irrupción de la primavera árabe una convulsión inédita en el país, hasta el punto de que el rey Mohamed VI acabó anunciando una amplia reforma de la Constitución, ya aprobada. El viernes no hubo ninguna celebración ni conmemoración ni especiales en la prensa sobre el 20-F. Ese colectivo está desaparecido, exiliado o preso. Los medios de comunicación han prestado más atención, dossiers e interés al fenómeno de Podemos en España. Una cincuentena de jóvenes de la élite de Rabat explicaron a EL PAÍS en esa jornada las razones de su desencanto: tienen miedo a represalias si expresan sus ideas y lamentan una regresión del país ante la creciente presencia de la religión.

Les costó arrancarse a hablar a los miembros del último curso del Colegio Español de Rabat. Y no por timidez. Son unos 50 chavales, chicos y chicas de entre 17 y 18 años, de una escuela que educa con los parámetros, profesores y el sistema español a los hijos de las clases dirigentes de Marruecos, a punto de dar el salto a la universidad y de votar en las elecciones del año que viene. Tienen preparación, idiomas y cierto orgullo de clase.

Una joven es una de las más lanzadas, abiertas y claras. Pero luego sus mismos reproches los repiten casi de manera enojada con el panorama actual otros de sus compañeros.

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El Movimiento 20-F ya no les dice nada. Argumentan que fue incluso una tapadera auspiciada por el poder para apaciguar los ánimos levantados en aquellos días y controlar mejor las manifestaciones. Abominan de los medios de comunicación tradicionales marroquíes, porque están controlados y no aportan nivel a sus debates, y recomiendan el uso de las redes sociales para enterarse de cómo canalizan ahora sus inquietudes.

Están mucho más al día de lo que propone Podemos, un partido al que se sigue con mucha vigilancia por el poder en Marruecos por sus tesis cercanas al Frente Polisario sobre el Sáhara y por sus ideas de acabar con las vallas en Ceuta y Melilla, como se ha reflejado en el último número en portada y amplio despliegue interior de L'Observateur.

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Ese mismo viernes, Abdellah Tourabi, director del semanario Telquel, el más prestigioso de Marruecos, reprochaba a los partidos establecidos no haber sabido integrar cuatro años después esa savia nueva que apareció con el 20-F en sus estructuras para refrescar a su propia casta decimonónica.

Los chicos del instituto español resumen su malestar actual con su país en que las reformas anunciadas entonces, al calor del 20-F pero también de la inestabilidad de las naciones vecinas, se frenaron y han provocado un paréntesis raro. “Nosotros tenemos preparación, sabemos pensar, no tenemos que asumir todo lo que nos dicen oficialmente, pero nos falta mucho espíritu crítico”, se queja una de las alumnas. No están indignados ni aglutinados en ningún colectivo o partido. Piensan en salidas individuales. Algunos profesores universitarios marroquíes han admitido que ese mismo ambiente conformista de la juventud marroquí les sorprende en estos momentos en sus clases.

Sus compañeros lo asumen sin rubor y admiten además que les es más fácil expresar sus anhelos a colegas españoles u otros amigos extranjeros que a cualquiera en su país: por miedo. “Aquí si dices algo que puede no ser adecuado no se sabe lo que te puede pasar a ti y a los tuyos”, confiesan varios de los estudiantes. Ese clima les transmite una opresión que les lleva a la mayoría a asegurar que su ilusión es emigrar, marcharse fuera, a trabajar y a vivir. Alguno matiza, sin embargo, que sí pretende continuar viviendo en su país y ayudar así a su desarrollo.

Reconocen que tampoco pueden mantener ese tipo de charlas, en general, con sus padres en casa porque no les entienden y porque confían más en su propia fe. “En Marruecos tenemos un problema con la religión, cada vez está más presente y lo contamina todo”. Se refieren así a los retrocesos en algunos aspectos de las libertades, a los nulos avances con respecto al aborto clandestino, a las mayores restricciones por ejemplo en la venta oficial de alcohol o a la situación de las mujeres y el mayor uso del velo en el día a día.

- ¿Pero tú, cumples los preceptos del Ramadán? Le pregunta a una de las estudiantes más críticas.

- “Bueno, pero eso es otra historia, que depende además de mi vida privada”.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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