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Columna
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Un país empriantanado

Las críticas de González Iñárritu, Guillermo del Toro o Fernando del Paso exhiben la falta de moral de las élites méxicanas

Jorge Zepeda Patterson

"Los gobiernos ya no son parte de la corrupción, el Estado es la corrupción", dijo González Iñárritu hace unos días, para confirmar que su cuestionamiento al Gobierno de México no había sido una ocurrencia al calor del Óscar recibido sino el resultado de una reflexión calculada. Días más tarde su colega Guillermo del Toro fue aún más lejos: "Me encantaría sentarme con la clase política y prenderles fuego para que hubiera voluntad histórica, no nomás voluntad de robar. A muchos de nosotros nos van a olvidar, pero a ellos, las chingaderas que hacen, las va a recordar la historia". Fernando del Paso, el laureado escritor de Noticias del Imperio, se lamentó porque "nuestra patria parece desmoronarse... algo se está quebrando en todas partes" y agregó: "Me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia".

No es frecuente una crítica política tan acerva por parte de artistas e intelectuales que han llegado a la cima del éxito. Por lo general, muchos de ellos lo han logrado a la sombra del árbol generoso y cómplice del Estado; otros, simplemente, prefieren mantenerse al margen de la política para no lastimar oportunidades presentes o futuras.

No es el caso de González Iñárritu, Guillermo del Toro o Fernando del Paso, cuyo éxito internacional de alguna forma les blinda de las represalias que puede provocar una irritación de parte del gobierno mexicano.

González Iñárritu, Guillermo del Toro o Fernando del Paso, poseen un éxito internacional que les blinda de las represalias de sus críticas al Gobierno

Con todo, se requiere valor y honestidad para propinar un coscorrón a ese statu quo que se inclina para venerarlos, con el propósito de apropiarse de un pedacito de los laureles internacionales que ellos han cosechado. En cierta forma las nuevas declaraciones de González Iñárritu constituyen una forma de sacudirse el tuit que Peña Nieto difundió instantes después de que el Negro obtuviese la estatuilla ("qué merecido reconocimiento a tu trabajo, entrega y talento. ¡Felicidades! México lo celebra junto contigo").

El comportamiento de estos artistas exhibe a las élites (y bien podríamos incluir a Alfonso Cuarón, quien en repetidas ocasiones ha vertido duros cuestionamientos al estado de la política y la corrupción en nuestro país). Un garbanzo de libra que hace más visible la complicidad de las dirigencias políticas, empresariales e intelectuales con la enorme corrupción institucional que padece México.

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Justamente por eso es tan certera la caracterización que hace González Iñárritu: el Estado es la corrupción. La debacle no se reduce al hecho de que una generación de funcionarios y políticos voraces haya tomado el poder. Se trata de que las élites nacionales han dado la espalda de manera sistemática a toda consideración moral. Los escándalos de corrupción dentro del primer círculo de poder son cuestionados por una opinión pública difusa, pero no por los protagonistas que resultan decisivos en la definición de la agenda nacional. Los grandes empresarios son evasores sistemáticos de impuestos y beneficiarios de privilegios de toda índole; los dirigentes de la oposición medran en sus negociaciones con el poder; los legisladores han cobrado en oro su complicidad; y los grandes medios de comunicación venden caro su amor; artistas e intelectuales cuidan como pueden los escasos islotes que aún persisten, permanentemente amenazados por la crisis y por el desprecio de funcionarios incultos; jueces y ministros de la corte siguen siendo una rama del poder político (y la designación de Eduardo Medina Mora el martes pasado no hace sino confirmarlo).

El Gobierno puede cometer cualquier arbitrariedad ya que no hay mecanismos de rendición de cuentas y tampoco una reprobación moral 

En cierta forma lo que atestiguamos es el triunfo absoluto del PRI: logró imponer sus valores al resto de la sociedad, o por lo menos a aquella parte de la sociedad que influye. Los panistas llegaron al poder y se convirtieron en una mala copia de los priistas; peor aún, la clase política en su conjunto ha hecho suya la moral del partido tricolor.

Peña Nieto y sus funcionarios pueden cometer cualquier arbitrariedad sin temer mayor contratiempo. No sólo porque no existen los mecanismos de rendición de cuentas, sino porque ni siquiera hay una reprobación moral en los círculos sociales en los que ellos se mueven. Basta con que omita leer la prensa extranjera y limite sus apariciones exclusivamente a sitios "pre producidos". No habrá cejas levantadas en Las Lomas y en Santa Fe, en Cancún y en Los Cabos, en San Pedro, Nuevo León. No hay reservas morales desde las cuales sus pares puedan reclamar una comitiva de 200 personas para una breve visita a Londres (doctores y estilistas incluidos). ¿Cómo cuestionar la existencia de mansiones de valor inexplicable cuando todos ellos también las tienen?

El PRI ha convencido a las élites de las ventajas de chapotear en el lodo y de paso ha convertido la vida pública en un pantano infesto en el que todos ellos abrevan. En efecto, algo se quebró y no parece tener compostura.

Twitter: @jorgezepedap

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