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La soledad de Dilma Rousseff

Cada vez más aislada y con menos apoyos la presidenta brasileña vive su peor momento

Antonio Jiménez Barca
Dilma Rousseff en Brasilia.
Dilma Rousseff en Brasilia.UESLEI MARCELINO (REUTERS)

En un chiste de Folha de São Paulo, aparecido este lunes, el dibujante Jean Galvao presenta a la presidenta Dilma Rousseff en un rincón oscuro del palacio, abrumadoramente sola, mirando hacia un amplio ventanal desde donde se ven las multitudes que protestaron el domingo en las calles contra ella. La presidenta, vestida de rojo, con gesto de enfado, se limita, impotente, a contar señalando con el dedo: “Uno, dos, tres, cuatro…”. El dibujo refleja medianamente bien la actual situación política de la presienta: aislada, sola, parapetada en su residencia de Brasilia y cada día con menos apoyos con los que contar. Los centenares de miles de personas que salieron el domingo a protestar en São Paulo y otras ciudades brasileñas (algunos los cifran en un millón, otros los elevan a dos) corearon, sobre todo, un eslogan claro y rotundo: “Fuera Dilma”.

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Más allá de las cifras, la respuesta de la población —en su inmensa mayoría perteneciente a clase media y urbana— fue masiva, contundente e inesperada. De ahí que la presidenta brasileña atraviese su peor momento, con una popularidad que ya de por sí se iba a pique: sólo un 23% consideraba, según una reciente encuesta hecha antes de la protesta, que la gestión de Rousseff es buena. Todo esto, en un tiempo récord y a tres meses y medio de haber tomado posesión de su segundo mandato.  Este lunes, en un acto institucional en Brasilia, la presidenta ha asegurado que la obligación del Gobierno “es escuchar la calle”. "Yo soy la presidenta de todos los brasileños. Tenemos que oír y dialogar, pero también mantenernos firmes en lo que consideramos que es esencial, como la lucha contra la corrupción y el ajuste fiscal”.

Los analistas y especialistas recuerdan el cada vez más escaso margen de maniobra de la presidenta y su cada vez más exigua lista de aliados, a excepción del último círculo de colaboradores y de ministros fieles.

Desde el Partido de los Trabajadores (PT), formación a la que ella pertenece, ya se han oído voces críticas: el senador Walter Pinheiro, personaje histórico del partido, denunció al Gobierno por no saber reconocer los errores y escuchar a la sociedad.

No es sólo él. Una parte del partido de Rousseff y de Lula critica, de una manera más general y desde hace tiempo, que la presidenta haya asumido desde el principio las teorías económicas del ministro de Economía, Joaquím Levy, proclive a un ajuste fiscal, a la subida de impuestos y a la contención de gasto. 

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El partido aliado del Gobierno, el PMDB (Partido do Movimento Democrático Brasileiro), de ideología poco clara, tampoco es un aliado fiable. Es cierto que varios de sus miembros están en el Gobierno, entre ellos el vicepresidente, Michel Temer. Pero la lista hecha pública hace dos semanas de implicados en la corrupción de Petrobras, entre los que se cuentan el presidente del Congreso, Eduardo Cunha y del Senado, Renán Calheiros, ambos de este partido, han envenenado esta relación y la han sembrado de minas que pueden explotar en cualquier momento.

El mismo Lula, mentor de Rousseff, referencia del PT (y de la izquierda brasileña), la persona que la eligió para el cargo y que en la última y decisiva parte de la campaña electoral puso su carisma y su tirón electoral al lado de la candidatura de Rousseff, permanece ahora o por ahora callado y ausente. Desentrañar cómo se llevan Rousseff y Lula es un capítulo interminable de la política brasileña contemporánea, debido a que las relaciones entre el fundador del PT y la presidenta siempre han sido complicadas: caracteres distintos, dos egos poderosos frente a frente, intereses a veces encontrados, falta de confianza en ocasiones por las dos partes…

Hasta ahora, el PT ganaba en las calles. Ya no. La multitudinaria protesta del domingo, la más numerosa en la reciente democracia brasileña, con un millón cuando menos de manifestantes por todo Brasil, hace palidecer la marcha de apoyo a Rousseff que se convocó el viernes, con 40.000 seguidores (e insultos al ministro de Economía añadidos).

Al aislamiento de los demás se suma el ensimismamiento interior: quienes conocen a Rousseff la describen como a una persona solitaria, desconfiada, poco amiga a reconocer errores y tendente a establecer entre el mundo y ella una cámara protectora o aislante. Así, todos los factores sumados hacen que la Dilma Rousseff de verdad se parezca cada vez más a la Dilma Rousseff del dibujo.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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