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Columna
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No hay futuro sin pasado

En el Perú no todas las personas convergen aún en la necesidad de ventilar un pasado en el que murieron decenas de miles de personas

Diego García-Sayan

¿Es necesario hurgar en los rincones más sórdidos y violentos del pasado de una sociedad? ¿Sirve eso para la reconciliación nacional, para reparar a las víctimas o, en general, sirve para algo? Son preguntas que aparecen siempre cuando se transita de la dictadura a la democracia o de la guerra a la paz. Frente a ellas cabe todo un abanico de respuestas; en cada caso se han dado respuestas específicas sin que sea posible encontrar un modelo o formato a destacar.

A veces los caminos escogidos fueron los de tender mantos de olvido e impunidad. Otras veces —en ocasiones, a trompicones— se abrió el camino de la verdad y el del examen de lo ocurrido a partir de lo cual se abren a veces ricos procesos en los que la memoria se incorpora como un ingrediente medular de la construcción del futuro.

“No hay futuro sin pasado”, fue el lema que presidió en días pasados el encuentro en Lima, Perú, entre el presidente de Alemania, Joachim Gauck, y el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM) con cuya presidencia he sido honrado. “Lugar” que recién se inaugurará en el segundo semestre, pero que puso en marcha una exhibición temporal el sábado 21 de marzo.

Como es sabido, Gauck encarna —como nadie en el mundo— el concepto de “cultura de la memoria” en cuya definición él no ha sido ajeno. Luchador contra el autoritarismo del régimen de la entonces RDA (República Democrática Alemana), Gauck llevó después el liderazgo en la sistematización y accesibilidad de la frondosa documentación en manos de la Stasi, uno de los aparatos de espionaje político más siniestros y con más recursos del siglo XX.

Fue muy interesante constatar en ese encuentro en Lima la perspectiva convergente entre dos procesos completamente distintos entre sí —el alemán y el peruano— pero en los que la memoria y la verdad aparecen como medulares en la construcción de un futuro democrático. Por cierto que me refiero a los grandes conceptos ya que no son comparables el horror del nazismo y el holocausto o el totalitarismo en la RDA con lo que sufrió el Perú desde 1980 con el terrorismo de Sendero Luminoso o la desmesura en el accionar de algunos aparatos de seguridad del Estado.

Es interesante constatar que en ambos procesos aparecieron dificultades reales para encarar con transparencia y contundencia el examen del pasado. Gauck explicó cómo fue recién en la década de los setenta —25 años después del fin del nazismo— cuando “la generación joven indagó, inquirió, hurgó, insistió y proporcionó nuevos impulsos gracias a su actitud crítica”. La clave conceptual: la historia no se debe leer únicamente desde la perspectiva del Estado sino “con los ojos de las víctimas”.

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En el Perú, varios años después de la derrota de Sendero Luminoso, no todas las personas convergen aún en la necesidad de ventilar un pasado en el que murieron decenas de miles de personas, más de 15.000 desaparecidos, y yacen mutilados varios centenares de policías. En contextos totalmente distintos aparecen, así, resistencias. En uno y otro caso, la respuesta es y viene siendo —en ritmos y momentos diferentes— que el conocimiento de la verdad es esencial para construir una sociedad democrática y que no se repitan tragedias del pasado.

En medio de un amplio proceso de consultas —que desde el LUM se ha denominado “proceso participativo”— sobre los contenidos que debe tener el lugar en el Perú, más han sido ahora las perspectivas convergentes que las de antagonismo. La clave está en que la sociedad siga trabajando en ese conocimiento del pasado con rigor y objetividad, recogiendo las perspectivas y necesidades de la gente y sin caer en la tentación de construir una “verdad oficial”.

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