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El reinado del terror de Boko Haram

5.500 civiles han sido asesinados y 2.000 mujeres han sido raptadas, según Amnistía

José Naranjo
Imagen de una zona de Bama arrasada por Boko Haram.
Imagen de una zona de Bama arrasada por Boko Haram. Amnesty International / DigitalGlobe

Más de 5.500 civiles asesinados y unas 2.000 mujeres raptadas, pueblos enteros arrasados, violaciones, masacres, asesinatos a sangre fría, cientos de personas obligadas a coger un arma para atacar a sus propios vecinos, lapidaciones por adulterio. El último informe de Amnistía Internacional (AI) sobre Boko Haram, 90 páginas demoledoras elaboradas sobre la base de 377 entrevistas a víctimas y testigos de los hechos, documenta la violencia perpetrada por el grupo terrorista más sanguinario de África en los últimos 15 meses en el noreste de Nigeria. La organización también relata cómo ha sido la vida para cientos de miles de personas afectadas por este “reinado del terror”, como lo califica Salil Shetty, secretario general de AI. El secuestro de las 276 niñas en Chibok, del que hoy martes se cumple un año, no es sino la punta del iceberg.

El 5 de mayo de 2014, Boko Haram llevó a cabo uno de sus peores ataques, en la localidad de Gamborou, donde murieron unas 400 personas. “Disparaban contra todo el mundo en la ciudad, matando indiscriminadamente. Siguieron a la gente hasta sus casas y los mataron, fueron al mercado y mataron a más. También abrieron fuego con el tanque que traían. Fueron a una tienda de motocicletas, cogieron un centenar de ellas y circulaban por toda la ciudad matando gente y quemando casas”, según dijo Sari Zuwa (nombre ficticio) a los investigadores de AI.

El grupo terrorista ejerce su violencia contra todos los que considera “no creyentes”, sean o no musulmanes, entre los que incluye a aquellos que no defienden su ideología radical o simplemente quienes de una manera u otra colaboran con el Estado: políticos, religiosos, líderes tradicionales, funcionarios, profesores, médicos, estudiantes. Todos son objetivos, todos deben sufrir. Los ataques a escuelas y hospitales, que dejan arrasados, son una de sus prioridades.

El pasado 14 de diciembre, Boko Haram tomó la ciudad de Madagali, en el estado de Adamawa. Ahmed, de 20 años, fue llevado hasta el patio de un colegio con todos los hombres, a quienes preguntaron si querían sumarse al grupo terrorista. A quienes se negaban, los reunían a un lado. “Nada más llegar vi que había dos grupos, algunos estaban sentados en el suelo con las manos atadas. Dos hombres los iban degollando con un cuchillo. Nos sentamos y esperamos nuestro turno. Nos dijeron que nos iban a matar todos”. Ahmed logró escapar cuando los trasladaron al río.

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Alhadji, otro joven de Madagali, vio dos pilas de cadáveres amontonados. “Iba contando a los que asesinaban, llegué a 27. Cuando me tocaba el turno me dijeron que el cuchillo se les había quedado romo. Entonces me arrojaron sobre los cadáveres con otros más y empezaron a disparar. Cerré los ojos. Un cuerpo cayó sobre mí, me dieron en el hombro. Había sangre por todas partes”. Fue dado por muerto y logró escapar, cruzando la frontera hacia Camerún.

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Las mujeres y las niñas no corren mejor suerte. Aisha, de 19 años, fue secuestrada en noviembre junto a tres amigas y llevada a un campamento situado en Gullak (Adamawa). Dos de sus amigas fueron obligadas a casarse con combatientes y ella empezó a recibir entrenamiento. “Me enseñaron a usar explosivos y atacar pueblos junto a otras niñas. Incluso participé en un ataque contra mi propio pueblo”, aseguró a AI. Durante los tres meses que estuvo retenida fue violada de manera reiterada, en ocasiones por grupos de hasta seis hombres. Las que se negaban a matar eran asesinadas y arrojadas a una fosa común. “Hasta nosotros llegaba el olor de los cuerpos en descomposición”, asegura Aisha.

Boko Haram nació en 2002, pero su actividad terrorista se intensifica de manera significativa en el último año. Sus ataques se hacen más audaces, violentos y constantes, unos 20 al mes, y ya no actúan solo contra pequeños pueblos o incursiones esporádicas. El grupo islamista radical entra en las ciudades para quedarse. Y cuando se hacen con el control de una localidad sustituyen a la autoridad y comienza a dictar las normas.

Queda totalmente prohibido fumar o consumir alcohol, los hombres deben dejarse crecer el cabello y la barba y usar pantalones que no toquen el suelo; las mujeres, por su parte, tienen que cubrirse totalmente el cuerpo, incluida la cara, cuando están en público. Los movimientos entre los distintos pueblos quedan limitados y se prohíbe abandonar el territorio bajo control de Boko Haram. Es como una gran prisión al aire libre. Toda transacción comercial debe ser directamente entre productor y comprador, sin intermediarios. En Gamboru, una mujer llamada Zara recibió 30 latigazos por vender ropa de niño a una vecina.

Los rezos son obligatorios, y quien no participe en los mismos es castigado con azotes. Los musulmanes son instruidos en nuevas formas de oración porque, según Boko Haram, sus prácticas previas están equivocadas, no responden al verdadero islam. Los cristianos también son forzados a convertirse y a adoptar las nuevas prácticas. El adulterio está castigado con la pena capital por lapidación. Mustafá Saleh, un niño de 15 años, participó en una de estas condenas en Bama, la segunda ciudad del estado de Borno. “Condenaron a cinco hombres y cinco mujeres el viernes. Llamaron a los vecinos y les dijeron que les apedrearan. Yo participé, cavaron un hoyo, los enterraron con la cabeza fuera y los apedrearon. Cuando morían, los dejaban allí", dijo Saleh a AI.

Cada localidad es gobernada por un emir nombrado por Boko Haram, normalmente alguien de la zona, que se instala en una de las mejores viviendas expulsando a sus legítimos propietarios y se beneficia del pillaje llevado a cabo en el pueblo por sus hombres. Se calcula que el grupo terrorista puede tener hasta 15.000 miembros organizados en células con relativa autonomía operacional, aunque todas bajo el mando del líder político y espiritual Abubakar Shekau, también llamado el Emir, quien a su vez se apoya sobre un consejo de ancianos, la Shura, formado por siete miembros. Las células militares están organizadas como ejércitos, con un comandante, el gaid, y varios subcomandantes, los munzirs.

La violencia de Boko Haram ha provocado también la huida de 1,5 millones de personas de sus casas, la mayoría desplazados dentro de la propia Nigeria y varios cientos de miles a los países vecinos, Níger, Chad y Camerún. Entre ellos se encuentran unos 800.000 niños sobre los que Unicef alerta de que se encuentran en situación de grave peligro, con escaso o ningún acceso a ayuda humanitaria y privados de su derecho a la sanidad, la educación y los servicios sociales.

Desde el pasado mes de febrero, los Ejércitos de Chad, Níger y Camerún han movilizado sus tropas contra Boko Haram, que pierde terreno ante el avance desde el sur de las Fuerzas Armadas nigerianas. Al menos sesenta localidades, entre ellas la ciudad de Gwoza, sede principal del califato autoproclamado por los terroristas, han sido recuperadas por el Ejército.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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