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Tribuna
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Lo único que no necesita Brasil es gobernantes con miedo

La presidenta Rousseff debe reconocer que se ha equivocado y que se está esforzando por reparar sus errores

Juan Arias

Quien haya podido aconsejar a la presidenta Rousseff de no hablar en cadena nacional el 1 de mayo, fiesta del Trabajador, al igual que lo había hecho todos los años, se equivoca. Se trata de una decisión que no combina con su biografía de luchadora contra la dictadura y que además humilla a los trabajadores en un momento que más necesitan, sí, ser protegidos contra el miedo a perder sus conquistas.

Si algo no necesita el Brasil de hoy, desencantado y preocupado por su presente y su futuro, es el ver huir a sus gobernantes de los abucheos. Necesita verlos firmes, seguros, capaces de enfrentar la protesta y de dar la cara.

Ni como mujer, ni como alguien que no se echó para atrás en sus convicciones juveniles cuando militaba en los grupos de la guerrilla armadas y enfrentó la cárcel y la tortura, Rousseff debería temer el ruido a los abucheos.

Si a los pocos meses de su primer mandato como primera mujer al frente del país tuvo el coraje de poner en la calle a ocho ministros de su gobierno, algunos heredados de su tutor el expresidente Lula Da Silva, y fue aplaudida y elogiada como presidenta con más coraje que los hombres en la lucha contra la corrupción, hoy no puede ni debe aparecer con miedo a ser contestada.

Rousseff tiene una deuda con la sociedad y hasta que no la salde y pida perdón, no podrá permitirse pedir paciencia a la gente

La pasada festividad de la mujer, cuando su discurso al país fue acogido con cacerolazos, aquella contestación fue más a sus palabras que a su persona, y sigue siendo tratada con respeto. Quienes le aconsejaron entonces “pedir paciencia” a una sociedad irritada con el gobierno por su política económica considerada errada y por la subida del nivel de la corrupción política, se equivocaron como lo hacen ahora quienes pretenden esconderla.

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Rousseff tiene una deuda con la sociedad y hasta que no la salde y pida perdón por ella, no podrá permitirse pedir paciencia a la gente. Esa deuda es con los 54 millones que le dieron su voto y su confianza en las urnas tras haberles pintado al país de color de rosa, sin crisis económica y a sus opositores como los verdugos que se proponían entregar el país y sus conquistas sociales a manos de los ricos y de los banqueros.

Hasta que no reconozca la presidenta, no ya que mintió a los electores como muchos piensan, sino simplemente que se había equivocado y que hoy se está esforzando por reparar sus errores, ese miedo a ser abucheada seguirá siendo real.

En Brasil puede atemorizar a los gobernantes y políticos reconocer sus posibles errores y tranquilizar a los ciudadanos de que están dispuestos a reparar las fallas y a mejorar las cosas.

No así, por ejemplo en los Estados Unidos, el país más rico y poderoso del mundo donde parece natural que su Presidente Obama salga a la televisión para pedir disculpas por alguno de sus errores tácticos sea en la economía, en lo social o hasta en su política exterior. Ese reconocimiento de culpa no sólo no lo empequeñece sino que lo fortalece.

Lo que menos necesita hoy Brasil es ver a sus gobernantes huyendo amedrentados al ser contestados por una sociedad cada vez más exigente que acepta menos que antes el ser engañada.

No es sólo Dilma, en efecto, la que hoy es abucheada en público. Lo acaba de ser su vicepresidente, Michel Temer, en São Paulo y lo está siendo el presidente del Congreso, Eduardo Cunha, donde se presenta. Y lo fue en días pasados, Alckmin, gobernador del mayor y más rico estado del país.

Son ya cuatro personalidades del mayor relieve de la república. Y a ellos podrían seguirles otros.

¿Qué hacer? ¿Crear un bunker donde protegerlos? ¿Amordazarles para que no hablen? ¿Encerrarles en sus palacios a la espera que se calmen las aguas, como ha aconsejado uno de los marqueteros de Dilma?

Brasil necesita de gobernantes y políticos no enfundados en los pliegues del miedo, y temerosos ante el primer abucheo

No es eso lo que necesita un país que es consciente que puede mejorar porque está lleno de recursos naturales, de talentos desaprovechados, de creatividad reprimida y de ganas de triunfar y vivir sin el agobio de perder lo ya conquistado, que no es poco.

Brasil necesita de gobernantes y políticos no enfundados en los pliegues del miedo, temerosos ante el primer abucheo. Necesita de políticos que les ofrezcan una nueva esperanza; que les aseguren, sobretodo a los trabajadores, que no van a perder lo que ya conquistaron con tanto esfuerzo, sudor y a veces hasta hambre y humillaciones.

Ojalá la presidenta desoiga a sus áulicos miedosos y sorprenda apareciendo el viernes en televisión para honrar a los millones de trabajadores que le dieron su voto. Que hable y no sólo en las redes sociales, no para pedir de nuevo paciencia o vender cuentos de hadas. Que sea capaz de convencer a trabajadores y empresarios, pequeños o grandes que estará a su lado para que nada ni nadie les despoje de sus conquistas.

Que lo haga con palabras capaces de convencerles que tienen razón de temerles y que se compromete a devolverles la esperanza perdida.

Si aún así fuera abucheada, no importa.

Que nadie me interprete mal, pero preferiría ver a Rousseff tirando la toalla con tranquilidad para que otros recojan el relevo del poder si se sintiera desbordada por el realismo político, que temblando de miedo de ser enfrentada.

¡Habla, Roussef!. Si no te asustaron un día los militares dictadores que torturaron tu cuerpo joven, menos deberían asustarte los cazerolazos inocuos y democráticos de una calle que no exige revoluciones violentas, sino que desea sólo crecer y ser feliz.

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