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Tribuna
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La primavera nueva

Obama pretende conjurar con su acercamiento a la Cuba de los hermanos Castro, pero para alcanzarlo debe esclarecer dos asesinatos ocurridos en San Juan de Puerto Rico

Los deshielos siempre revelan lo que el invierno atrapó bajo una pesada capa que ahora se transmuta. Y esos hallazgos sorprenden al devolver lo que se pensaba perdido u olvidado, que de repente adquiere un nuevo protagonismo. Así fue la Guerra Fría en el Caribe, una tormenta que arrasó con frío y calor una región que devino foco de luchas intensas dejando tras de sí una estela de violencia impune que aun aguarda por resolverse.

Para Cuba y Puerto Rico, aquellas últimas dos colonias españolas sacrificadas a Estados Unidos en el altar de la guerra, el siglo XX supuso un largo periplo con destinos distintos aunque ubicadas justo en el centro mismo de la zona de influencia del gran vecino del norte. Independiente aunque de forma solo nominal, Cuba vivió una revolución en 1959 que destrozó la hegemonía estadounidense en esa isla, mientras Puerto Rico ensayó un ejercicio de autonomía retórica mediante una nueva constitución para ocultar su permanente e inamovible sujeción al Congreso de Estados Unidos.

Carlos Muñiz Varela, un joven exiliado cubano fue fusilado mientras conducía su vehículo

De ese modo ambas Antillas quedaron plantadas en los extremos del espectro ideológico, siendo la revolución cubana la de mayor protagonismo internacional al convertirse en portaestandarte de la gran utopía de izquierda en el hemisferio. El temor a la amenaza cubana sacudió el orden político y justificó en la opinión de ciertos ideólogos el empleo de cualquier medio para impedir el contagio de aquella oleada roja. Así cayeron viejas y nuevas democracias, y se justificaron lo más repugnantes asesinatos en aras de preservar la fidelidad a un orden dictado desde Washington D.C.

En Puerto Rico la represión insular y federal contra el independentismo a todos los niveles fue tan atroz que contradijo las más básicas prácticas de convivencia democrática. Pero esa era de persecución pretende ahora dejarse atrás. Ese es el legado que Barack Obama pretende conjurar con su acercamiento a la Cuba de los hermanos Castro. Pero para alcanzarlo bien puede comenzar por priorizar el esclarecimiento de dos asesinatos ocurridos en San Juan en los que se sospecha la participación directa o indirecta de las autoridades federales.

Santiago Mari Pesquera era un joven educado y trabajador que apenas comenzaba a laborar como aviador en los años setenta cuando fue víctima de un atentado fatal. Su padre, Juan Mari Bras, era uno de los principales líderes del Partido Socialista Puertorriqueño, colectividad que avanzaba paulatinamente en el padrón electoral pese a las amenazas, agresiones y atentados que sufrían sus miembros. La mañana del 24 de marzo de 1976, como de costumbre, salió en el carro de su hermana a comenzar su jornada, pero no alcanzó a completarla. Al otro día su cuerpo baleado y sin vida fue encontrado en el mismo carro que el día anterior conducía.

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Santiago Mari Pesquera, hijo de un líder del Partido Socialista Puertorriqueño, fue baleado 

De inmediato se sospechó que se trataba de un crimen político, en anticipación de los comicios electorales de ese mismo año, en los que su padre era un candidato prominente. Se acusó a un vecino de la víctima que padecía de sus facultades mentales a pesar de que, dada su incapacidad psiquiátrica, era improbable que hubiera actuado solo. Las autoridades sin embargo sumergieron la investigación en un mar de inconsistencias y opacidad para no delatar la posible participación de otros sujetos en el crimen. La confirmación del encubrimiento mismo la dio la Policía de Puerto Rico que solicitó a la Oficina de Investigaciones Federales (FBI, en inglés) que no divulgara detalles de la investigación bajo el alegato de que no eran aptos para conocerse. Ni siquiera la solicitud reciente del mismísimo Secretario de Justicia de Puerto Rico al FBI para que se divulguen ha servido para destapar este conspiración perversa.

Carlos Muñiz Varela era un joven exiliado cubano que había llegado de niño a San Juan y que soñaba con resarcir las heridas que afligían a su comunidad. Su militancia por la reconciliación lo llevó a abrir la agencia Viajes Varadero junto a su socio Raúl Álzaga para promover viajes a Cuba a pesar de una feroz oposición de ciertos sectores extremistas de la derecha cubana, muy cercanos a policías corruptos y a agentes federales. Como castigo aleccionador fue fusilado mientras conducía su vehículo el 28 de abril de 1979 a plena luz del día, dejando dos hijos pequeños y una familia rota por el dolor. Su asesinato permanece impune pese a que la familia ha obtenido documentos mediante la Ley de libertad de información (FOIA, en inglés) que revelan que el FBI conocía de posibles implicados en el crimen, sin que haya hecho nada para evitarlo o esclarecerlo. El desprecio de las autoridades estadounidenses por divulgar la verdad en ambos casos es indignante.

Esta es la notable verruga que afea el rostro de esta trascendental reconciliación porque contradice los principios de libertad y justicia que Estados Unidos dice promulgar. Un simple gesto afirmativo de los funcionarios concernidos ayudaría a cerrar esta triste historia de desidia. Nunca hubo mejor momento.

Pedro Reina Pérez es historiador y periodista puertorriqueño. Twitter: @pedroreinaperez

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