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DE MAR A MAR
Columna
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Dilma Rousseff y su cura de humildad

La presidenta ya no es aquella jefa autoritaria y absorbente a quien denominaban “gerentona”

Carlos Pagni

Pasaron seis meses desde las elecciones presidenciales y la vida pública en Brasil presenta un rostro irreconocible. Si no fuera porque a menudo el estruendo de las cacerolas exige “fuera Dilma”, no hay demasiados indicios de que el Gobierno esté en manos de Rousseff. La presidenta ya no es aquella jefa autoritaria y absorbente a quien denominaban “gerentona”. Alejada de la TV y de cualquier presentación pública, su figura se ha desdibujado. Es un eclipse visual, pero también conceptual y político. El país está a cargo de otra gente, con otras ideas. Para salvar su Gobierno, Dilma tuvo que ceder un monto incalculable de poder.

Los beneficiarios de esa transferencia son dos figuras ajenas al Partido de los Trabajadores (PT). La gestión política quedó en manos del vicepresidente, Michel Temer, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una fuerza de centro, aliada del PT. La economía está a cargo del ministro de Hacienda, Joaquim Levy, apodado “manos de tijera” por su pasión por los recortes. Levy fue siempre más cercano al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), de Aecio Neves, que al oficialismo.

Con Levy, Brasil comienza a reconciliarse con el mercado

Con esa reorientación económica Dilma parece abrir una sendero en la región: ayer Michelle Bachelet siguió sus pasos al reemplazar a Alberto Arenas por Rodrigo Valdés en el manejo de los números.

Levy sedujo a los mercados con la promesa de un severo ajuste fiscal, indispensable para que el país no pierda la calificación de grado de inversión. Se propuso alcanzar este año un superávit del 1,2% del PIB, a través de una racionalización de más del 2% del PIB. Más de la mitad se realizará reduciendo el gasto.

El 20 de abril, Levy se reunió con inversores en Wall Street, donde dejó buena impresión. Expuso un argumento alentador: el 80% de los ahorros que se propone no requiere de la aprobación del Congreso.

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El jueves pasado se entendió el valor de ese dato. El Poder Ejecutivo tuvo que hacer un enorme sacrificio para que la Cámara de Diputados aprobara dos medidas antipáticas para cualquier partido de izquierdas. Ambas exigen más tiempo trabajado para cobrar el seguro de desempleo o un refuerzo salarial del Estado. La dificultad para aprobarlas fue la reticencia del PMDB a dar sus votos si antes el PT no garantizaba los suyos.

Una torpeza del jefe de gabinete, Aloízio Mercadante, convirtió a Dilma en esclava del PMDB. Mercadante forzó una votación para impedir que Eduardo Cunha, de ese partido, presidiera la Cámara de Diputados. Al perder, demostró que el gobierno se hundiría sin el PMDB.

Para salvar su Gobierno, Dilma tuvo que ceder un monto incalculable de poder

El partido de Temer y Cunha hace sentir su rigor a Rousseff. Antes de votar el ajuste de Levy, Cunha consiguió aprobar una enmienda constitucional mortificante para la Presidenta. Llevó la edad de retiro de los jueces del Superior Tribunal Federal de 70 a 75 años. Dilma ya no podrá nombrar nuevos integrantes de esa corte. Tenía previsto reemplazar cinco.

Con Levy, Brasil comienza a reconciliarse con el mercado. La devaluación del real se detuvo. Y se celebra que, como no habrá fondos para inversión, el Estado transferirá negocios al sector privado. Que la tasa de interés en reales sea del 13% anual también ayuda a la canonización financiera de Levy.

Pero este tímido optimismo está amenazado. Nadie sabe si Rousseff mantendrá la templanza frente a la contracción de la economía y el aumento de la desocupación. Este año se prevé una caída de 1,2% en el PIB y un desempleo del 9%. La otra incógnita se refiere a la inversión privada. Brasil está viciado por la corrupción. El escándalo de Petrobras se ramifica entre las principales empresas. ¿Habrá tormentas similares en el Banco de Desarrollo (BNDES) o en el tribunal fiscal? ¿Qué daños cobijan los balances de los bancos? Las multinacionales, sobre todo las que cotizan en Wall Street, son reacias a involucrarse con un país convertido en una caja de Pandora. El giro impuesto por Levy a la economía se registra en otros campos. El ministro de Desarrollo, Armando Monteiro, sostuvo en el Senado que, si bien el Mercosur es un bloque indisoluble, Brasil podría discutir su configuración para suscribir tratados de comercio con terceros. Rousseff quiere firmar un acuerdo con la Unión Europea, y no puede hacerlo por la resistencia de la argentina Cristina Kirchner.

Monteiro encendió alarmas en Buenos Aires. El viernes pasado, el ministro de Economía argentino, Axel Kicillof, y el canciller, Héctor Timerman, viajaron en secreto a Brasilia para discutir las relaciones comerciales con el canciller de Rousseff, Mauro Vieira, y con Monteiro. Los brasileños dieron un ultimátum. Vieira produjo el jueves pasado otra novedad: declaró que Brasil esperaba que Venezuela convoque a elecciones legislativas lo antes posible. Por primera vez el gobierno del PT manifestó una preocupación clara frente a la crisis venezolana. Un detalle: el 30 de junio Rousseff realizará su demorada visita a Washington.

Vieira estuvo obligado a hablar de Venezuela. El Congreso había recibido a las esposas de Leopoldo López y Antonio Ledezma, los líderes que Nicolás Maduro tiene en cautiverio. El PMDB presionó a Dilma para que reciba a esas mujeres. Ella se negó, con la excusa de no invalidar a Brasil como mediador oficioso en Venezuela. Las señoras de López y Ledesma se reunieron con el director de América del Sur de la Cancillería.

Rousseff está siendo sometida a una rigurosa cura de humildad. Después de que su saludo del Día de la Mujer, el 8 de marzo, desatara un gran cacerolazo, desapareció de la TV. El 1 de mayo no se dirigió a los trabajadores. El proselitismo del PT prefiere mostrar a Lula da Silva. El sábado asistió a una boda en San Pablo y fue recibida con insultos.

Son malos tratos dolorosos. Pero quizá Rousseff soporte una carga más pesada: la de gobernar con el programa de quienes le enfrentaron. El ajuste fiscal, la atracción de la inversión privada, la declaración sobre Venezuela, la reconciliación con Washington y la discusión del Mercosur, eran capítulos del programa de Aecio Neves y el PSDB. Al abrazarlos como propios, Rousseff sufre la derrota más dolorosa que puede experimentar un líder: la de tener que reconocer ante los suyos que las ideas del rival eran mejores.

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