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Memoria de azahar antiguo en Jaffa

El exnegociador palestino Nabil Shaat recorre la vieja ciudad árabe donde vivió su niñez

Juan Carlos Sanz
Nabil Shaath, ante su antigua casa en Jaffa.
Nabil Shaath, ante su antigua casa en Jaffa.J. C. S.

“Los que hemos vivido en una ciudad con puerto siempre echaremos de menos el mar”, reflexiona en voz alta ante el decorado otomano de la plaza del Reloj de Jaffa el exnegociador palestino Nabil Shaat. Nació en 1938 en Safed, Galilea, hoy territorio de Israel, y pasó gran parte de su niñez en esa antigua ciudad, entonces de población mayoritariamente árabe y que ahora forma parte del área metropolitana de Tel Aviv.

“Cuando las tropas israelíes avanzaron hacia el puerto cundió el pánico y miles de civiles huyeron”, evoca el actual responsable de relaciones internacionales del partido Fatah los acontecimientos del 15 de mayo de 1948, cuando entró en vigor la partición de la Palestina bajo mandato británico para que surgiera el Estado de Israel. Cerca de 700.000 palestinos tuvieron que abandonar sus tierras y sus casas. “Casi todos acabaron viviendo cerca del mar, llegaron en barcas de pescadores hasta Gaza o Beirut, o se instalaron en Alejandría, como mi familia”, recuerda.

“¡Está casi todo igual que entonces! ¡Aún sigue allí mi colegio!”, exclama con una sonrisa. Cuando se cumplen 67 años de la llamada Nakba (desastre o catástrofe, en árabe), Nabil Sahat pasea de nuevo por las calles de Jaffa –cuenta con un permiso especial para desplazarse, en calidad de alto cargo de la Administración palestina, emitido por las autoridades israelíes— en la emocionada visita de un septuagenario a los paisajes de su infancia. Un privilegio que pocos de los más de cinco millones de palestinos que viven en Gaza, Cisjordania y el exilio pueden disfrutar.

“Pude regresar por primera vez en 1994, poco después de que comenzaran a aplicarse los Acuerdos de Oslo”, explica a las puertas de la escuela Tabita, regentada por monjas católicas escocesas. “Los militares israelíes estaban muy preocupados, querían evitar que me agredieran las bandas de judíos extremistas recién llegados entonces de la antigua Unión Soviética. Así que llegué a mi antigua ciudad con una caravana de vehículos de escolta. Parecía una manifestación para celebrar mi vuelta…”, bromea mientras el colegio de La Salle, donde su hermano estudió con religiosos franceses.

“Pude regresar por primera vez en 1994, poco después de que comenzaran a aplicarse los Acuerdos de Oslo”, explica a las puertas de la escuela de su infancia

El veterano dirigente palestino encamina sus pasos hacia el distrito donde se hallaba la casa de su familia. “Todo esto eran antes campos con los célebres naranjos de Jaffa”, señala unos bloques de viviendas. “El olor a azahar lo llenaba todo en primavera, esa mi memoria más viva de mi niñez”, confiesa Shaat, que prosiguió sus estudios en Egipto tras la Nakba antes de graduarse en la Universidad de Pensilvania.

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“Formé parte de la delegación palestina en la Conferencia de Paz de Madrid, pero no participé directamente en las negociaciones de Oslo”, precisa. Después fue ministro de Cooperación Internacional en el primer Gobierno palestino de Yasir Arafat, en 1994, y titular de Exteriores con Mahmud Abbas en 2003.

Pragmático. Culto. Moderado. Shaat ha sido ante todo un negociador apreciado por los diplomáticos estadounidenses e israelíes. “Después de la II Guerra Mundial Jaffa era una ciudad moderna. Las últimas películas se estrenaban al mismo tiempo que en El Cairo o en Beirut. Y como dos de mis tíos era los propietarios del teatro Alhambra nunca me faltaban las entradas…”, detalla con una expresión de felicidad reencontrada en el cruce del bulevar Nusa (hoy de Jerusalén) donde se hallaba el teatro. Nada le marcó más en aquellos años que la conmoción que causó en provinciana Jaffa la actuación de la legendaria cantante egipcia Um Kulzum, precisamente en el escenario del Alhambra.

Nabil Sahat encuentra al final la casa de su familia en una bocacalle ajardinada del gran bulevar. El chaletito con pretensiones neoclásicas está ocupado por un centro de día para drogodependientes de la municipalidad de Tel Aviv. Los empleados se quedan sorprendidos al enterarse de que un alto cargo de Ramala vivió allí. “No, no voy a reclamar la propiedad, ¿Para qué?”, reconoce el antiguo negociador. Muchos refugiados palestinos aún conservan las llaves de las casas que abandonaron hace 67 años por si algún día pueden volver.

“Estuvimos a punto de lograrlo en la Conferencia de Taba [ciudad turística egipcia en el mar Rojo], en 2001. Nunca hemos estado más cerca de hallar una salida a la cuestión de los refugiados. Shlomo Ben Ami [ministro de Exteriores] se esforzó para conseguir que nos pusiéramos de acuerdo en la definición del problema. Pero poco después se celebraron elecciones en Israel y…”. Shaat se resigna a volver al presente mientras entra en un restaurante de pescado del puerto de Jaffa: “Con Netanyahu hay ninguna oportunidad de negociar la paz. Él es el Caballo de Troya de la guerra”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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