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Cartas de Cuévano
Tribuna
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Los olvidados, otra vez

México vive un problema generacional que no se ha querido ventilar en esos términos

De niños jugábamos de a mentis a casi todo lo que intuíamos que allá fuera era de adevis; eran de verdad los robachicos y de mentiras que te comía Coco o los comunistas; eran de mentiras muchas de las golosinas mentales con las que se fijaban los calendarios y los horarios, pero eran de veras los regaños y los límites que fijaban los adultos para jugarle escondidillas a la realidad, los exámenes en los colegios y la guerra de Vietnam. De niños, en México se sabía de secuestros célebres, sin imaginar que medio siglo después a cualquiera lo pueden ahora secuestrar por un puñado de pesos; de niños, los secuestros de políticos y empresarios pudientes sonaban a ocho9 columnas como resuellos de movimientos guerrilleros que buscaban financiamientos amenazando –la mayoría de las veces, de amentis, matar al secuestrado, que luego salía liberado como quien amanece entre la bruma nefasta de la peor pesadilla.

De pronto, quienes intentamos seguir siendo niños cuando ya ejercíamos de adultos, descubrimos que en México se quebró la delicada línea de lo racional y empezamos a acostumbrarnos en conversaciones de sobremesa, titulares de noticieros y comentarios de todo taxista del horror que ya se volvió trillado donde incesantes, repetitivas y cíclicas bandas de secuestradores cobran rescates por víctimas que ya habían matado desde el primer día de su supuesta captura… y la olla hirviente del terror se volvió impredecible: los secuestros dejaron de ser un asunto de clase, determinado por tenedores o no de dineros e incluso empezaron a abundar secuestros cuyo rescate se paga con tarjetas telefónicas, secuestros express de pocas horas en rondas de cajeros automáticos a lomos de taxis piratas, secuestros telefónicos simulados –de veritas de amentis—donde el secuestrador impostor llamaba incluso desde el interior de la celda de una cárcel, falsos secuestros y autosecuestros. Todo un filón de tan sólo uno de los muchos capítulos de la Microhistoria Mexicana de la Infamia, apenas algunas páginas dentro de la voluminosa vergüenza de todos los demás crímenes, abusos, impunidad, desinformación, chismes y el ai’se va.

Se quebró la delicada línea de lo racional y empezamos a acostumbrarnos a titulares de noticieros del horror que ya se volvió trillado

En medio de todo ello, una vez más, los más afectados son los olvidados: una nueva generación de niños y jóvenes que no conocen otro México que el de la apabullante fantasía ficticia de la televisión y las telenovelas, los nefastos reality shows del ahora que enaltecen el despilfarro, el desmadre y la imbecilidad. Hablo de toda una nueva generación que lleva ya en su particular historia patria la suma de más de 100.000 muertos tan sólo en la pasada década caídos o decapitados en la llamada guerra entre el Estado mexicano y por lo visto invencibles grupos del crimen organizado; toda una generación de analfabetas funcionales que escriben con faltas de ortografía las narcomantas donde anuncian sus sangrientos logros como sicarios de tales organizaciones y toda una generación perdida en el naufragio de las aulas o en paisaje.

En días pasados la oprobiosa noticia de unos niños en Chihuahua que jugando al secuestro terminaron por torturar, asfixiar, violar y matar a un niño de seis años llamado Christopher. El horror cimbró la piel de por sí ya muy marcada de México y, tal como se publicó en las páginas de este diario, la periodista Sandra Rodríguez afirmó que se trata del “reflejo de una generación que ha crecido en la idea de que matar no tiene consecuencias. ¿Qué esperamos, si viven en un estado campeón de la impunidad y donde la vida carece de valor? Eso es lo que han aprendido. El único remedio frente a esta locura es hacer justicia. Que las instituciones dejen claro que matar en México no está permitido”. Punto, pero ¿será posible que hemos vuelto al punto donde tenemos que aclarar palabra por palabra que aquel que mata es un asesino, que el que roba es un ladrón, que el que plagia y elude la verdad no es más que un mentiroso y que por ende, hay leyes escritas –palabra por palabra—donde consta que merecen castigo? ¿Será posible que hemos vuelto a un clima donde el amedrentado Estado de derecho evita incluso encarcelar a capos, sicarios, politicastros, líderes sindicales o jefes de banda, por temor a la multiplicación, división, suma o incluso, resta de lo mismo?

México vive un grave problema generacional que no se ha querido ventilar en esos términos. Se revelan estadísticas escolares con el propósito de apuntalar más horas para matemáticas o computación en un ciberafán por perseguirle la sombra a países donde efectivamente hay computadoras en todas las casas, sin importar que muchos de los niños que aprenden a computar en clase no tienen ni luz eléctrica en casa y, a contrapelo, se merman o eliminan las clases de historia, cultura y artes (ni hablar de recreo) en un lógico afán por sincronizar los planes a futuro con un gobierno que recorta sin piedad los presupuestos de todo aquello que precisamente tiene que ver con Historia, Cultura y Artes… fertilizamos ya toda una generación con amnesia, que confunde Teotihuacán con Tenochtitlán, la Revolución con una calle y el Virreinato con un baile tropical.

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De niños, en México se sabía de secuestros célebres, sin imaginar que medio siglo después a cualquiera lo pueden secuestrar por un puñado de pesos

En 1950, Luis Buñuel sacudió las buenas conciencias de quienes preferían barrer bajo las alfombras todo polvo que levantara el ventarrón de un descontento y filmó una película que, incluso habiendo en Cannes la Palma de Oro, no dejaba de dar vergüenza a quienes preferían celebrar la construcción de viaductos o multifamiliares modernos, quienes alentaban la hinchazón de los cinturones de miseria en la Ciudad de México a contrapelo del abandono de los campos, quienes vieron sin hacer nada el creciente éxodo de los migrantes hacia los Estados Unidos del Norte y quienes ni volteaban a ver a los desposeídos, los hambrientos, los que hablaban castellano con acento indígena, los que guardaban burros y guajolotes a pocas calles del Zócalo de la Ciudad de México. Esos eran Los Olvidados, pero sobre todo: los niños y jóvenes olvidados, filmados por Buñuel sabiendo precisamente que las buenas conciencias del púlpito y de los sillones gubernamentales preferían obviar, pero hubo quienes supieron ver en la película la dolorosa conciencia que específicamente necesitaba México, y los mexicanos, para intentar salir del laberinto de nuestra soledad: de allí que el propio Octavio Paz, a la sazón funcionario de la Embajada de México en París, se haya salido de su escritorio para esparcir volantes a las puertas del cine en Cannes urgiendo a propios y extraños a mirar en el espejo en blanco y negro las verdaderas caras del mal-llamado milagro mexicano del desarrollo estabilizador.

Hoy a todo color, el infierno en celuloide que filmó Buñuel –aquél abismo de crimen sin castigo y niños sin hogar, la bandita del Jaibo, la madre soltera, el ciego limosnero, la ciudad al filo de la modernidad—se volvió High Definition, Multicolor, Tercera Dimensión en la colonia Laderas de San Guillermo, Ciudad Juárez, Chihuahua. Allí donde hace unos años todo el mundo ubicaba en el mapa –aún sin mapas en Google—el inmenso páramo tumba de cientos de mujeres asesinadas, en un enredados enigma que hoy ha dejado incluso de ser noticia; allí donde el índice de homicidio infantil es 50 veces mayor a la cifra española para todas las edades, allí tan cerca de las utopías gringas, el niño Christopher de 6 años de edad, conocido como El Negrito, fue forzado a jugar a los secuestrados por dos primos y tres amigos, de 11 a 15 años de edad, quizá ya aburridos o aún no contentos con haber matado a un perro callejero, que descuartizaron minutos antes. Según informó El País, en México han muerto por homicidio casi 11 000 niños durante la pasada década, mas diversas estadísticas gubernamentales se concentran en presumir y pronosticar elevados números de estudiantes aprobados (en un engañoso crucigrama donde no se mencionan todas las trampas para que precisamente no haya reprobados), coloridos histogramas donde se perfilan ficticios niveles futuros de bienestar y tasas de interés para generaciones futuras y hermosas gráficas donde parece materializarse el anhelo de ganar el próximo Mundial de Futbol, reconquistar la Luna para la mitología azteca y que todos los jóvenes liguen en Twitter y tengan su Feis, con tan sólo la inteligencia del teléfono o le sentido común trastocados con todas las drogas legalizables o no. Todo de a mentis, mientras le hayamos el cómo desenredar tanto desamadre… pero la muerte de un solo niño allí donde la animalidad de la ignorancia, la ausencia de todo cuento de hadas, la inexistencia de una música de hogar, el vacío de todos los abandonos amasados en un instante nos recuerdan dolorosamente que la pesadilla es de a devis.

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