_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En Brasil, el mejor blanco solo consigue ser un buen señor de esclavos

La cancelación de la obra de teatro 'La mujer del tren' muestra que la tensión racial ha llegado a un punto inédito

Eliane Brum

Algo se rasgó el 12 de mayo 2015. Aquella noche, en lugar de una obra de teatro, La mujer del tren, ocho actores sociales subieron al escenario del auditorio de Itaú Cultural, en São Paulo, para discutir la representación del negro en el arte y en la sociedad. La decisión se tomó después de que Stephanie Ribeiro, bloguera negra y estudiante de arquitectura, protestase contra el uso de "blackface" en la representación, la considerase racista e iniciase una serie de manifestaciones en las redes sociales de internet. "Lo que me impresiona es que el debate sobre el racismo y blackface es antiguo. ¿Las personas del teatro se dicen tan cultas y no han parado a pensar sobre esto? Reproducir esto en 2015 es tan asqueroso como ignorante. Pero, claro, se me había olvidado que, cuando el asunto es el negro, no se hace ningún esfuerzo para que haya respeto", escribió en Facebook. Y agregó: "Apenas lo lamento, no pasarán".

No pasaron. Ante una acusación tan peligrosa para la imagen pública de uno y de otro, la compañía de teatro Os Fofos Encenam e Itaú Cultural decidieron suspender la pieza y, en el mismo lugar y horario, acoger el debate. El espectáculo que se desarrolló en el escenario tuvo el poder de un corte.

¿Qué ocurrió allí?

Hemos vivido de espasmo en espasmo, como ya he escrito aquí. Los días pasan de forma tan acelerada que los años ya no comienzan ni terminan, sino que se suceden sin pausa. Enormidades ocurren a veces en cuestión de minutos entre una y otra. Se hace cada vez más difícil percibir lo que es (o será) histórico, en el sentido de aquello que deja una marca en el tiempo. Mi interpretación es que aquel debate, aquellas tres horas en una noche de la Avenida Paulista, se pueden convertir en una cita en el futuro. Al menos, en un señalizador de un momento muy particular de la sociedad brasileña, en el que la tensión racial ya no puede contenerse en Brasil y ha atravesado una frontera inédita. Como la interpretación también es deseo, hago aquí mi parte minúscula para que el debate tenga el lugar que merece. Como el historiador brasileño Nicholas Sevcenko afirmó una vez, en otro contexto, hay cosas en las cuales no debemos preguntarnos qué harán por nosotros, porque ellas ya lo han hecho. Creo que este sea el caso aquí.

El racismo es el debate siempre postergado por la sociedad brasileña

La actriz Roberta Estrela D'Alva, una de las invitadas al debate, inició su presentación hablando de la percepción, al entrar en contacto con las protestas en Internet, de que algo sucedía, algo que no habría sucedido hace más de diez años, cuando el grupo Os Fofos Encenam montó la obra. "Hay algo diferente en eso, porque hay manifestaciones siempre, pero que alcancen esta proyección, y que se hayan escuchado en este sentido, de alguien que haya dicho 'no' a una cosa y haya tomado esta dimensión que estamos viendo aquí ahora... Creo que hacía tiempo que estábamos esperando, aguardando o pidiendo eso. Y no creo que en realidad la pieza sea el foco. Creo que lo que sucede en la pieza es un síntoma de una enfermedad de transmisión cultural, que es el racismo. Y de una relación siempre muy espinosa, que son los 400 años de esclavitud en Brasil".

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Solo ahora, después de las manifestaciones de 2013 y de la reacción virulenta de sectores de la sociedad a la política de cuotas raciales en las universidades y en otros espacios históricamente ocupados por blancos, parece haberse hecho posible un "no" que finalmente se haya escuchado en la Avenida Paulista. El punto es que el racismo en Brasil es el debate siempre postergado y, esta vez, ocurrió, como tan bien planteó el mediador del evento, Eugênio Lima, DJ y actor: "Tenemos una tarea muy interesante en este momento, que es conseguir darle forma a un debate al que nunca se le consigue dar forma por completo en la historia de la sociedad brasileña. Cada vez que vamos a hablar de este asunto, se dice: 'no, no es exactamente el momento oportuno'. 'No, vamos a hacerlo un poco más adelante'. 'No, ahora no se va a poder'. 'No, estamos demasiado cerca de la esclavitud'. 'No, estamos demasiado cerca de los años 30, tenemos que formar (primero) la nación'. 'No, estamos demasiado cerca del proyecto de la dictadura, estamos demasiado cerca de la redemocratización, estamos demasiado cerca de los radicalismos'. Así que nuestro reto es proporcionar un debate que sea de hecho un debate".

Nada de lo que ocurrió en aquel escenario es simple. O fácil. ¿Es racismo? ¿Es censura? Estas eran dos cuestiones espinosas que se cernían sobre el auditorio mientras las personas iban ocupando las sillas. Eran, tal vez, un ejemplo más de las falsas polarizaciones que han marcado el Brasil actual. Por su potencial explosivo, muchos apostaban e incluso se preparaban para "un jaleo", y no un debate. Tanto que el mediador fue muy hábil al replantear esas cuestiones ya en la apertura. Eugênio Lima explicó la necesidad de no elegir el camino más fácil, aquel que también podría ser el camino de la oportunidad perdida en caso de que el debate se polarizase entre la censura, como el argumento de los blancos, y el racismo, como el argumento de los negros: "Debemos intentar no hacer invisible la voz legítima del otro. Así que cuando uno llega en un determinado momento y dice: 'es censura, punto'. 'Es falta de libertad de expresión, punto'. 'Es racismo, punto...' De esa forma el otro no tiene cómo conseguir dialogar. Y necesitamos dialogar. Tenemos que hacer un ejercicio de escucha".

Eugênio Lima también se presentó de una forma bastante interesante, haciendo explícita la posición desde la que hablaba: "No soy un mediador en el sentido de que vaya a tratar de llegar a un punto intermedio. No estoy equidistante entre las dos posiciones. Tengo una historia, una historia política, artística, que habla por mi posicionamiento".

320.000 negros fueron asesinados por armas de fuego entre 2003 y 2012, una ciudad de tamaño medio de cadáveres del mismo color

Tomo prestada la explicación para este artículo, y para cualquier artículo, creo yo. No soy (o no estoy) equidistante. Escribo a partir de mi historia y de cómo me descubrí blanca, y me redescubro cada día, en este Brasil en el que es "natural" que negros pobres, de las favelas, mueran. La propia selección de los pasajes que he elegido transcribir y reproducir aquí, porque creo que leer es diferente de escuchar (y, a veces, se escucha mejor leyendo) habla de mí. El debate completo puede (y debe) verse aquí. El mío es un recorte propio, con subrayados propios, en el que puedo incluso invertir el orden y darles prioridad a intervenciones del público a expensas de las intervenciones de los invitados. Porque, en cierto modo, no hubo público. Se sobrepasaron los límites espaciales y las manifestaciones de los asistentes fueron tan ricas como las de las personas invitadas a protagonizar el debate.

Solo al final diré lo que el debate me provocó, las reflexiones que me despertó, para no interrumpir el recorrido de ningún lector atento, dispuesto realmente a escuchar y, tal vez, a hacer lo más difícil: moverse.

Un pequeño aviso, antes de que se enciendan las luces del escenario. No se trata de un juego de "a favor" o "en contra". Creo que vivimos en una época en la que eso ya se ha superado, o debería superarse. No son dos lados, son varios. Es mucho más complicado. Y el momento no está para simplificaciones. Necesitamos avanzar hacia la confrontación real, compleja, que abarque las contradicciones de cada uno. Son contradicciones en diálogo con contradicciones. La consistencia de cada actor surge de la capacidad de aceptar este reto.

Por último, antes de pedir que apaguen los móviles, debo decir que varias personas me advirtieron que no escribiese sobre este debate. Cuento esto apenas para dar una información más acerca de cuánto la protesta, la suspensión de la pieza y luego el evento movieron placas tectónicas. Con variaciones, el aviso era: "El tema es demasiado espinoso, los ánimos están exacerbados, te vas a quemar por todas partes. Mejor no te metas en eso”. Llegué a la conclusión de que el riesgo de “quemarme” forma parte del privilegio y de la responsabilidad de tener este espacio.

¿Quién dice lo que es blackface? ¿Quien lo hace o quien lo reconoce?

Un poco de contexto, antes de que empiece el espectáculo.

El evento ocurrió la víspera de la celebración de la abolición de la esclavitud en Brasil, la ley Áurea firmada por la princesa Isabel de 13 de mayo de 1888. Una abolición aún incompleta, 127 años después. En este momento, un joven negro en Brasil tiene un riesgo 2,5 veces mayor de morir asesinado que un joven blanco. De 2003 a 2012, la sociedad brasileña fue testigo (sin escándalo) del asesinato por armas de fuego de 320.000 negros. Imagínese, para tener una idea del significado, una ciudad de tamaño medio poblada por cadáveres con agujeros de bala, y que todos esos cuerpos tienen el mismo color. E imagínese que, en ese mismo país, eso está tan naturalizado (y naturalizar es convertir en natural lo que no lo es) que solo se espantan los mismos. Esta es la trama que se desarrolla en las favelas de São Paulo, en las comisarías y prisiones, mientras en la Avenida Paulista, en el auditorio del brazo cultural de uno de los dos bancos privados más grandes del país, el foco y las luces están sobre ocho personas, blancas y negras, que hablan a partir de posiciones y lugares diversos.

El drama es mayor porque los episodios de racismo en Brasil son abundantes y atraviesan la vida cotidiana de todos y cada uno, de forma explícita o inconsciente. Pero precisamente Os Fofos Encenam, la compañía de teatro que montó La mujer del tren en 2003, pieza que le valió el premio Shell de mejor figurín, además de otros ocho premios, nunca ha tenido ningún tipo de identificación con el racismo. La pieza está descrita como una “comedia de circo” y la tradición circense en Brasil fue invisible durante décadas, hasta que se rescatase y la academia también la reconociese. Todavía hoy en día esa vertiente teatral está marginada y enfrenta problemas para conseguir recursos. Por lo tanto, si sufrir una acusación de racismo es difícil para la mayoría, ese lugar es especialmente doloroso para “Os Fofos”, como se verá más adelante.

Hoy tenemos voz y no voy a aceptar esa visión de los blancos sobre los negros. No voy a callarme Stephanie Ribeiro

Si para Itaú Cultural era crucial que el debate tuviese lugar en su territorio, para algunos invitados y para el público sonó arriesgado aceptar subir al escenario u ocupar el auditorio del instituto. Si bien Itaú Cultural tiene una actuación reconocida en cuanto a darles visibilidad a grupos y cuestiones que siempre han estado al margen, lo que contribuye a la democratización de la cultura, también es un hecho que los bancos, en general, han tenido su imagen cada vez más asociada con la desigualdad brasileña. Tanto es que, en las protestas, son los primeros en ser apedreados o ver sus puertas derribadas o sus vidrios rotos por Black Blocs y otros grupos. La última elección y la recesión en curso han hecho esta relación aún más sensible. Así que, para muchos, fue difícil hacer precisamente este debate en el espacio de un “representante del sistema financiero”. Todas estas tensiones estaban presentes y aparecieron durante las tres horas de duración del evento.

Con tanto en juego, el debate de hecho se realizó. Había una posibilidad considerable de que se convirtiese en una discusión grosera al estilo de las que se producen en las redes sociales, en las que los odios mutuos y las posiciones cerradas impiden la escucha y hacen inviables el diálogo y cualquier movimiento de hecho. En los días siguientes eso llegó a ocurrir en algunos espacios de internet que se hicieron eco del evento, en un triste descenso. Pero no allí. Y comienzo el debate por la bella clase dada por Mario Bolognesi, profesor universitario e investigador del circo brasileño, que demuestra que la pieza no usa blackface.

—Voy a tratar de hablar un poco de teatro practicado bajo la lona, que tiene en este país una larguísima historia, que también fue escondida y no revelada. Solo últimamente, en los últimos 30 años, los investigadores se han dedicado a desvelar la historia de este teatro riquísimo. (...) El circo brasileño, en su versión teatral, desde el principio, incorporó la causa de los abolicionistas. (...) También acogió a muchos esclavos fugitivos, que encontraron en el circo y en el espectáculo una posibilidad de realización. El circo brasileño no sabe qué es esa historia de blackface. No lo sabe. Nunca trabajó con esa referencia, nacida a mediados del siglo 19 en los Estados Unidos. El circo brasileño tiene su vertiente, su matriz europea, que viene de una tradición de la comicidad popular, que trabaja con personajes tipo, lo que es diferente de estereotipos. Los personajes tipo son condensaciones esenciales de características psíquicas, fundamentalmente psíquicas, pero también sociales. (...) Y en el circo brasileño estos personajes tipo se cargan en forma de máscaras. (...) Esa máscara puede ser tanto algo que se acopla a la cara como un maquillaje. (....) Y nos llega por contrastes. Tenemos un linaje de los llamados "enharinados". Y tenemos otro linaje de personajes que son los negros pintados de negro. ¿Cuál es el sentido de eso para el teatro? El sentido es crear una polaridad, inclusive visual, o de preferencia visual, porque, no lo olvidemos, se practicaba teatro al aire libre, para mucha gente. Por lo tanto, el criterio de visibilidad debe estar muy bien expuesto. Y los colores rojo, negro y blanco son los preferidos en este universo, porque son visibles desde una gran distancia. En el circo, esta polaridad (blanca y negra) vino para realzar, traer lo cómico.

La democracia no es la paz, sino el debate cotidiano entre los diferentes. Es necesario aprender a confrontarse Aimar Labaki

Fernando Neves, actor y director de Os Fofos Encenam, dio un testimonio en esa dirección. Comedia francesa del siglo 19, La mujer del tren habría sido montada por primera vez en Brasil, en 1920, en el Circo Colombo, mantenido por su abuelo:

—Tardé mucho tiempo en entender lo que era, lo que mi familia, como otras familias de artistas, había hecho aquí en este país con relación al arte, o sea, el Teatro de Revista, el Circo Teatro y el Teatro de Comedia. Vengo de un vientre negro que ya pasó por una cuestión fuerte de entrar en una familia de portugueses que llegaron aquí en 1890. Vinieron con un circo. (...) Le prohibía a mi madre, cuando nos visitaba alguien en casa, decir que había sido vedette. (...) Fue a los 53 años en 2003, cuando me dije: 'no, necesito hablar de eso'. Fue una cosa impresionante esta cuestión de La mujer del tren, porque era la pieza que ponía al público en pie, la que mi tío escondió de mí, acerca de la cual que también fue difícil juntar material para investigar. Y ahí la hicimos, y cuando intentamos dinero no conseguimos nada. Así que fue todo una dificultad eterna. (...) Empecé a entender lo que era, para el actor brasileño, la cuestión de la composición y de las máscaras. Es que es una cuestión muy difícil. (...) Porque tiene que ver con el tipo psicológico y con el temperamento. Así que es una cuestión que debería enseñarse en las escuelas, lo que lamentablemente no ocurre. Porque de esa forma, cuando se llegase a esta discusión, yo no tendría, o él no tendría, que decir: no tiene nada que ver con blackface.

Mario Bolognesi es un investigador serio y llevó el debate, con toda honestidad, a la complejidad de quien estudia el tema en profundidad. Fernando Neves habló del dolor de haber trabajado duro para poner en escena algo de la tradición circense que estaba oculto, algo que permanecía avergonzado tanto a los márgenes de la sociedad como a los márgenes de sí mismo. Desde el punto de vista estrictamente conceptual, la pieza de la discordia no usa blackface. El sentido es otro, desde este punto de vista. Y es importante que esto se diga y se entienda. Pero, avanzando un poco más, es obligatorio hacer la pregunta: ¿quién da los sentidos? ¿Y qué hace del blackface de hecho un blackface, lo que solo se completa al verlo (o en este caso, no verlo)? Dicho de otro modo: ¿quién dice lo que es blackface? ¿Quien lo hace o quien lo reconoce?

Aquí, pongo de relieve un fragmento del habla de Stephanie Ribeiro, la bloguera negra que inició la protesta con un post en Facebook. Su discurso interrumpe conclusiones fáciles. Ella plantea una cuestión subyacente: ¿deberían, por lo tanto, aquellos que se sienten violados, entender que no es este el sentido, que estrictamente hablando esto no es blackface, y seguir adelante?

—Comenzamos deconstruyendo la idea de que la piel natural sea la blanca. Porque yo soy negra, yo soy natural, yo soy normal. Yo no soy exótica. Me paso la vida entera oyendo que soy exótica, que soy diferente, que mi cabello es diferente. Esa es mi vivencia. Es eso lo que siento cuando veo aquella foto y veo que aquella es la representación de la persona blanca para conmigo, para con mi abuela, para con mi bisabuela, que eran negras, que fueron esclavizadas, que fueron violadas, que fueron marginadas. Esta es mi historia y esta es la historia que llevo siempre y que llevaré durante toda mi vida porque no tengo cómo ser negra un día y no serlo al día siguiente. Y aquí entra la cuestión de la pieza y de toda la manifestación hecha por Facebook por varias personas negras, y de la forma como eso fue recibido por algunas personas, de una forma hasta racista, de creer que el negro no entiende de arte, el negro no entiende de cultura, el negro no sabe de esto, el negro no sabe de aquello. ¿Sabéis cuántas veces en mi vida me encuentro con alguien que me pregunta: "Ah, ¿pero estudias arquitectura?" ¿Y por qué? ¿No puedo estudiar arquitectura? ¿Hay carreras para blancos y hay carreras para negros? Ah, parece imaginación, ¡pero no lo es! Es nuestra capacidad en el arte, que la élite cultural de São Paulo siempre ignora. (...) ¿Cuál es la visión de un hombre blanco de mi vivencia? ¿Lo sabéis? ¿Ya hemos parado a pensar sobre eso? No sé lo que es ser blanco, nunca lo sabré. Yo sé lo que es ser negro. Y, con base en lo que sé, es difícil. Y yo aun soy una mujer negra privilegiada, ¿sabéis? Tengo la suerte de estar en una universidad. Soy una mujer negra aun de piel clara. ¡Imaginad las otras mujeres negras que no pueden estar aquí! Que están limpiando el suelo, que están allá, qué sé yo, cuidando a varios niños. Y eso me ofende porque, cuando vemos la imagen del blanco para con nosotros, es una imagen tan ofensiva, tan estereotipada, que vale esa cuestión de ser máscara, de ser tipo. Es mi imagen cada vez que lo veo en la televisión, cada vez que voy a ver una pieza. Es siempre lo mismo. Es o la mujer negra para sexo, o la mujer negra Globeleza [al estilo bailarina de carnaval], o la mujer negra como empleada doméstica. Ah, pero ¿por qué la mujer negra es empleada doméstica? Porque vivimos en un país en el que, después de la abolición, la mano de obra negra era abundante. Así que, ¿qué hacemos con esa mano de obra abundante? ¿Les vamos a dar oportunidades? ¿Les vamos a dar estudios? ¡No! Vamos a ponerlos a limpiar, lavar y planchar. Es ahí donde entra el estereotipo. No es solo pintar la cara de negro. El estereotipo que la pieza reforzaba es ese estereotipo de la mujer negra en varios sentidos: en el cabello, en la forma de comportarse. Porque estaba escrito en el propio sitio web de Fofos, cuando fui a leerlo, que ella era entrometida. Así que el problema no es esa pieza, sino que el problema es la visión de las personas blancas de nosotros. Esa visión ya no vamos a aceptarla, porque hoy tenemos voz, hoy podemos hablar. Que sea en Facebook, que sea con grafiti, que sea de la forma que sea. No la acepto. No voy a callarme.

Pero, siendo o no blackface, ¿el arte no es el territorio de la libertad? ¿La pieza en cuestión no tuvo un papel crucial al llevar el debate hasta ese punto y, así, hacer un corte en la sociedad? El corte se dio por el hecho de que la pieza no se pusiese en escena. ¿Pero no sería más correcto que se pusiese en escena y que el debate se produjese inmediatamente después, con el potencial de ser aún más rico? ¿La cuestión entonces ya no se centra en el "racismo", sino en la "censura"?

Las personas blancas no dicen cómo las personas negras deben luchar Stephanie Ribeiro

Aimar Labaki, dramaturgo, director y ensayista, presentó una perspectiva interesante sobre esto. Y trajo a debate algo fundamental: la necesidad de la confrontación como parte del proceso de construcción de la democracia.

—La cuestión del negro en Brasil es igual a otras dos cuestiones para mí: en primer lugar, la cuestión de los desaparecidos y de los torturadores, es decir, nuestra verdad histórica que aún está, de alguna forma, enterrada, y la idea de que una justicia pueda venir a realmente servir para todo el mundo. Es igual a la cuestión de la libertad sexual, es decir, la cuestión de género, la cuestión de que las opciones sexuales se normalicen, al menos desde el punto de vista legal, y la vida hará que lo obvio se establezca, que cada uno viva como quiera. ¿Por qué estas tres cuestiones son importantes? Porque son las tres cuestiones que nos impiden sentirnos, de verdad, parte de una nación y sentirnos parte de un Estado que nos represente en alguna medida. Y no estoy hablando solo de la cuestión de la representación política, que es una crisis por la cual pasa el mundo entero y que no es una crisis brasileña. Aquí se agravó por el hecho de que la dictadura acabase con una o dos generaciones de personas que podrían tener el conocimiento de cómo moverse públicamente e hizo que nuestra educación, en ese sentido, se retrasase tanto. Hace 30 años que acabó la dictadura, pero (José) Sarney [político y ex presidente de Brasil que participó del poder durante la dictadura, la redemocratización y hasta hoy] solo se jubiló el año pasado y todavía está recomendando a gente. Aún hay militares que no obedecen al jefe del comando, que es el presidente de la República, cuando el presidente de la República manda entregar documentos que son del Estado, no son del ejército. Así que estamos desde hace 30 años construyendo por primera vez una democracia formal, pero no tenemos un espíritu democrático, no tenemos un espíritu de República. Aún estamos tratando de construir eso, y construir un aprendizaje de cómo discutir en público. Porque democracia no es paz. La democracia es una lucha cotidiana, es un debate cotidiano entre diferentes. Y tenemos miedo del debate, tenemos miedo de la confrontación. Es necesario aprender a confrontarse. En este sentido, esas tres cuestiones (la cuestión de negro, la cuestión de los torturados y el castigo a los torturadores y la cuestión de la libertad sexual) son las que nos impiden, como dice el poeta, conseguir transformar esta vergüenza en una nación. Dicho esto, creo que para las tres preguntas vale la preocupación permanente de comprender que esta democracia está en construcción. Y, en este sentido, no me parece el camino más adecuado que uno pida o que luche por la supresión de cualquier representación que le moleste (...) En este caso, la representación también es una forma de mantenimiento de una visión del mundo que perpetúa el racismo. Y estoy de acuerdo con eso. Creo que esa visión tiene que borrarse; pero no puede borrarse a la fuerza, no puede borrarse por medio del silencio.

Stephanie Ribeiro da una respuesta:

—Quería empezar diciendo que tal vez yo sea demasiado radical, ya que, en mi concepción de mundo, las personas blancas no dicen cómo las personas negras deben luchar. Así que si quiero hacer un boicot, lo haré. Si queremos unirnos contra una pieza, nos uniremos. Porque eso es lo que estamos debatiendo aquí. Son años y años de personas negras sin voz. Son años y años de personas negras silenciadas, invisibilizadas. Son años y años en los que la representatividad no llega. La representatividad en un país donde un 54% de la población es negra, no debería ni siquiera discutirse. Cuando nos manifestamos, no estamos censurando, solo estamos poniendo en la agenda lo que nadie había puesto hasta ahora porque no tiene nuestra vivencia. (...) Tiene que ser un esfuerzo de las personas para entender lo que es ser negro en este país. Nunca sabrás lo que es vivir en mi piel, pero al menos puedes no reforzar ideas como esa de que... "lo natural es la piel blanca", ¿entiendes? Esto es deconstrucción, esta es la lectura de la gente negra. La gente negra habla, la gente negra escribe, y no es de hoy, ¿entiendes? (...) ¿Cuándo voy a tener el privilegio de no saber lo que soy? Pero vosotros tenéis el privilegio de no saber lo que soy, marginarme, oprimirme e incluso llamarme censuradora. ¡Qué privilegio magnífico! Esta acción fue muy importante, porque se hizo en Facebook, con varias personas, principalmente militantes jóvenes. Y es esta fuerza la que está viniendo y no va a callarse. Creo que es importante que las personas se abran a escuchar esas voces. Pero esa apertura tiene que venir con el diálogo, sobre todo, de que las personas blancas no establecen la agenda de la lucha de los negros. Nadie va a decir cómo debemos luchar. Nadie va a decir cómo debemos actuar, porque nadie sabe lo que es ser nosotros y nadie sabe por todo lo que ya hemos pasado.

Mi punto de vista es de clase media, blanco. Y, disculpa, soy un interlocutor también. Vais a tener que hablar conmigo Aimar Labaki

Al final, Aimar Labaki hace una especie de contrarréplica:

—De verdad me emocionó lo que dijo Stephanie, en el sentido de que nunca sabré lo que es ser negro. Soy blanco. Y, a pesar de haber nacido en la extrema pobreza (no lo parece, pero es verdad), tuve una serie de suertes que, si fuese negro, no tendría. Así que mi punto de vista es de clase media, blanco, mirando a mi realidad. Y, disculpa, soy un interlocutor también. Vais a tener que hablar conmigo también. Tengo que hablar con vosotros, vosotros tenéis que hablar conmigo. No creo que seamos tan diferentes como parece. Desde mi punto de vista, la cuestión del racismo la veo de una forma intelectual, no la veo de una forma emocional. (...) Por eso entiendo y estoy de acuerdo cuando dices: "No importa si es blackface o no, es racismo". De la misma forma, digo: no me importa si es racismo o no, es censura. (...) Si quitas una pieza de cartel, sea cual sea, porque una parte de la población, por más que sea la mayor parte de la población, no quiere que se presente, abrimos un precedente en un país que es autoritario, en un país donde no hay una tradición de libertad de expresión. Abres la Caja de Pandora. En seguida habrá reaccionarios, militares, lo que sea, armando jaleo y queriendo que las cosas no se presenten porque no se sienten representados en ellas. Esto no quiere decir que se le deba callar la boca a nadie, mucho menos al Movimiento Negro.

Un hombre del público hará, mucho más tarde, un recorte aquí:

¡Esa máscara está fuera! Como está fuera cualquier tipo de racismo. ¡El teatro está vivo! Fernando Neves

—Soy negro, pobre, homosexual y profesor. Y he comprendido que el ser negro viene antes de todo eso, en Brasil, y no solo en Brasil. Creo que en esta dimensión del color, cuando sale a la luz, nos retiramos. Y esa retirada ya no es posible. Creo que lo que está sucediendo aquí hoy es una señal de un cambio estructural en el país, con el que no podemos ser negligentes y que tiene que ver con la sociedad, pero también con el teatro que hacemos, con el teatro de grupo. Esta es una señal de que una cosa muy compleja está sucediendo en este país. (...) No es una cuestión de representación. El color no se representa. Esto es lo que, en cierto modo, el blackface denuncia. Porque el negro es algo más, aparte de su color. Son relaciones que están en juego y que tal vez el teatro haya tenido dificultad de elaborar. Es hora de que nos preguntemos qué estamos consiguiendo elaborar en este momento en el que de hecho se está produciendo un cambio. No se ha producido. Se está produciendo. Y es peligroso. Es peligroso porque el otro existe. Y yo también me defino por el otro. Y no puedo, en mi lógica, reproducir la lógica de la supresión. No estoy con esto diciendo que vamos a escuchar a los blancos y que ellos nos van a decir lo que tenemos que hacer. Solo estoy queriendo decir que tal vez tengamos, como negros, que ser capaces de elaborar una imagen del blanco. Y en ese momento es cuando la sociedad cambia.

Fernando Neves, de Os Fofos Encenam, se desahoga. Y llega a una conclusión.

—Hicimos presentaciones, en 2003, y después paramos. Al retomarlas, nos llevamos un susto. Eugênio me dice: "Fernando, piensa qué es eso. Es una cosificación de una idea que le trae mucho sufrimiento a mucha gente solo de mirar. No se necesita ni ver la pieza". Yo me dije: es un tótem. Es un tótem. Así que está todo equivocado, la máscara de circo no se hizo para eso. Mi familia, todo el trabajo, todo, quien hacía esta máscara era mi madre. No se hizo para eso. Se hizo para divertir. En el circo, el drama es para llorar y la comedia es para reírse. No se hizo para ridiculizar a nadie. Tanto es así que, si os fijáis en los tipos de La mujer del tren, la mujer que hace de dueña de la casa tiene la nariz torcida, la boca torcida. No es así, que el negro esté pintado y todo el mundo esté con buena cara y buena piel. No es así. Está todo el mundo ridículo. Porque eso era lo que el circo hacía. Así que, cuando Eugênio me explicó lo que era eso, me dije: entonces esta máscara tiene que salir de escena. No puede quedarse, no se hizo para eso. Como varias veces, a lo largo de la Historia, varias máscaras y varios tipos tuvieron que salir de escena. Luego se resignifican y vuelven. El teatro está vivo. (...) ¡Para todo! (...) Hay que poner esa máscara fuera de escena. Tiene que salir de escena. Porque no se creó para causarle dolor a nadie. Porque eso es todo lo que no queremos en la vida. Y nuestro arte, todo lo que estamos haciendo, no se basa en eso. Yo no quiero eso, y ninguno de los Fofos quiere eso. (...) Así que lo que quería decir es que apoyo lo que he escuchado hasta ahora, tan sabio. Lo apoyo plenamente. Y... vamos a quitar esas máscaras. (...) Tenemos que trabajar la alegoría que existe en el arte popular para llevar a la reflexión. Antes, era forma. Ahora, tiene que tener un compromiso. Se plantea para que discutamos. Quiero decirles "muchas gracias" y pedirles disculpas a todos los que haya ofendido (...) Es una cosa que me ha dolido muchísimo. Y me destroza, porque esto es todo lo que no quería en mi vida. Entonces, esa máscara está fuera de escena, como lo está cualquier tipo de prejuicio, cualquier tipo de racismo y cualquier tipo de violencia.

Tú [blanco] tienes el privilegio del privilegio de no pensar ni en tus privilegios Max, del público

Fernando Neves llora.

El espectáculo se convirtió en un debate (¿o el debate se convirtió en un espectáculo?), que cubre no sólo el escenario, sino el público, y las reacciones en las redes sociales causadas por el mismo. Una parte del público se apropió de La mujer del tren y la subvirtió. Sin haberse presentado, la pieza teatral provocó otra escena, que también la contiene. Arte y política como categorías indisociables, inmunes a los delirios de pureza y de significados en sí y para sí. Profanadas, siempre, por el mundo y por las circunstancias. Teatro.

Aquí, tal vez sea el momento de que diga cómo me sentí en este debate, de forma totalmente honesta y hasta difícil para mí. Como a Aimar Labaki, la idea de que un espectáculo no se presente, de que se censure, sea por los motivos que fuere, aunque se diga que no es censura, sino una decisión del grupo, lo que sería autocensura, me da escalofríos. La dictadura, la censura y la represión están muy vivas en mi memoria, y me dan miedo las excepciones, porque dejan la puerta abierta a que lo peor se convierta en regla. A final de cuentas, ¿quién va a decir cuáles son los buenos motivos para suspender un espectáculo? ¿Quién será más igual que los otros, por parodiar Rebelión en la granja, de George Orwell? Un boicot de la pieza me hubiera parecido más democrático, pero no su suspensión. Protestas a la puerta del instituto Itaú Cultural, lo que posiblemente sucedería si se pusiese en escena (perspectiva, por cierto, que debe haber asustado a los involucrados) causarían conmoción y debate. Y la pieza allí, en el escenario, provocaría y sería provocada, para posiblemente no volver nunca más de la misma manera.

Sin embargo, otra percepción se fue volviendo más fuerte a medida que yo escuchaba a los negros. Tal vez haya sido necesario hacer ese corte dentro del corte. Porque tal vez el hecho de que yo piense en ello como una censura, en una época de construcción de una democracia llena de agujeros, sea un privilegio mío, como blanca, que no sé lo que es ser negra en este país. Puedo escribir sobre eso, como escribo, puedo intentar vestir la piel negra, como lo intento, pero ser es de otro orden. Y ese orden tengo que admitir que no lo alcanzo. Y tal vez la ruptura sea la única forma para que los que tienen privilegios escuchen a aquellos que no tienen privilegios. Tal vez sea este el momento de Brasil. Y tal vez sea importante que así ocurra, porque ya ha pasado demasiado tiempo para que no se haya completado una abolición. Tal vez la esclavitud tan solo se acabe, de hecho, a partir rupturas como esta.

Para mí, la síntesis vino de esta intervención de un joven negro del público, que tenía grandes posibilidades de estar muerto, pero está vivo:

No hay ninguna posibilidad de que un blanco sea digno en Brasil mientras no cambie la realidad de los negros

—Mi nombre es Max. Soy actor.... Era actor, pero me convertí en productor cultural por ausencia, por necesidad de producciones culturales en las que me sintiese un poco más digno. Digno. Creo que es la palabra perfecta para la ocasión. Voy a hablar a partir de mi piel negra natural y de mi cabello normal, aunque alguien en 1930 dijese que había cabellos normales y otros noséqué. ¿No? Decidieron qué era lo normal y qué era lo natural. (...) Es interesante cómo el blanco tiembla cuando va a perder el privilegio. Entonces, de repente, cuando le tocas al privilegio de aquel que siempre pudo hablar como quiso, de quien quisiera, en el momento que quisiera, alguien dice: "No me gustó", y a esa persona le llaman Estado. ¿No? (...) Los negros, que nunca tuvieron ni siquiera grandes papeles en el Estado, son censores. No hubo órdenes del Ministerio Público, no hubo Departamento de Orden Político y Social (DOPS), no hubo Consejo de la Comunidad Negra, no hubo Secretaría Especial de Promoción de la Igualdad Racial (SEPIR). Y nadie ni siquiera les fue a preguntar a los Fofos si era censura o no. (...) Personas así... temblando de miedo de perder ese espacio. Creo que ahí es donde el vaso tiene que vaciarse. Nosotros, como hombres, vamos a tener que perder privilegios para cederles espacio a las mujeres, a los homosexuales. Nosotros, como habitantes del Sudeste, vamos a tener que dejar sitio en los pliegos para que se contemple también al Norte. Y tal vez los blancos aún no hayan conseguido dar un milímetro de paso para perder sus privilegios. O para compartir los privilegios en las universidades. Compartir el privilegio de este diálogo. Me daba miedo tener que armar jaleo aquí, (...) porque pensaba que iba a haber una conferencia de personas que justificasen el blackface. Estaba preparado para el jaleo. De verdad. Nunca había visto al mercado financiero abrir espacio para un debate de estos. Ni al Estado, ni al mercado financiero. (...) Quiero plantear esta cuestión para que las personas piensen qué es este privilegio. Algunos amigos dicen: "¡Pero yo no tengo el privilegio de ser blanco!" Y yo les respondo: "¿Tienes abuelo, abuela?" "Sí que los tengo". Entonces ya eres blanco, porque la mayoría de los negros no conocen a sus abuelos. "¿Puedes andar por la calle sin que el coche de la policía se pare, al menos un poco, para echarte un vistazo? Él no sabe ni lo que es eso. ¿Paras un taxi y para? Él no sabe ni lo que es eso. Así que tienes un montón de privilegios de ser blanco. Solo que tienes el privilegio del privilegio de no pensar en tus privilegios".

Me quedé pensando en la enormidad de este privilegio, que es no tener que pensar en mis privilegios. Y me quedé pensando a partir de un grupo en el que tengo la pretensión de incluirme: el de los blancos no racistas, el de los blancos que denuncian el racismo y luchan contra él. Me doy cuenta de que, por más profundo que sea el discurso del blanco, por más articulado que sea, él habla a partir de un lugar del que tiene miedo de ser apartado, consciente o inconscientemente. Y así, siempre que sea posible, se suma, aliviado, al discurso más intelectualizado, aparentemente limpio, que en el caso de las cuotas era el de que la raza es algo que no existe o que el problema de Brasil es social y no racial, etc., etc. Y aquí, tal vez, el discurso de sumarse, capaz de mantener las buenas apariencias, sea el de la censura o de la libertad de expresión. En cierto modo, el mejor discurso del mejor blanco es siempre contemporizador.

Esos blancos guays, cool, esperan que los negros se queden satisfechos con la "apertura lenta, gradual y segura". El punto de vista es siempre el de la concesión. Y concesión es la palabra elegida por aquel que tiene el privilegio de conceder. Tal vez el problema en Brasil, con relación a la cuestión racial, sea semejante al de la redistribución de la riqueza. Incluso los blancos guays quieren avanzar en la igualdad sin perder nada. Los negros ascienden sin que los blancos pierdan un centímetro de su privilegio, que comienza por las empleadas domésticas. Porque los privilegios de los blancos son cláusulas inmutables en la sociedad brasileña.

Los negros no pueden impacientarse, por el contrario, deben agradecer la benevolencia. Y cuando ponen objeciones, sobre todo cuando le ponen objeciones a gente guay, a aquellos que están seguros de estar haciendo lo correcto, la conversación cambia de tono. Es fácil unirse contra los trogloditas, y en Brasil los hay de sobra. Pero contra los guays, los cool, ¿cómo queda la cosa? Y escribo sin ironía, porque me incluyo en esa cuenta. Escribo con dolor, porque el carácter incompleto de la abolición puso a gente de hecho digna, a blancos dignos, en una situación con pocas salidas a no ser un enfrentamiento que empieza dentro, con la dureza de esta realidad que, mientras no cambie, le impide a cualquier blanco ser de hecho digno. Es esta la tragedia que tenemos que afrontar: la imposibilidad de que un blanco sea digno en este país mientras la realidad de los negros no cambie. La verdad brutal es que en Brasil, el mejor blanco solo consigue ser un buen señor de esclavos.

No quiero tener la última palabra. Quiero añadir dos intervenciones que representan mis mejores esperanzas, aunque sepa que la esperanza también es privilegio de unos pocos.

La primera es del mismo hombre del público que se presentó como negro, homosexual y profesor:

—La pregunta tal vez sea: en este contexto, que es nuevo, ¿cómo hacemos para inventar otra sociedad? Porque, como profesor de Historia del Teatro Brasileño, no estoy interesado en revisar la historia del teatro brasileño, estoy interesado en inventar otra historia. Creo que este es el punto.

Y termino con Roberta Estrela D'Alva, juntando dos intervenciones que hizo en momentos diferentes del debate. Ella se refería a una cuestión planteada por el profesor e intelectual camerunés Achille Mbembe, con quien viajó por África:

—¿Qué vamos a tener que dejar morir en nosotros, blancos y negros, para que se produzca la trascendencia, para que se produzca el encuentro? Porque los vasos están llenos. ¿Qué vamos a tener que verter para que comience a penetrar? (...) Para que transcendamos va a tener que ser juntos. No hay nosotros y ellos. El racismo no es un problema del negro, es un problema de la sociedad. Y todos nosotros somos la sociedad.

En mi teatro, Estrela D'alva tiene la última palabra:

—Si la paz no es para todos, no será para nadie.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes —o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. Email: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum

Traducción: Óscar Curros

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_