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Vacunas: un ejemplo de éxito

El continente americano es el primero que destierra la rubéola de su territorio

Elena G. Sevillano
Las campañas de vacunación son como una fiesta en Latinoamérica, pionera en erradicar la viruela, la polio y la rubéola.
Las campañas de vacunación son como una fiesta en Latinoamérica, pionera en erradicar la viruela, la polio y la rubéola.

Prisca Elias, una niña de unos cuatro años que lleva un vestido blanco inmaculado mira a la cámara. Es 1974. A su lado, observándola, posa también un hombre con bata. El suyo fue el último caso de viruela que se registró en Botsuana. Como esta terrible enfermedad, para la que no había cura y que mataba a una de cada tres de sus víctimas, solo se transmitía entre personas, la última infectada se convertía en el eslabón final de la cadena de transmisión. De ahí que el Programa de Erradicación de la Viruela de la Organización Mundial de la Salud (OMS) guarde en sus archivos el recuerdo fotográfico de cada uno de estos casos. En Bangladesh, en 1976, fue otra niña pequeña, Rahima Banu. En Etiopía, en 1976, Amina Salat, un bebé.

Con Ali Maow Maalin, cocinero en un hospital de Somalia, la enfermedad se extinguió en 1978. Fue la última persona que enfermó por viruela en el mundo. Después de décadas de lucha, la humanidad había conseguido erradicar una enfermedad infecciosa, la única hasta la fecha. El mundo quedaba libre de un mal que, según algunos expertos, causó más muertes que todas las demás enfermedades contagiosas juntas, con 300 millones de muertos solo en el siglo XX. El esfuerzo de países de todo el mundo, con campañas de vacunación masivas y medidas de prevención, consiguió algo que el continente americano había logrado unos años antes. La OMS declaró a la región de las Américas libre de viruela en 1971.

El continente americano vuelve a liderar la lucha contra las enfermedades prevenibles por vacunación

Hoy el continente americano vuelve a liderar la lucha contra las enfermedades prevenibles por vacunación. Ha conseguido un nuevo hito de la salud pública. Hace solo unas semanas la OMS la declaró la primera región en eliminar la rubéola. Se trata de una infección vírica contagiosa, generalmente leve, pero que cuando afecta a mujeres embarazadas puede causar la muerte del feto o graves defectos congénitos como ceguera, sordera y problemas cardíacos. No se detectaban casos endémicos (no importados) desde 2009, por lo que solo era cuestión de tiempo que la OMS confirmara oficialmente el éxito de los países americanos. Es el tercer éxito de la región, puesto que además de la viruela en 1971 también fue la primera área geográfica que eliminó la polio en 1994. Aunque esta última enfermedad es un recuerdo remoto en buena parte del mundo, aún deja centenares de niños paralíticos en países como Afganistán, Nigeria y Pakistán.

Modelo de enseñanza

Desirée Pastor, asesora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en sarampión y rubéola, está convencida de que la región puede enseñar mucho a otras zonas del mundo que aún intentan deshacerse de enfermedades prevenibles que afectan a millones de personas. La extensión de las campañas de vacunación a los lugares más recónditos del continente explica buena parte del éxito. La vacuna combinada contra sarampión, rubéola y parotiditis (MMR o triple vírica) figura en el programa rutinario de inmunización infantil desde los años ochenta en casi toda la región, y en las campañas de vacunación desde finales de los noventa. Solo en una década (entre 1998 y 2008) la recibieron unos 250 millones de adolescentes y adultos en 32 países en campañas masivas de vacunación.

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“Un factor decisivo ha sido el alto nivel de compromiso político de todos los países, en los cuales los ministerios de Salud tienen un rol preponderante para liderar las campañas con presupuesto eminentemente nacional”, señala Pastor. Las campañas se planifican con tiempo y con recursos, siguiendo las directrices que marcó la OPS en 1994. Y lo más importante: “La vacunación es un bien público, ya que es gratuita para toda la población a que están dirigidas las campañas”, subraya. El acceso a la inmunización es clave. Tiene que haber información, por un lado, y disponibilidad, por otro. Algo que no siempre ocurre en zonas con poca cobertura sanitaria.

Para llegar a poblaciones con acceso limitado a los servicios de salud regulares, como las periferias urbanas, zonas rurales y fronterizas y comunidades indígenas, la OPS creó en 2003 la Semana de Vacunación de las Américas. La iniciativa partió de la petición de los ministros de Salud de la región Andina, después de un brote de sarampión en la frontera entre Venezuela y Colombia en 2002. Desde entonces, todos los años, entre abril y mayo, esta iniciativa, que se vive como una fiesta, informa y vacuna a centenares de miles de personas. Más de 519 millones de niños y adultos han sido inmunizados contra la tuberculosis, la hepatitis A y B, el tétanos, la poliomielitis, el sarampión, la difteria o la rubéola desde su creación, según datos de la OPS. El eslogan de la última semana, celebrada a principios de este mes, fue “¡Refuerza tu poder! ¡Vacúnate!”.

Imagen de un virus infectando una célula.
Imagen de un virus infectando una célula.

Susan Reef, epidemióloga del CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) estadounidense y especialista en inmunizaciones, destaca los dos puntos clave que cree que deberían copiar otras regiones: “el compromiso político y financiero de todos los países y ser capaces de trasladar a las comunidades la importancia de la vacunación”. Pero aún hay muchos lugares en el mundo en los que unos sistemas sanitarios débiles, o incluso unos gobiernos débiles, impiden diseñar las estrategias adecuadas. Se estima que más de 100.000 niños nacen todavía en el mundo con las secuelas del síndrome de rubéola congénita, añade la especialista.

 Falta de reconocimiento

“En algunos países la rubéola y el síndrome de rubéola congénita no se reconocen como problemas de salud pública”, apunta Reef. Y añade otras dificultades sobrevenidas: “El coste de añadir esta vacuna a los programas nacionales de inmunización y que existan otros problemas de salud públicas más urgentes”. Y ello pese a los bajos precios que Unicef ha conseguido pactar: la vacuna del sarampión y la rubéola cuesta 0,57 dólares; la triple vírica oscila entre los 1,08 y los 3,25 dólares por dosis, dependiendo del laboratorio que la produce, la cepa de paperas utilizada y el número de dosis por vial, precisa la epidemióloga estadounidense.

Los programas de vacunación los financian los propios países de las Américas, destaca Desirée Pastor, aunque hay donantes como el CDC, Unicef, United Nations Fund que destinan fondos y “complementan los esfuerzos nacionales”. No solo hay que financiar las campañas de vacunación, también la vigilancia epidemiológica (compra de reactivos y sistemas informáticos para vigilar el sarampión, la rubéola y la polio) y los materiales educativos, las publicaciones, etcétera. Además, en 1978 los ministros de Salud de la región acordaron comprar las vacunas a través de un mecanismo llamado Fondo Rotatorio. Al aprovechar la “economía de escala” se obtienen “los precios más bajos del mercado con un suministro oportuno y sistemático a todos los países de la región”, asegura la asesora de la OPS.

El próximo reto: el sarampión

“El sarampión es la siguiente prioridad en materia de eliminación. Esperamos conseguirlo en 2016 o 2017”, asegura Desirée Pastor, de la OPS. La Organización Mundial de la Salud (OMS) se propuso erradicar la enfermedad en 2015, pero los avances de los últimos años se han estancado. Entre 2012 y 2013 hubo incluso un aumento de casos en el mundo. Solo en la región europea, entre enero de 2014 y marzo de 2015, se notificaron más de 23.000 casos. En Estados Unidos en 2014 se registró un número récord de afectados por sarampión, con 668 casos en 27 estados. Aún queda mucho camino por recorrer.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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