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Columna
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Un referéndum inadmisible

A Reino Unido no le basta con la excepción, pretende cambiar las condiciones de la UE

Nada hubiera enorgullecido tanto a los europeos como que Reino Unido hubiese firmado los Tratados de Roma (1957), convertido así en socio fundador de la Comunidad Económica Europea. Pese al revolcón que supuso la nacionalización del canal de Suez (1956), y en pleno desmoronamiento del Imperio, la que todavía se consideraba la tercera gran potencia mundial estaba convencida de que no cabía en una organización que recomendaba que entrasen a los socios continentales.

Pronto se hizo evidente, sin embargo, que la ilusión de ser una gran potencia la aislaba en la mayor impotencia. Dos intentos, en 1963 y 1967, de entrar en la Comunidad Europea, fallaron por el veto del general De Gaulle. Valdría la pena revisar sus argumentos, porque en buena parte siguen siendo válidos.

Reino Unido pudo por fin ingresar en la Comunidad en 1973, decisión que los británicos ratificaron en un referéndum en 1975 con el 67% de los votos. Pero con ello no acaba la historia, sino que empieza la de la incomodidad permanente del nuevo miembro del club. La señora Thatcher logra en 1984 renegociar la cantidad reembolsada por la Comunidad, debido a las desventajas que sufría por la política agraria común, que no se hubieran producido de haber participado desde la fundación.

Reino Unido consiguió excluirse de las dos líneas maestras del Tratado de Maastricht, la unidad monetaria y una mayor cooperación política. Con ello no solo se establecía la Europa de las dos velocidades, sino que se configuraba como el líder opositor a lo que desde sus orígenes había sido la meta central del proyecto, una Europa, económica y políticamente unida, que ahora sustituía la mera construcción de un mercado único. Reino Unido no es ya tan solo la excepción, sino que se convierte en una alternativa con otro modelo para la Unión.

Reino Unido entra tarde en un club que ya contaba con sus normas y proyecto. Logra quedarse fuera de lo que no le gusta —el euro, Schengen— y pese a que el Gobierno laborista de Gordon Brown ratificase el Tratado de Lisboa (2008), hoy Cameron pretende renegociarlo, recuperando competencias de Bruselas.

Con este fin anuncia un referéndum, a lo más tardar para 2017, sobre la permanencia de Reino Unido. Solo se podrían ganar unos votantes a los que se les ha empujado al escepticismo ante una Europa continental, de la que se han sentido siempre muy superiores, pidiendo a los demás miembros comunitarios que revisen los tratados según los gustos e intereses británicos. No basta con haberse constituido en la excepción, sino que pretenden continuar modificando las condiciones según propia conveniencia.

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Cada Estado miembro tiene también sus problemas con la Unión, con una larga lista de reformas que les vendría bien, con ciudadanos que, como el Frente Nacional en Francia, quieren también salir de la Unión. Si en cada uno se convocara un referéndum, como medio de imponer los intereses propios, esto significaría el fin de la Unión.

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