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Columna
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Turquía, en la encrucijada

El Estado más poderoso, democrático y laico del mundo musulmán, Turquía, se juega este domingo su destino en las elecciones parlamentarias

Francisco G. Basterra

El Estado más poderoso, democrático y laico del mundo musulmán, Turquía, se juega este domingo su destino en las elecciones parlamentarias. Puerta de entrada de la región más conflictiva del mundo, Irak, Siria e Irán, la geografía le concede una importancia estratégica de primer orden. El país aumenta el peso de Europa, en la que, tibiamente, aspira a integrarse y de la que recibe una respuesta indiferente.

¿Geográficamente pertenecemos a Europa, pero políticamente?, se pregunta el Nobel de literatura Orhan Pamuk. La cuestión no es saber quién ganará —nadie duda de que el triunfador será el AKP— sino conocer con qué mayoría. Si obtiene 330 escaños podrá convocar un referéndum constitucional; con dos tercios, cambiaría la Constitución, sin consulta popular.

Erdogan rescató a Turquía en 2001 de la quiebra, con crecimientos espectaculares y bajo desempleo, más estabilidad política. Cuando el fundamentalismo ascendía en la zona convirtió el país en la prueba de que el islam y la democracia eran compatibles. Ahora este político nacionalista, contrario al gobierno de la ley islámica pero que utiliza la religión como factor de cohesión, quiere una presidencia ejecutiva fuerte, para lo que necesita reformar la Constitución.

Habla de una II República que sustituiría a la primera fundada por Ataturk. El modelo de Erdogan sería el general De Gaulle y algunos temen que Putin. ¿Peligra la democracia en Turquía? En principio, no. Pero el país experimenta un retroceso de las libertades: represión de la prensa crítica y anulación de los contrapesos que posibilitan la separación de poderes.

Erdogan ha acentuado su intolerancia y gobierna de una forma autocrática, denunciando conspiraciones internacionales. Se ha enemistado con Estados Unidos y con Israel. Su política exterior neo otomana de paz con sus vecinos está en crisis, y hay indicios de que está ayudando al Estado Islámico con armas e incluso yihadistas, que transporta clandestinamente a Siria a través de la frontera turca.

El presidente ya no puede jugar la baza económica. El crecimiento se ha detenido y el paro, disparado. Las conversaciones con la UE están atascadas. La posibilidad de detener la deriva autocrática reside en que el pequeño Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP), prokurdo, recoja el voto izquierdista de las clases trabajadoras urbanas, profesionales y jóvenes, consiga el 10% del voto nacional, y con medio centenar de diputados, bloquee el sueño presidencialista de Erdogan. Turquía en la encrucijada y no solo geográfica.

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