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Militantes del partido de Dilma Rousseff critican a Levy

La presidenta de Brasil defiende a su ministro de Economía

Antonio Jiménez Barca
Rousseff, Lula y el presidente del Partido del Trabajo.
Rousseff, Lula y el presidente del Partido del Trabajo. RICARDO STUCKERT (AFP)

Por los pasillos del hotel de la playa de Rio Vermelho, en Salvador de Bahía, donde se celebra el V congreso Nacional del Partido de los Trabajadores (PT), la formación a la que pertenecen Lula y la presidenta Dilma Rousseff, hay militantes que se pasean con una camiseta explícita: “Fuera el plan Levy”. Levy es el ministro de Economía, Joaquím Levy, un liberal ajeno al partido pero elegido por Rousseff en enero para llevar a cabo el ajuste fiscal y la política económica de contención de gasto que, a juicio de los dos, es necesaria para que el país vuelva a crecer el año que viene (ahora mismo coquetea con la recesión). Las camisetas anti-ministro son un síntoma de la particular esquizofrenia que vive el partido más importante de Brasil, en el poder desde hace más de doce años (ocho con Lula y cuatro con el primer mandato de Rousseff).

Otro de los síntomas de esta contradicción es la turbulenta redacción del documento principal del congreso, la denominada Carta de Salvador, a la que, a lo largo de la semana, se le ha despojado, hoja a hoja, de las críticas redactadas en un primer momento a la política económica al Gobierno. La misma presidenta, hace unos días, lanzó un aviso de que no se puede criticar al ministro de Economía de todo (“no es un Judas al que culpar de cualquier cosa”) en una alocución que los especialistas entendieron dirigida especialmente a los que preparaban el congreso.

El congreso propiamente dicho comenzó el jueves por la noche con el discurso del presidente del partido, Rui Falcão. Sentado al lado de Rousseff y de Lula, evitó hacer críticas directas al ajuste fiscal, pero no se escondió del todo, al asegurar: “Es inaceptable una política económica que es débil con los fuertes y fuerte con los débiles”.

Después habló Lula. Contra su costumbre de improvisar —nadie lo hace como él en Brasil— leyó un texto en el que defendió a su partido contra lo que, a su juicio, constituye una difamación permanente en especial a los casos de corrupción) que dura ya más de diez años, y acusó a la prensa de tratar de anular al partido: “Estamos vivos, con la cabeza muy alta, para demostrar que el PT continúa vivo y muy preparado para debatir. Golpeado y algo dañado, sí, pero muy vivo. Enfrentado a la más sólida campaña de difamación que un partido político sufrió en Brasil”.

La corrupción

Tras Lula tomó la palabra Dilma Rousseff. Un par de militantes, en una esquina de la sala, desplegó entonces una pancarta en la que se leía la frase-emblema: “Fuera el plan de Levy”. La presidenta aseguró: “El PT es un partido preparado para entender que, muchas veces, las circunstancias imponen movimientos tácticos para alcanzar un objetivo más estratégico: la transformación de Brasil en una nación desarrollada y justa”.

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Ni en los discursos ni en la declaración de la Carta de Salvador se hizo mención a un factor que ha terminado con mucho del crédito del PT: la corrupción. El escándalo millonario que afecta a altos cargos de la petrolera pública Petrobras, acusado de aceptar sobornos y, a cambio, de entregar contratos a dedo, desviando parte de lo obtenido a las arcas de los partidos políticos de los dirigentes de la petrolera (entre los que estaban el PT) no ha merecido mucha autocrítica.

Es más, el extesorero de la formación durante muchos años, João Vaccari, acusado de parte de la trama corrupta y de haber recibido dinero a fin de financiar campañas del PT, fue aplaudido durante más de tres minutos en una alocución. El presidente del PT, Rui Falcão, también a la defensiva a la hora de aludir a la corrupción, como Lula al acusar a la prensa, añadió: “No hay pruebas contra Vaccari. Ha sido apartado del puesto de tesorero porque está detenido. Pero si no, lo seguiría siendo”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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