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El príncipe Vladímir planea sobre Moscú

La polémica por una estatua enciende el debate sobre el uso de la historia

Pilar Bonet
Un modelo de la estatua de Vladímir en un taller de Moscú, el 2 de junio.
Un modelo de la estatua de Vladímir en un taller de Moscú, el 2 de junio. VASILY MAXIMOV (AFP)

El plan para erigir en Moscú un gigantesco monumento al príncipe Vladímir, la figura medieval que se convirtió al cristianismo hace más de un milenio, ha dividido a la opinión pública rusa por razones estéticas, históricas, económicas y políticas. Vladímir, la figura de referencia para la introducción del cristianismo en el mundo eslavo oriental, falleció en 1015, y tanto Ucrania como Rusia conmemoran la fecha.

Fruto de una iniciativa de la Sociedad Histórica Militar de Rusia (SHMR), fue un conjunto escultórico de 25 metros de altura destinado a un mirador cercano a la Universidad Estatal de Moscú, en una zona denominada las Colinas de los Gorriones.

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Aún traumatizados por Pedro I —un monumento de 98 metros instalado en 1997—, los moscovitas se movilizaron ante el nuevo artefacto que iba a aparecer en un magnífico mirador sobre la ciudad. Decenas de miles de personas, entre ellos estudiantes, profesores y vecinos de los barrios afectados, han firmado peticiones en contra del emplazamiento de la estatua. En Internet, en la plataforma change.org, más de 64.000 personas hasta ayer habían avalado los argumentos técnicos y jurídicos en contra de la construcción, entre ellos la inestabilidad del terreno y las infracciones urbanísticas que supone, ya que afectaría a la perspectiva del edificio central de la Universidad, uno de los rascacielos que Stalin mandó construir a fines de los años cuarenta. Activos a favor del monumento se han mostrado varios grupos de cristianos ortodoxos.

Ante la posibilidad de derrumbamiento real del monumento, un proyecto apoyado por el presidente Putin, el Gobierno y el ayuntamiento, la SHMR se ha declarado dispuesta a cambiar el emplazamiento previsto por otro “lugar significativo” donde pueda ser inaugurado el 4 de noviembre, día de la Fiesta Nacional. La SHMR acepta reducir el tamaño de “Vladimir” y renuncia al pedestal (siete metros) según dijo su vicedirector ejecutivo Vladislav Kónonov esta semana . Además reconoce argumentos económicos, porque a los 100 millones de rublos que cuesta el monumento, el ayuntamiento debería añadirle otros 400 millones para fortificar las colinas de los gorriones, dijo Kónonov. En conjunto, más de 8 millones de euros.

Entre los emplazamientos alternativos barajados para la escultura está la plaza de Lubianka, frente a la sede central del Servicio Federal de Seguridad (antes KGB) el lugar donde se alzó la estatua del fundador de esa entidad, Félix Dzherzhinski, hasta que la derribaron en agosto de 1991.

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La polémica sobre la estatua de Vladímir tiene un trasfondo político. Tanto Rusia como Ucrania utilizan al príncipe para afirmar las raíces de su propia historia. “Ha llegado el momento de reconocer a nuestro símbolo nacional, el símbolo de nuestro Estado. Su persona une a los pueblos, no solo de nuestro país, sino también con los estados hermanos de Bielorrusia y Ucrania, lo que es muy importante en el momento actual”, señalaba Mijail Miagkov, el director científico de la SHMR.

Tras sopesar diversas religiones, según la leyenda, Vladímir se convirtió al cristianismo en 988 en Korsún (Hersonés, en Crimea). Tras la anexión de la península en 2014, Putin recurrió a la conversión de Vladímir para justificar el presunto vínculo sagrado entre la Rusia de hoy y Crimea, aunque el mismo argumento podría ser empleado por Ucrania, porque por entonces la capital de la Rus medieval era Kiev.

“Es como si Italia y Francia se pelearan por declararse herederos de Julio César”, opina el historiador Daniil Kotziubinski. “Al igual que el Imperio romano dejó de existir con la invasión de los bárbaros, el mundo de la Rusia de Kiev dejó de existir con la invasión de los mongoles y la historia de Vladímir no tiene continuidad directa en los estados modernos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. La influencia de los mongoles fue desigual en los territorios que hoy forman estos países”, afirma Kotsubinski.

La SHMR, de la que son socios fundadores los ministerios de Cultura y de Defensa de Rusia, se creó por un decreto de Vladímir Putin en 2012 y, entre sus fines está “consolidar las fuerzas del Estado y la Sociedad” para el estudio de la historia y para “oponerse a los intentos de deformarla”, así como “la educación patriótica”. Tras el proyecto dedicado al príncipe cristianizador, el historiador Vladímir Dolin ve “un homenaje a Putin y una justificación a su política en Ucrania”. Incluso hay quien cree que su verdadero fin es el apoyar una ideología monárquica en Rusia.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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