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Testimonios desde Yemen: “O te mueres de sed o te mata una bomba”

El país árabe está paralizado, sin electricidad y sin combustible. La población arriesga su vida para conseguir alimentos

Anuar Saulán, de 17 años, junto a su madre Zuhur en el hospital Yumhuria de Saná.
Anuar Saulán, de 17 años, junto a su madre Zuhur en el hospital Yumhuria de Saná.N. SANCHA

A la hora del iftar —la ruptura del ayuno musulmán—, los enfermeros del hospital Yumjuría de Saná traen la esperada comida para los familiares de Anuar Saulán y Ousama Massak. Ambos adolescentes, de 17 y 15 años, sobrevivieron a las bombas cuando intentaban conseguir alimentos y agua. Las explosiones les causaron quemaduras de tercer grado en el 75% de sus cuerpos

“Oímos el avión, le siguió un estruendo y de repente sentí que me ardía el cuerpo. No sé cómo me arrastré al arcén de la carretera", balbucea un rostro plagado de ampollas y quemaduras. Saulán fue el único superviviente de 14 jóvenes. “Iba con mis primos a recoger sandias al campo, queríamos tener todo listo para el iftar”, relata el joven. Así comenzó el mes sagrado para la familia Saulán, como los 21 millones de yemeníes, asfixiados desde hace tres meses por el estricto embargo impuesto por los países de la coalición liderada Arabia Saudí, que lucha contra los rebeldes Huthi. Un embargo que, entre otras cosas, ha dejado al país sin electricidad las 24 horas del día.

Tres días atrás la ONU declaró el máximo nivel de emergencia humanitaria para Yemen, uno de los países más pobres del mundo árabe. La mayoría de los problemas derivados del embargo se deben a la falta de combustible. El país se paraliza sin el preciado líquido. Sin él, las ambulancias no funcionan, los camiones de basura no trabajan, los cirujanos no operan y las bombas de agua no extraen. Las filas de coches se extienden durante kilómetro y medio alrededor de las gasolineras de Saná. Desde la ventanilla de su coche, Mohamed asegura que lleva 18 horas a la espera. Probablemente le queden otras 10. Por si no bastara, en su carrera diaria por sobrevivir, los ciudadanos se exponen a los constantes bombardeos de la coalición.

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La familia Saulán es originaria de Jaraz, a escasos kilómetros de la frontera saudí, y se organiza para avituallar al pueblo Beni Zela. “El mercado más cercano está a seis kilómetros, en un camino plagado de bombas. Enviamos tres motos cuatro veces por semana para comprar comida. Incluso juntamos dinero porque al triplicarse y cuadruplicarse los precios no todos los vecinos pueden costearla", explica Zuhur, de 38 años y madre del adolescente.

"Antes de esta guerra, Yemen importaba el 90% de sus productos alimenticios y el 80% de las medicinas. Por eso ahora la situación es crítica", explica en las oficinas de Saná Colette Gadenne, jefa de misión de Médicos sin Fronteras España. “La vulnerabilidad es tal que un simple sarampión está matando a niños con desnutrición", advierte.

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En la capital, pocos se pueden permitir los 60 euros por 4.000 litros de agua. En Adén, al sur del país, las aguas estancadas han desatado la alarma ante posibles epidemias. Ha habido 8.000 casos de malaria en tres meses y 590 muertos; el dengue también se expande. Al norte, el joven Massak casi pierde la vida en el intento. Tras dos horas de espera, las bombas le sorprendieron agarrado a la bomba de extracción del pozo. Desde la camilla que ocupará durante el próximo mes, el quinceañero resume su suerte: “O mueres de sed o te mata una bomba”.

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