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DE MAR A MAR
Columna
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Sic transit gloria mundi

Si no mediara una tempestad, Dilma Rousseff jamás recurriría a la Casa Blanca en busca de un respirador

Carlos Pagni

La visita de Dilma Rousseff a los Estados Unidos escenificó la situación que atraviesan las dos mayores democracias de América. Y recordó, por si algún insensato la había olvidado, una ley universal: cuando los gobiernos no consiguen señalar un horizonte detrás de un ajuste económico severo, el poder adquiere una volatilidad aterradora.

La gira de Rousseff debió producirse en octubre de 2013. Pero en septiembre de aquel año se conocieron las operaciones de espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad sobre el gobierno brasileño y, un detalle llamativo, sobre Petrobras. En protesta, Rousseff comunicó que faltaría a la cita. No le alcanzó con eso. Su cancillería despidió al embajador Tom Shannon, la figura más relevante de la diplomacia norteamericana para América Latina, con un almuerzo presidido por un funcionario de tercera línea, cuyo discurso fue tan agraviante que hizo llorar a la esposa del "agasajado". Obama quedó en una posición casi mendicante.

Al cabo de veinte meses los roles cambiaron por completo. Aquel presidente que en 2013 padecía un crisis abrumadora, que lo conduciría un año después a la derrota, recibió a Dilma en una semana olímpica: la Corte legalizó el Obamacare y el matrimonio igualitario; el Congreso concedió facultades especiales para negociar un acuerdo de libre comercio con Asia; y La Habana y Washington reanudaron relaciones.

La recepción prevista en 2013 redujo su formato. La prensa local apenas le dio espacio y se suprimió la cena de homenaje. Así y todo, para Rousseff fue un viaje de placer: los Estados Unidos le permitieron salir por tres días del infierno. La presidenta perdió el favor de la opinión pública. Su imagen positiva no supera el 9%. El 65% de los brasileños la repudia. El partido no la reconoce como líder. Y Lula da Silva, su mentor, no sirve como escudo: debe defenderse de las acusaciones de corrupción por el escándalo de Petrobras. Sólo falta que una mañana lo lleven a declarar a un tribunal.

Dilma tampoco controla su gobierno. El gabinete es una torre de Babel en la que cada ministro lanza una ocurrencia

La última novedad es que Dilma tampoco controla su gobierno. El gabinete es una torre de Babel en la que cada ministro lanza una ocurrencia. El de Industria, Armando Monteiro, propuso un inimaginable acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. Y la de Agricultura, Katia Abreu, anunció que se firmará un tratado similar con Europa, sin la Argentina. En otras circunstancias, estas declaraciones hubieran enardecido al PT. Ahora pasan sin respuesta, como si nadie tomara en serio nada.

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El Congreso también ha perdido la cabeza. Mientras el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, ordena recortes draconianos, el Senado aprobó un aumento de sueldos judiciales de hasta 78%. Exquisita estrategia de los legisladores para enemistarse también ellos con los ciudadanos.

Con una presidenta que pierde consenso, no disciplina a sus colaboradores y carece del sostén de su partido, el gobierno se va anarquizando. Las que antes eran hipótesis clandestinas se explicitan en la prensa. ¿Dilma será acorralada por el Tribunal Fiscal porque las cuentas de su anterior período son un desaguisado? En tal caso, el poder iría a su vice, Michel Temer. ¿O arrastrará también a Temer porque su campaña recibió dinero negro, como confesó el último arrepentido? Entonces debería asumir el mando el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha. En cualquier caso, los dirigentes del PMDB, aliados del PT, son los únicos con algo para ganar en la tormenta. Mientras la Élite especula con el derrumbe, Rousseff homenajea por TV a la mandioca y a la mulher sapiens. 

La presidenta perdió el favor de la opinión pública. Su imagen positiva no supera el 9%. El 65% de los brasileños la repudia

Si no mediara una tempestad, esta antigua guerrillera, líder de un partido anti-norteamericano, jamás recurriría a la Casa Blanca en busca de un respirador. Obama, por su parte, está atribulado por Estado Islámico, Rusia, Grecia, y un problema destinado a durar siglos: China. Es lógico que quiera saldar conflictos marginales antes de dejar la presidencia: Cuba, Brasil y Venezuela, donde Shannon realiza una diplomacia subterránea.

Dilma aprovechó la oportunidad para un recorrido diseñado con la mano derecha. Visitó a Kissinger, Murdoch, Condoleeza Rice y a una decena de banqueros. Hizo bien. La presidenta gira en un huracán donde hay un solo punto fijo: la racionalización económica que, plagada de dificultades, gestiona Levy. Hace dos años, reprendía a Obama como no se animaron a hacerlo otros espiados, llámense Merkel o Calderón. Sic transit gloria mundi.

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