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El Papa hace de la cruzada verde la clave del pontificado

Bergoglio convierte la ecología en el elemento que condensa sus preocupaciones sociales

El Papa, durante su reunión con 65 alcaldes del mundo.
El Papa, durante su reunión con 65 alcaldes del mundo.EFE

Tal vez la más atinada definición del papa Francisco fue acuñada esta misma semana en Roma por Bill de Blasio, el alcalde de Nueva York: “Es un líder que no habíamos visto antes”. Y ese líder ha decidido convertir la defensa del medio ambiente en la columna vertebral de su pontificado. Lo está haciendo de una forma práctica, con la vehemencia de quien está convencido de que cada atentado contra el planeta explota en el rostro de los más débiles.

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No hay más que fijarse en la agenda de Jorge Mario Bergoglio desde el 18 de junio. Aquel día se publicó la encíclica Laudato si: 200 explosivas páginas en las que el jefe de la Iglesia católica vincula el cambio climático con la pobreza y la explotación, acusa a las grandes compañías y a los gobernantes de los países más poderosos del “uso desproporcionado de los recursos naturales” y propone un cambio radical de estilo de vida para evitar que la Tierra se siga convirtiendo en “un inmenso depósito de porquería”.

A continuación, el Papa viajó a tres países de Latinoamérica —Ecuador, Bolivia y Paraguay— y volvió a denunciar el agotamiento del actual sistema económico mundial: “Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”. Y, para cerrar un círculo de algo más de un mes, reunió —el pasado martes en el Vaticano— a más de 60 alcaldes, entre los que destacaban los de Nueva York, París, Bogotá, Buenos Aires y Madrid, para implicarlos en su guerra contra el cambio climático y las nuevas formas de esclavitud. Su objetivo declarado es que los primeros resultados puedan verse en diciembre: “Tengo mucha esperanza en la Cumbre de París, que se logre algún acuerdo fundamental y básico”.

La clave de la actuación expeditiva del papa Francisco aparece, escrita entre líneas, en las primeras páginas de la encíclica. Bergoglio rinde tributo a sus antecesores al señalar que Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI ya mostraron su preocupación, en distintos momentos de sus respectivos pontificados, por la situación del planeta. Pero, al hacerlo, deja también constancia de que aquellas palabras se quedaron en nada, esto es, de que ya pasó el tiempo de las palabras solas. La página 13 de la encíclica es un verdadero toque a rebato: “Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concienciación. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no solo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Necesitamos una solidaridad universal nueva”. No se trata del párrafo más impactante, pero tal vez sí sea uno de los más importantes.

Bergoglio habla ahí de lo “urgente” de la cuestión, reconoce la labor del “movimiento ecológico” —tan denostado tantas veces— y tira de las orejas a sus propias huestes acusándolas de “negación” o “indiferencia”. Si los anteriores papas eran expertos en el género divino, el argentino tiene calado al género humano.

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De ahí que, en las vísperas de que los alcaldes de medio mundo se reúnan en el Vaticano para discutir sobre el cambio climático, el papa Francisco envía un mensaje manuscrito al organizador del encuentro, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, y le pide que se hable también de las nuevas formas de esclavitud. Sánchez Sorondo explica por qué: “Los dos problemas, como deja claro el Papa en la encíclica, están relacionados. La exclusión está ligada al problema del clima y está ligada al problema de la trata de personas. El maltrato del planeta genera pobreza y en muchas ocasiones obliga a la gente a que se venda a cambio de un trabajo, el que sea, para dar de comer a los suyos”.

Frente al Papa, el alcalde de Nueva York dice sentirse impresionado. De Blasio llama a Bergoglio “la más alta autoridad moral” y acepta su reto: “El Papa tiene razón cuando dice que nuestro actual sentido de practicidad está cavando nuestras tumbas. La cumbre del clima puede constituir nuestra última y mejor esperanza”. El alcalde de Roma, de centroizquierda, asiente. Ignazio Marino, cercado por una organización mafiosa que lleva años saqueando la capital de Italia, se agarra al mensaje de Bergoglio: “Este Papa no habla de cosas invisibles, sino de problemas reales que nos conciernen a todos. Lo hemos visto en la ciudad de Roma. Políticos y funcionarios corruptos se han estado aprovechando de los inmigrantes para enriquecerse. Les han puesto un precio, los han visto como mercancía, no como personas”.

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