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Vivir en Madrid, trabajar en Londres

El elevado precio de la vivienda en la capital británica hace que sea más barato residir en España y volar varias veces a la semana a Reino Unido

Pablo Guimón
Protesta contra la política de vivienda y los desalojos en Londres, en enero.
Protesta contra la política de vivienda y los desalojos en Londres, en enero. Getty Images

Los londinenses que volvían a sus casas del trabajo el martes pasado encontraron un motivo para reflexionar en las páginas del Evening Standard,el vespertino gratuito que entretiene las tardes en el metro londinenses. Es más barato, rezaba el titular, vivir en Madrid y viajar cada día a Londres a trabajar, que vivir, por ejemplo, en el barrio de Camden y trabajar en Liverpool Street.

El commuting, ese término sin traducción al español, que se refiere al desplazamiento diario entre la casa y el trabajo, adquiere en el Londres actual una nueva dimensión. La idea no es ya mudarse a la zona 2 o a la 3 de la red del suburbano. Ni siquiera irse a vivir a Brighton, Portsmouth u otras ciudades del sur de Inglaterra que ya están tomadas por jóvenes commuters urbanitas exiliados de la capital. La idea es trasladarse a otro país.

Los cálculos los ha realizado el equipo de la candidata laborista a la alcaldía de Londres Tessa Jowell. De hecho, aseguran, viviendo en Madrid y viajando cuatro días a la semana a trabajar a la capital británica, los londinenses se ahorrarían casi 600 euros al mes. El Standard aportaba algunas propuestas para las que alcanza ese dinerillo extra en Madrid: ver a Cristiano Ronaldo en sus partidos en el Bernabéu; regalarse, cuatro de cada cinco fines de semana, una cena en el restaurante Diverxo, de tres estrellas Michelin, o someterse a una sesión semanal de aromaterapia en el Ritz.

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Los números son estos: alquiler de un apartamento de una habitación en Camden (un barrio del norte de la capital en la zona 2 del metro), 2.745 euros al mes; impuestos municipales (que en Londres paga el arrendatario), 166 euros; pase mensual para las zonas 1 y 2 del metro, 179 euros. Total: 3.090 euros al mes. En el centro de Madrid, un apartamento semejante costaría 770 euros mensuales. Más cuatro billetes de ida y vuelta a la semana (en aerolínea de bajo coste y comprados con antelación), y los desplazamientos en tren, suman 2.500 euros al mes.

“La crisis de la vivienda se está poniendo peor cada día”, advierte la candidata a alcaldesa. “Y son los arrendatarios los está pagando las consecuencias. Pagan tanto a sus caseros que les iría mejor viviendo en Madrid y trabajando en Londres”.

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Más allá de lo extremo de la propuesta —y del infierno que puede ser pasarse cinco horas cada día en aviones y aeropuertos—, la historia pone de manifiesto el nivel de locura que se ha alcanzado en el mercado inmobiliario de la capital británica.

La escasez de vivienda es un problema grave en Londres. El consenso entre los políticos es que la ciudad necesitaría construir entre 40.000 y 50.000 casas nuevas cada año para atender a la demanda. El año pasado se construyeron 18.260. Entonces entra en juego la vieja ley de la oferta y la demanda, que dispara los precios. Comprar una casa es imposible para aquellos que no dispongan de 70.000 libras (101.500 euros) de ahorro, que es la entrada media que se pide para comprar un piso, y no estén dispuestos a endeudarse duramente el resto de sus vidas a cambio de una vivienda, cuando menos, justita.

La excepción es el segmento más alto del mercado. Gran parte del boom inmobiliario de Londres se atribuye a millonarios extranjeros que ven en la ciudad una atractiva oportunidad de inversión. Incluidos corruptos que desean blanquear dinero negro. Una de cada 10 casas de Westminster pertenece a empresas domiciliadas en paraísos fiscales. Hasta 36.000 propiedades de la capital pertenecen a este tipo de compañías, y la ley permite guardar el anonimato del beneficiario de la inversión.

El pasado martes, el primer ministro David Cameron, de visita oficial en Singapur, se refirió al problema. Prometió desenmascarar a estas empresas que usan el mercado inmobiliario de Londres para lavar dinero y aseguró que la ciudad dejará de ser “un refugio seguro para los corruptos”. “Mi mensaje para los defraudadores es: Londres no es el lugar para ocultar vuestro dinero negro”, dijo el primer ministro.

La alternativa es alquilar. O intentarlo. En 2013 una fundación británica estableció lo que se llama el salario para vivir, que se calcula en función de distintos indicadores del coste de vida. Al contrario que el salario mínimo (6,5 libras la hora para mayores de 21 años), este no es obligatorio. Lo puede adoptar las empresas para colgarse una medalla de responsabilidad ética. Se revisa cada año, y en Londres (9,15 libras o 13,3 euros la hora) es algo mayor que en el resto de Reino Unido (7,85 libras).

Pues bien, un estudio publicado hace unos días por la web de alquileres compartidos SpareRoom señala que nadie que cobre dicho salario puede ya permitirse alquilar una habitación en ninguno de los 33 barrios que forman Londres. El estudio está hecho suponiendo que se dedica un 35% del salario neto al alquiler, aunque muchos londinenses se ven forzados a dedicar a la vivienda un porcentaje de su salario mucho mayor. “Hemos llegado a un punto en el que la crisis de la vivienda se está llevando a los trabajadores peor pagados fuera de la ciudad”, explica Matt Hutchinson, de SpareRoom. “Incluso la modalidad de alquiler más barata, la de compartir piso, es oficialmente inaccesible para ellos en todo Londres”.

Mientras tanto, el 70% de los trabajadores londinenses menores de 40 años, según un encuesta de YouGov de septiembre de 2014, considera que el precio de la vivienda hace difícil trabajar en Londres. El 38% de las empresas, según el mismo estudio, comparten la preocupación por el impacto del coste de la vivienda en su capacidad de reclutar y retener a los trabajadores. Puede que finalmente sí los retengan. Aunque después de la jornada laboral en Londres estén tomando unas tapas en Madrid.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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