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Putin juega con la comida y con el fuego

Pilar Bonet

El crematorio, el foso, la apisonadora y el tractor son los ejecutores del decreto del presidente Vladímir Putin por el que se ordena destruir los alimentos vetados procedentes de los países que sancionaron a Rusia por su política en Ucrania. El balance oficial de la primera jornada inquisitorial, el 6 de agosto, fueron 320 toneladas de alimentos destruidos (290 de frutas y verduras y 30 de carne). La administración rusa celebraba así el primer aniversario de la entrada en vigor, el 7 de agosto de 2014, de las contramedidas restrictivas a la Unión Europea y a otros como EEUU, Canadá, Noruega y Australia.

Desde que comenzó el “año sin jamón” (la expresión es del servicio de web gazeta.ru), Rusia compensa la renuncia a sus principales proveedores agrícolas con nuevos suministradores y con sus propios comestibles nacionales, hasta ahora insuficientes. El resultado ha sido un vertiginoso aumento de los precios, un incremento del 2% de la producción agrícola, la proliferación de la picaresca y una menor variedad en la oferta.

Las imágenes de las apisonadora aplastando las frutas y de los quesos caminos del crematorio han inundado las televisiones, los periódicos y el Internet, ahora que los rusos de “Novarrosia” (el término hoy en desuso, que fue aplicado por la propaganda oficial al Este y Sur de Ucrania en 2014) irritan y dan miedo y ya no son fuente de inspiración. Pero en Rusia con la comida no se juega (o no se debería jugar). La población (sin excluir periodistas de publicaciones muy leales al Kremlin) ha reaccionado de forma muy negativa ante la pira. En el Internet, la petición de change.org en contra de la destrucción de alimentos alcanzaba las 302.000 firmas a la hora de escribir estas líneas. Los comentarios de las redes sociales recuerdan el hambre de la guerra y las épocas de escasez de la Unión Soviética y son muchos quienes expresan repugnancia viendo como desaparecen toneladas de comida que podían haber sido entregadas a los pobres o a los huérfanos: 22 millones de rusos viven por debajo del límite de la pobreza, que son 9662 rublos (cerca de 150 euros al cambio actual) y de ellos 80% son familias con hijos.

“Como hija de una superviviente del bloqueo considero que la destrucción de alimentos es amoral”, escribía en facebook la periodista Elena Tsilínskaia, y entre las más de 3100 personas que "cliquearon" aprobando su comentario estaba Natalia Timakova, la secretaria de prensa del jefe de gobierno Dmitri Medvédev, responsable de la disposición que establece el procedimiento de exterminio.

Los argumentos del régimen, contradictorios y de carácter político, no son compartidos ni por Kazajistán ni Bielorrusia, los países socios de Rusia en la Unión Euroasiática. Para justificar que los alimentos no sean transferidos a organizaciones caritativas, los responsables rusos acusan a los países europeos de mandar productos de mala calidad a Rusia, y elogian a los países latinoamericanos y africanos que han sustituido las importaciones , porque "ellos sí" que son agradecidos, diligentes dispuestos a cumplir cualquier requerimiento documental. Lo que no dicen es cómo afectará en el futuro la destrucción de alimentos al abastecimiento (que se ha empobrecido durante el primer año de sanciones) y a los precios.

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La terminología es bélica. El jefe de los servicios de vigilancia agrícola en Bélgorod se refiere un cargamento de queso no etiquetado como si fuera una invasión de “drones” no pilotados y Yulia Melano, secretaria de Prensa de Rossseljoznadzor (la entidad responsable de la vigilancia de los productos agrícolas) habla de la “destrucción mecánica en un polígono especial” de 73 toneladas de albaricoques y nectarinas con sospechosos certificados de Turquía. “Hoy o mañana los destruiremos”, dijo Yevgueni Antónov, el jefe de Rosseljoznadzor en Moscú, anunciando que la capital se preparaba para el exterminio de 28 toneladas de manzanas y tomates polacos, nueve toneladas de zanahorias y 28 toneladas de productos cárnicos del Canadá, Holanda y Alemania.

Pero si algo ha de salvar a Rusia, o por lo menos hacerle más llevaderos los caprichos de sus dirigentes, es su sentido del humor. Una agencia de viajes acaba de enviar sus nuevas ofertas a sus clientes. “En el marco del programa de destrucción de alimentos vetados le proponemos varios destinos para los que quiera participar. A continuación viene la ruta parmesano en dirección a Italia, la ruta del jamón en dirección a España y la ruta láctea a Finlandia”, señala el mensaje de la agencia, que recomienda a sus clientes no abrir su mensaje con el estómago vacío.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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