_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Cuándo serán los suburbios el lugar correcto en el momento correcto?

La mayor matanza de 2015 en São Paulo muestra que las palabras comienzan a matar antes que la muerte y siguen asesinando a los vivos después

Eliane Brum
Cadáver en un bar de Osasco.
Cadáver en un bar de Osasco.NIVALDO LIMA (FUTURA PRESS/ESTADÃO CONTEÚDO)

Las fotos del 13 de agosto muestran a mujeres fregando el suelo y lavando la sangre de los muertos como en las películas B de terror. Si el río rojo corre por las escaleras, las palabras resuenan más allá de la larga fila de cadáveres. Matan lentamente, como balas a cámara lenta, que perforan los cuerpos, se hacen pedazos por dentro y van corroyendo los órganos. Día tras día, día tras día, día tras día. Se mata y se muere también en el lenguaje. Las palabras silencian a los muertos más allá de la muerte. Y callan los vivos, aun cuando piensan gritar.

1) "Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado"

"Nunca tuvo nada que ver con el crimen. Era pacato, de familia. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. El nombre Deivison fue porque a mi padre le gustaban las motos Harley-Davidson".

(Jorge Henrique Lopes Ferreira, de 31 años, técnico de móviles, sobre su hermano, Deivison Lopes Ferreira, de 26 años, asesinado el 13 de agosto. Al padre de ambos lo asesinaron hace 18 años, en el mismo barrio, de la misma forma, en un crimen jamás aclarado.)

"Thiago estaba desempleado desde hacía un mes, pero era una persona excelente y por desgracia estaba en el momento equivocado, en el lugar equivocado".

(Alessandra de Lima, de 37 años, ama de casa, sobre el hermano Thiago Marcos Damas, de 32 años, asesinado.)

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

"Voy a tener que volver a la normalidad, seguir con mi vida. Perdí a un compañero y a un amigo. Por más que quiera, por desgracia, no me puedo mudar de casa. Este fue el caso de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado".

"(Jean Fábio Lopes, de 34 años, ayudante en una cafetería, sobre su compañero Eduardo Oliveira dos Santos, de 41 años, artesano, asesinado)

"Fue muy rápido y muy trágico. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado". (Alberto Martins, sobre su hermano, Fernando Luiz de Paula, de 34 años, pintor, asesinado) 

“Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado” fue el comentario más frecuente de los familiares de los 18 muertos y seis heridos en los suburbios de Osasco y Barueri, en la Gran São Paulo, en la mayor matanza de 2015. La expresión forma parte del dicho: “En los suburbios hay negros ladrones, blancos ladrones y aquellos que están en el lugar equivocado en el momento equivocado”. La frase también culpa, aunque indirectamente, a aquel que muere.

¿Por qué, a final de cuentas, estaba donde no debería estar, del lado de fuera, en la calle? No tenía que estar allí. Para no estar en el momento equivocado en el lugar equivocado, es necesario encerrarse en casa. Si estuviese encerrado dentro de casa, estaría vivo. Comentarios como estos se escuchan seguido en los suburbios, tanto que se han convertido en un cliché. Cada vez más acorralados, aquellos que no quieren morir se resignan a renunciar al espacio público.

Es la vida de los esclavos, soñada por sus señores: de casa al autobús abarrotado, del autobús abarrotado al trabajo, del trabajo al autobús abarrotado, del autobús abarrotado a casa. La gente pobre no necesita ocio o bien el ocio es ver la televisión en casa, de preferencia programas en los que los presentadores, algunos de ellos con ambiciones electorales, criminalizan a los pobres y ofrecen la imagen de sus cuerpos en el altar mediático. Quien suele ir a los bares sabe que puede morir, este es el recado. Como la noche del 13 de agosto, como en tantas otras noches.

Ser acorralado por hombres encapuchados y ejecutado a tiros nunca es la posibilidad en el lugar correcto y en el momento correcto

¿Cómo puede ser el lugar equivocado y el momento equivocado estar en un bar cerca de la casa antes de medianoche? Pero así es. Si hay un lugar equivocado y un momento equivocado, se supone que habría entonces un lugar correcto y un momento correcto. Pero los suburbios nunca son el lugar correcto. En los suburbios nunca hay un momento correcto. En cambio, en los barrios ricos de São Paulo, en el centro expandido, todos los bares son lugares adecuados, todos los momentos son adecuados. También la noche del 13 de agosto.

Ninguno de los hombres y mujeres de clase media y alta que llenaron los bares de Vila Madalena o de Itaim Bibi, la misma noche y en el mismo momento, necesitaron jamás pensar en la posibilidad de que encapuchados pudieran entrar y ejecutarlos. Ni que las chicas de la limpieza al día siguiente, ellas que vienen del otro lado del río, tuviesen que fregar su sangre. No hace falta pensar en eso, ni tiene ningún sentido. Ser acorralado por encapuchados y ejecutado a tiros nunca es la posibilidad en el lugar correcto y en el momento correcto.

Al encontrarse con el cuerpo de hijos, padres, maridos, hermanos, ¿qué dicen los pobres? Cuando están frente a frente con el cadáver de la persona a la que aman estirado en el asfalto, a la espera de que lo recojan, o lo extiendan en una camilla en el patio abierto del Instituto Médico Legal, porque faltó nevera para todos, ¿qué dicen? “Estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado”. Es la frase con la que la madre espera convencer a la sociedad, por última vez, de que su hijo era inocente y de que no merecía que lo matasen a balazos. A continuación, lo absurdo se naturaliza en los periódicos y se convierte en lo normal: “La mayoría de las familias dijo que las víctimas trabajaban y no vio ninguna razón para ejecuciones”. Eso es casi tan desesperante como la muerte, porque también es una especie de muerte. Y también mata.

2) “Fue parecido con los otros crímenes, ¿por qué no considerarlo?”

¿Cuál es el número de muertos que la sociedad de São Paulo, y también la brasileña, considera motivo de alarma? ¿Cuál es el número de pobres y de negros ejecutados que alcanza a nuestra sensibilidad selectiva? ¿Cuántos cuerpos se necesitan para hacer un titular? Sabemos que si el muerto es un residente de los barrios ricos, uno ya causa escándalo, como debe ser ante una vida destruida por la violencia. En los suburbios, se necesitan muchos. Acabamos de descubrir que 18 es un número que impresiona. Para que el Gobierno lo considere una matanza son necesarios al menos tres muertos. Solo en los primeros seis meses de este año fueron 10 matanzas en el estado de São Paulo y 38 muertos, según una investigación del Instituto Soy por la Paz, que se basa en cifras oficiales, obtenidas por medio de la Ley de Acceso a la Información. Este año, el número de matanzas se ha duplicado en comparación con el anterior, y el de víctimas se ha triplicado. Según Puente, agencia independiente de reportaje, especializada en derechos humanos y seguridad pública, las estadísticas son aún peores. Solo en la Gran São Paulo fueron 72 muertes en 2015. El 7 de marzo, por ejemplo, 10 personas fueron asesinadas en el Parque San Antonio, en la zona sur de la capital. El 18 de abril mataron a ocho en la cancha de la hinchada organizada Pabellón Nueve, en Osasco, cuando se estaban preparando para un partido entre Corinthians y Palmeiras. Pero fue necesario un número mayor, 18, para causar una conmoción que ya empieza a olvidarse.

Cuando la esperanza de los que lloran por el muerto es la de que entre en la lista de una matanza, la sociedad se ha podrido

Resulta escalofriante el comentario de un amigo de la víctima a la que quitaron de la lista. Sandro Afonso, de 34 años, ayudante general, fue asesinado con cuatro tiros en Itapevi, ciudad próxima a Osasco y Barueri, la misma noche. Él sería el décimo noveno, pero el Gobierno consideró que el caso no tenía nada que ver con la matanza. “Fue parecido con los otros crímenes, ¿por qué no considerarlo?”, lamentó un amigo anónimo. La esperanza de esta familia era la de que “el suyo” se incluyese en el crimen que es noticia, no que fuese un muerto ignorado más, lo que multiplicaría las posibilidades de un crimen impune. Salió de la lista visible, entró en la lista kilómetros más larga, la de los invisibles. Su asesinato perdió el interés público y mediático. Arrancado de la vida, difícilmente será arrancado del silencio en la muerte. Cuando la esperanza de los que lloran por el muerto es la de que este entre en la lista de una matanza, la sociedad se ha podrido.

3) "Era trabajador"

“Era un gran trabajador. Salió a comprar comida para su hermana y no regresó”. (Tía de una de las víctimas asesinadas)

“Él nunca tuvo problemas con la policía, le gustaba quedarse en casa con su mujer, que está embarazada de tres meses”. (Viviane de Lima, de 27 años, sobre su hermano, Rodrigo Lima da Silva, de 16 años, asesinado)

“Nunca se metió en nada equivocado”. (Tânia Cristina César, sobre su hermano, Eduardo Bernardino César, de 26 años, asesinado)

“No consumía drogas, era un hombre trabajador”. (Ângela Maria Pereira, sobre su marido, Jonas de Santos Soares, de 33 años, operador de máquinas, con tres hijos pequeños, asesinado)

La desesperación de los familiares para afirmar que su hijo, padre, marido, hermano, amigo muerto, estirado en el suelo, con balas en el cuerpo y sangrando, no era un “delincuente”, sino un "trabajador" aparece en los vídeos y en las declaraciones a los periódicos. La afirmación expone, al mismo tiempo, la deformación y el último acto de amor. En esa afirmación está implícito que, si fuese un delincuente, habría una justificación para su ejecución. Cuando la prensa valora el hecho de que 12 de los 18 muertos no tuviesen antecedentes penales, es posible justificar el relieve dado a la información porque esta volvería, en teoría, más distante la hipótesis de ajustes de cuentas del crimen organizado, así como el de muertes con identidades previamente determinadas, y no aleatorias, como parece haber sido. Pero también reproduce la idea ampliamente difundida en todos los sectores de la población de que los delincuentes pueden —y deben— morir, aunque en Brasil no exista oficialmente la pena de muerte.

Si tenía o no antecedentes penales es, a final de cuentas, la misma pregunta de los asesinos del 13 de agosto. Al llegar al lugar, según testigos, los encapuchados preguntaban quién tenía antecedentes penales. En algunos casos, habrían matado a los que respondieron que ya habían cometido delitos. A continuación, son los periodistas quienes lo preguntan. Poco después, es el turno de la población, que comenta la tragedia, y decide a partir de esa información si cabe o no la compasión. La lógica reproducida por todos los actores de esta historia macabra es la misma, por lo tanto. Y el hecho de que sea la misma es aterrador. Y, si 18 de los 18 muertos tuviesen antecedentes penales, ¿significaría que la matanza sería menos terrible, o que la sociedad puede tolerar –e incluso desear– el asesinato de algunos? Como el comentario del hijo adolescente de una amiga, al llegar de una de las escuelas de élite más prestigiosas de São Paulo, emocionado con la noticia: “¡Mamá, la policía mató a 20 ladrones en Osasco!".

En el gesto de mostrar la cartilla de trabajo se consuma todo el fracaso de Brasil

Es doloroso ser testigos de la desesperación de los familiares, al explicarles y explicarles y explicarles una y otra vez, a los reporteros, que su muerto era “trabajador”, que era “bueno”, era “familia”. Hacen la defensa punzante de la memoria de aquellos a los que amaban y reproducen en el acto todo el discurso que los aniquila desde hace siglos. Como reportera, una de las escenas que más me dilaceran y que se repite casi toda vez que piso por primera vez en la casa de alguien que vive en los suburbios es cuando me muestran su cartilla de trabajo para probar que no son delincuentes. Hombres y mujeres sufridos, marcados por la vida dura, que saben que nacieron ya bajo sospecha porque son pobres, y se vuelven más sospechosos si encima son también negros. Y yo, blanca y periodista, soy decodificada como una autoridad a quien también es necesario mostrar la cartilla de trabajo. La rechazo, digo que no hay necesidad, repito que no deben. Insisten. La tomo, me muero un poco. En este gesto se consuma todo el fracaso de Brasil.

4) “Cuando muere un policía, puedes saber que dentro de hasta 15 días habrá una matanza. Nunca va a cambiar”.

La principal línea de investigación de la masacre del 13 de agosto señala hacia una venganza, por parte de policías militares, por la muerte de un colega durante un asalto, ocurrido la semana anterior, en la misma zona. En la mayoría de las demás matanzas también hay sospechas de la participación de policías. El 13 de agosto prueba, una vez más, que los suburbios de São Paulo viven en un estado de terror, provocado por una guerra no declarada. En ella, caen los más pobres, la mayoría de ellos negros.

En 2014, la Policía Militar de São Paulo mató a 926 personas, en el trabajo o fuera de él, y 75 policías murieron. Es la mayor letalidad policial desde 1995, cuando el Gobierno empezó a divulgar los datos. Con información del Centro de Inteligencia y del Consejo de la Policía Militar de São Paulo, el reportero André Caramante mostró que la Policía Militar mata a una persona cada 10 horas en São Paulo, cinco cada dos días. En el primer semestre de este año, según el diario Folha de S. Paulo, policiales militares y civiles en el ejercicio de su función mataron a 358 personas y 11 policías murieron.

A las muertes fuera de servicio se les llama, en la jerga policial, “caja 2”, como muestra otro periodista especializado en seguridad pública, Bruno Paes Manso. En blogs y redes sociales, los policías exhiben fotos de sospechosos e incitan a la violencia no como excepción, sino como regla. Como comportamiento y forma de actuación, abierta y cotidianamente. Es frecuente que la muerte de sospechosos, llamados en portugués malas, corruptela de la palabra malacos (delincuentes), se difundan y se celebren por WhatsApp: “El mala bueno es este, el mala muerto”. O, algunos meses atrás, “Los tres gusanos, ahora hace poco, se acostaron en el mármol helado del IML [Instituto Médico Legal]. Perdidos peligrosos. Felicitaciones a los policías implicados en el suceso”.

Es necesario fundar una policía que cumpla la ley y proteja a los ciudadanos, en vez de asesinarlos

El gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB), dijo que lo más importante es aclarar la serie de crímenes y arrestar a los asesinos de la matanza del 13 de agosto. No es suficiente. Si se demuestra que los autores de la noche más violenta de São Paulo fueron policías, es el momento de afrontar con seriedad la necesidad de refundar las policías. Es necesario desde hace tiempo, pues la participación de policías, sobre todo militares, en escuadrones de la muerte es bien conocida. Un policía militar en un régimen democrático ya es una contradicción en sí misma. La deformación estructural perjudica a los buenos policías —sí, existen— y sumerge a la población de los suburbios en un horror cotidiano, víctimas de una guerra no declarada oficialmente, puesta en marcha por agentes del Estado, cuya rutina de venganzas los miembros de la corporación exhiben sin pudor en las redes sociales, un comportamiento tolerado por quienes deberían castigarlo. Es necesario enfrentarse a la estructura. Es necesario formar una policía que cumpla la ley y proteja a los ciudadanos, en vez de asesinarlos.

Es eso o asumir el estado de terror expresado en esta frase: “Cuando muere un policía, puedes saber que en hasta 15 días va a haber una matanza .Nunca va a cambiar”. La afirmación la hizo una mujer de 50 años, costurera, amiga de una de las víctimas. Hace tres años que perdió a su hijo en otra matanza en la ciudad. Si ella ya sabe cuál es el modo de operar de una parte de la policía, ¿cómo es que el Gobierno no toma medidas antes de que se consume el hecho? Lo más brutal de esta frase, sin embargo, es la seguridad de esa mujer de que nada va a cambiar y de que los suyos continuarán muriendo. Esa certeza es un dato de su vida, tan inmutable como que la Tierra gira alrededor del Sol. Y aún más brutal que eso es que ella tiene razón. No hay ningún hecho, ni ahora ni en el pasado, que se le pueda presentar para demostrar que, sí, algo va a cambiar. Hay promesas. Hechos, hasta ahora, no los hay.

El discurso que atravesó el sepelio de las víctimas se puede resumir mediante la frase de otra mujer, en este caso hermana de Eduardo Bernardino César. Ella dijo, al enterrarlo: "Si fueron ellos (policías militares), no habrá investigación, porque la policía no persigue a la policía".

Esta es la credibilidad de la policía y del Gobierno de São Paulo entre los más pobres. Una convicción construida y comprobada en lo cotidiano. Día tras día.

5) "Mi hijo murió. Voy a seguir buscándome la supervivencia"

La masacre dentro de la masacre, la muerte en el interior de la muerte, el asesinato más allá de la carne, es la frase de una madre. Zilda Maria Paula perdió a Fernando, de 34 años. Él era pintor de brocha gorda. Estaba tomando cerveza con sus amigos, poco antes de las 21 horas, en un bar de Osasco, cuando los encapuchados entraron y él cayó junto a otros siete. Era la primera ejecución de la noche del 13 de agosto. Su madre les dijo a los reporteros de los periódicos Folha de S. Paulo y Agora:

—Solo sé que mi hijo murió. No voy a usar camisetas con su foto, no voy a pedir justicia. Seguiré buscándome la supervivencia, porque nadie me va a ayudar.

Sin puentes: a un lado del río, protestas contra la violencia policial en los suburbios; al otro lado, selfis con una de las policías que más matan en el mundo

Este domingo, ella fue la única familiar que participó en un acto contra el genocidio en los suburbios, en Osasco, que reunió a solo 50 personas, en un escenario de calles llenas de baches, unos pocos árboles raquíticos y casas de ladrillos a la vista. Varios familiares se habrían negado a participar por miedo. Zilda planea una misa de séptimo día: “Quiero hacer algo civilizado, para no darle motivo a la policía para reprimir”.

Cerca de ella, una mujer que no quiso identificarse afirmó: “Cuando termine el acto aquí, ¿qué va a pasar? El silencio volverá”.

6) Epílogo: en la Avenida Paulista, selfis con la policía

En la misma tarde del domingo 16 de agosto, a pocos kilómetros de distancia, la escena era otra. La gente “de bien” que se manifestaba para exigir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff reeditaba su admiración y confianza en una de las policías que más matan en el mundo. Les daban la mano a los agentes, los felicitaban por el buen trabajo. Después, hacían selfis. Abrazados a los policías militares, haciendo señal de positivo. No se registraron protestas contra la matanza de tres días antes.

En la ancha Paulista, la avenida-símbolo de la pujanza de São Paulo, ocupada por cerca de 135 000 manifestantes, en su mayoría hombres, autodeclarados blancos y graduados universitarios, según la información recopilada por la encuestadora Datafolha, era como si nada hubiera sucedido al otro lado del río, los puentes dinamitados también por ese gesto más. Era como si no existiesen 18 cuerpos agujereados a bala y llorados por decenas en los cementerios de los suburbios de la Gran São Paulo. No se recordó a los cadáveres ni por compasión ni por decencia. Ni siquiera por vergüenza. La sospecha de que la masacre haya sido cometida por policías no parece haber conmovido a los manifestantes. La mayoría ni siquiera parecía haber notado la obscenidad de su gesto de pedir un selfi, ya que cada policía allá representa no a sí mismo, sino a la institución marcada por una letalidad escandalosa.

Ejecutar a pobres a tiros en los suburbios parece no ser considerado corrupción por los manifestantes de la Paulista. Tiene todo el sentido. Es esa la policía que garantiza que solo mueran los del lugar equivocado, en el momento equivocado. La gente “de bien” está en el lugar correcto, en el momento correcto. Clama contra la corrupción vestida con la camiseta de la corrupta Confederación Brasileña de Fútbol, lo que una vez más tiene todo el sentido. Y va a la Paulista también para garantizar que continúe estando siempre en el lugar correcto, en el momento correcto.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos y de la novela Uma duas. Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Traducción de Óscar Curros

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_