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Miedo a la libertad
Columna
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La revuelta de los valores

El pueblo es más intolerante con la corrupción de los gobernantes de izquierda

La política actual ya no habita en las instituciones ni en los políticos. Ahora, la política hace ruido en las calles y está en las redes de la sociedad. Y pronto dejará de ser un asunto de profesionales o estudiosos —salvo como un mero modus vivendi rechazado por la mayoría de los pueblos— para convertirse en el gran terreno de debate de todos.

Países como Brasil, que han sufrido injusticia social, dictaduras militares y monopolios que perjudicaron su economía, están de actualidad porque la gente sale a manifestarse contra sus gobernantes, elegidos democráticamente, que como en el caso de la presidenta Dilma Rousseff se presentaron con indiscutibles banderas de lucha por la democracia.

¿Son Lula da Silva y Dilma Rousseff los gobernantes más corruptos que ha tenido Brasil? Tal vez no. Pero sí son los primeros gobernantes de izquierda que se han mantenido en el poder por más de una década, protagonizando varios hitos sociales del Estado brasileño.

Entonces la gran pregunta es: ¿Por qué los gobernantes que convirtieron Brasil en un modelo a seguir son ahora los mismos que lo llevan a ser un país política y económicamente frustrado?

El subcontinente brasileño, a pesar de ser la séptima economía del mundo, ha sufrido este año un 23% de depreciación del real frente al dólar, una caída del PIB del 2%, un incremento de la inflación que está ya en el 9%. Además, la previsión para el año que viene es que tendrá un crecimiento cero.

En conjunto, estas razones económicas podrían explicar la furia del pueblo expresada en las calles. Sin embargo, las manifestaciones de protesta comenzaron antes y de la mano de los más de 50 millones de brasileños beneficiados con programas sociales. La inversión del Gobierno brasileño con motivo del pasado Mundial de Fútbol tampoco jugó a favor de Dilma y, menos aún, con la estrepitosa derrota de la selección local frente a Alemania.

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Actualmente, Dilma Rousseff tiene una aceptación de sólo el 8%. A quien los brasileños hoy admiran y quieren es al juez Sérgio Moro, que con la operación Lava Jato, se ha convertido en la muestra más visible de la lucha contra la corrupción.

No es Brasil el primer país que sigue a un juez. Hay precedentes como en Italia con la operación Mani Pulite o la influencia del juez español Baltasar Garzón, con su lucha por la justicia contra los genocidas y las dictaduras de Sudamérica.

Fin de la corrupción

Sin embargo, sí es la primera vez que los pueblos cambian las grandes autopistas y hospitales y los ambiciosos proyectos por una revolución de los valores morales que exige el fin de la corrupción.

La intolerancia y el descontento de la sociedad contra la corrupción de los gobernantes de izquierda es superior al que sienten hacia los gobiernos de derecha. La razón es que, en su momento, los políticos izquierdistas hicieron reformas para beneficiar y dar esperanza a los menos favorecidos, generando una ilusión que después ha sido traicionada.

En ese sentido, países como México y Argentina deben tomar nota, porque ninguno está gobernado por figuras tan relevantes de la izquierda o por defensores de la justicia social, como en Brasil, que ahora también es un ejemplo para toda la región.

El estallido brasileño que empezó con el Mundial y seguirá durante los Juegos Olímpicos, tiene una razón más profunda que la meramente económica, ya que está basado en un valor moral intangible como es el rechazo a la corrupción.

Brasil es hoy un caso digno de estudio, no sólo por lo que ocurre a su interior, sino por el efecto contaminante que puede tener sobre el resto de las Américas.

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