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“Porque México protege a los perseguidos en esta noche negra…”

Ven la luz las cartas de cientos de chilenos que pidieron refugio en México tras el golpe de Pinochet

Hace 42 años, el ruido de metralletas y botas militares se impuso al verbo lúcido y a las gafas de pasta del presidente chileno Salvador Allende. Con el triunfo del golpe de estado el 11 de septiembre de 1973, miles de personas afines al mandatario socialista se convirtieron en el objetivo de la Junta Militar, que instauraba desde el miedo una dictadura que se prolongaría los próximos 17 años. La embajada de México en Santiago de Chile abrió sus puertas de par en par y se convirtió en un salvavidas para cientos de nacionales y extranjeros perseguidos. El diplomático mexicano Gonzalo Martínez Corbalá acogió a todos los que llegaron sorteando controles, esquivando carabineros y saltando la tapia de la embajada, sin distinción. Era cuestión de vida o muerte. Las cartas y las solicitudes que escribieron aquellos refugiados – “exponga los motivos por los que quiere salir del país”, “¿por qué escoge México?”- son las voces de súplica de quienes pusieron a México como la tierra de la esperanza.

Las misivas, a las que ha tenido acceso EL PAÍS en el Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Exteriores de México, están firmadas por sindicalistas, obreros, historiadores, militantes socialistas, limpiacristales, artistas, editores de libros, políticos cercanos a Allende y hasta por un espía. Cada una de ellas, por independiente, es el relato personal y único de aquellos días. Todas juntas dibujan el retrato de uno de los momentos más convulsos de la historia de Latinoamérica. “Mi gorda linda”, escribe Edgardo Nalla a su compañera, “el país al que más conviene irse es México. Al ser otorgado el salvoconducto uno viaja, allá es hospedado en un hotel hasta un máximo de seis días. Durante este tiempo el propio gobierno se encarga de ofrecerle trabajo”.

El listado del primer vuelo que partió de Santiago con la familia Allende.
El listado del primer vuelo que partió de Santiago con la familia Allende.

La Junta Militar triunfante, encabezada por Augusto Pinochet, estaba dispuesta a erradicar cualquier atisbo de comunismo o socialismo en el país. Bonnel Buritica pide asilo por haber sido señalado como “marxista” por colaborar con el gobierno del doctor Allende. “Se ha emprendido una ruda campaña en mi contra”, lamenta. Waldo Juan Pávez, que tenía entonces 24 años, dice que desde que no atendió a los requerimientos de los militares se ha decretado una orden de arresto en su contra, “vivo o muerto, acusándome de agitador profesional y extremista”. El profesor de historia Wilson Barbosa, de nacionalidad brasileña, cree que lo persiguen por pertenecer a una minoría: "Por mi condición de negro soy permanentemente sospechoso ahora".   

Los hay que se enfrentan a un segundo exilio. El boliviano David Chacón pide asilo porque en su país estuvo “comprometido” con la guerrilla del Che Guevara y en Chile, “en calidad de dirigente universitario”, participó en “el proceso revolucionario”. Otro asegura ser hijo de refugiados españoles tras la Guerra Civil y recuerda el rescate que hizo el general mexicano Lázaro Cárdenas a partir de 1939, una misión histórica que llevó al país norteamericano a miles de españoles. “Creo que son lazos más que suficientes”, dice para darle trascendencia a su solicitud de asilo.

Esta es una crónica de vidas truncadas y la ilusión de reconstruirlas. Uno escoge México “porque es un país en el cual se toleran las distintas ideas políticas”; otro “por su tradición libertaria y acogedor de perseguidos”. Un tercero por ser un lugar “donde se respetan los derechos humanos”. Y otro "porque México protege a los perseguidos en este noche negra que azota a mi país" Razones que sirvieron para que más de 750 personas partieran rumbo a México desde su embajada en Santiago de Chile, escapando de un país que ya no reconocían

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Por mi condición de negro soy permanentemente sospechoso ahora" Wilson Barbosa, brasileño, en su solicitud de asilo a México

En el primero de los cinco vuelos que puso a disposición de los asilados el Gobierno mexicano de Luis Echeverría viajó la propia familia de Allende, que era muy cercana al embajador Martínez Corbalá (San Luis Potosí, 1928). Un periplo narrado con exquisito detalle en el acervo de Exteriores mediante fax, conversaciones telefónicas y mensajes cifrados. La mujer, Hortensia Bussi, doña Tencha, mostró su convencimiento inicial de permanecer en su país, donde había muerto su marido, pero el día 14 decidió abandonar Chile. “Después de hacer un análisis de circunstancia entre quedarse en este país (Chile), asilarse en Cuba o en Mejico (sic). Se decidió por este último país”, dice el último de los mensajes.

El poeta Pablo Neruda también recibió este ofrecimiento extraordinario. El embajador Corbalá llegó a recibir de parte de su esposa, Matilde, un abrigo, sus maletas y un sombrero. Pero algo pasó. En el último momento, Neruda dijo que no podía viajar el sábado 22, como estaba previsto. No tenía ánimo. El presidente mexicano Echeverría aceptó posponer el viaje hasta el lunes. Esas 48 horas fueron demasiadas: el poeta, que estaba hospitalizado, murió y nunca pudo llegar a México.

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Otra de las cartas está firmada por Víctor Hugo Núñez. “Es mi letra, seguro”, recuerda más de cuatro décadas después. Ahora es un reconocido escultor de 72 años que vive en Cuernavaca, una ciudad a una hora del DF. En aquel entonces era promotor cultural en las minas de cobre que Allende expropió a las empresas estadounidenses. Se encargaba de convertir las casas de los antiguos hacendados en lugares de exposiciones y convivencia del pueblo, que pasaba de ser la servidumbre a almorzar con cubertería de plata. Una vez que triunfó el golpe, Víctor Hugo fue encarcelado en Rancagua y sometido a varios simulacros de fusilamiento que pueden llevar a un hombre a la locura.

Liberado por la mediación de un pariente que tenía contactos en el ejército (“una forma miserable y poco heroica de obtener la libertad”), el joven artista se presentó en la embajada mexicana. Por primera vez en su vida llevaba corbata y se había cortado el pelo para no parecer un beatle. “Tenemos antecedentes”, escribió en su solicitud, “de compañeros que fueron puestos en libertad y posteriormente detenidos. Se les aplicó la ley de fuga, (fueron) fusilados… no dudo en asilarme”. Al recibir 42 años después la carta, enviada por este periódico, Núñez no pudo reprimir el llanto. Coincidió que ese mismo día operaban a su hija de un melanoma, pero el escultor terminó la jornada brindando: “La operación ha salido bien y la carta me recuerda que mi vida, pese a todo por lo que pasé, también. Por eso esta noche cenaré rico y me echaré unos tragos de vino”.

La medianoche del sábado 15 de septiembre salió el primer vuelo de asilados desde el aeropuerto de Pudahuel. El avión haría escalas en Lima y Panamá para repostar. Tras despegar, el embajador Corbalá cayó en la cuenta de que a esa hora debía estar celebrándose en su país el Día de la Independencia. Agarró una bandera y vociferó: “¡Viva México!”. El periodista León Roberto García, que iba a bordo, relata que doña Tencha se quebró al gritar el nombre de Allende. “Lloramos”, recuerda, “habíamos ganado la libertad”. 

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