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Elecciones Guatemala
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El desafío de reinventar Guatemala

El reto para el próximo presidente del país será hacer que se parezca a una democracia

Pérez Molina escucha a sus abogados, el pasado día 8 en Guatemala
Pérez Molina escucha a sus abogados, el pasado día 8 en GuatemalaMoises Castillo (AP)

Uno de los grandes enigmas contemporáneos es qué ha pasado en Guatemala. Hay, sin embargo, hechos conocidos: una gran protesta popular fue decisiva en la renuncia del presidente Otto Pérez Molina, hoy en prisión a la espera de juicio; la bola había comenzado a rodar el pasado 16 de abril cuando una comisión creada por la ONU (la CICIG) presentaba una abrumadora lista de acusaciones que provocó la dimisión de la vicepresidenta Roxann Baldetti, hoy también en la cárcel, y sitúa al exmandatario como fulcro de una red de defraudación de ingresos aduaneros, llamada La Línea; y el día 6, finalmente, se celebraban en Guatemala unas extrañas elecciones presidenciales, en las que los candidatos más pudientes pertenecían a un tiempo anterior a la conmoción ciudadana, y de los que el mejor situado para alzarse con el santo y la limosna era Jimmy Morales, un cómico de televisión, teólogo protestante, que acumula másters, tiene un doctorado en algo tan exótico como Seguridad Estratégica, y cuyo principal mérito es ser una página por escribir en cuestiones de política.

“Revolución”, uno de los términos más devaluados por el vértigo mediático, se ha aplicado instantáneamente al caso, igual que ilustró las crónicas de la primavera árabe. ¿Está Guatemala lo bastante construida para permitirse el lujo de una revolución? ¿O estamos ante un sobresalto, un motín, o una gran protesta popular que la clase política de siempre, los 132 parlamentarios que votaron la retirada de la inmunidad al presidente, ha aprovechado para soltar lastre y desprenderse de quien mancillaba así su forma de ganarse la vida?

Se ha escrito que Guatemala sufre una “pulverización del sistema de partidos cuya fragmentación y volatilidad extremas impiden la constitución de identidades políticas estables y duraderas”. Tanto es así que ninguna formación ha repetido en el poder desde 1985, y más de 60 partidos y una docena de coaliciones han participado en los sucesivos comicios, de los que 28 agrupaciones siguen en activo. Pero la “pulverización” llega mucho más lejos. El pasado fin de semana el Tribunal Supremo Electoral aún no había sido capaz de determinar quién competiría con Morales en segunda vuelta el 25 de octubre: si Sandra Torres, exesposa del presidente Álvaro Colom, o Manuel Baldizón, industrial evangelista para el que la Biblia contiene todas las respuestas como un Baedeker de la religión. Ayer anunció que será Torres. En Colombia, por ejemplo, la maraña legislativa es inextricable, pero se hace el gesto de tratar de deslindar competencias, mientras que en Guatemala la legalidad es una jungla en la que magistrados fallan en orden disperso. Y en esa incipiente fabricación de lo nacional, el narco ha entrado a saco no para instalarse como un Estado dentro del Estado, sino envolviéndolo, haciéndolo suyo, como un vasto contenedor.

¿Por qué la conmoción, el sobresalto, el motín o la revolución han favorecido al caricato? El sufragio tiene toda la apariencia de ser un voto bronca, que llevó a las urnas un 72%, récord, del censo, y más que preferir, descartaba. El reto, para quien llegue al poder en enero, es reinventar Guatemala; hacer que el país se parezca cuanto antes a una democracia.

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