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La crisis de los refugiados reabre la brecha Este-Oeste

La oposición de húngaros, checos, eslovacos y rumanos revela falta de liderazgo

Claudi Pérez
Varios refugiados esperan en la entrada del centro de acogida en Croacia.
Varios refugiados esperan en la entrada del centro de acogida en Croacia.ZOLTAN BALOGH (EFE)

La crisis de refugiados, el equivalente moral a la crisis del euro, reabrió ayer definitivamente la vieja brecha Este-Oeste. La oposición final de húngaros, checos, eslovacos y rumanos deja al descubierto los problemas de liderazgo y solidaridad que ya emergieron con la crisis económica. Ni la enorme presión política ni el golpe bajo que supuso de la amenaza de recorte de fondos estructurales han podido evitar esa cicatriz Este-Oeste, que sacude el tablero geopolítico continental e incide en algo tan intangible como los valores que dan forma a la idea de Europa.

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Quien busque un buen ejemplo de la debilidad que aqueja a Europa no tiene más que contemplar el kilométrico muro entre Hungría y Serbia. A este paso, en el continente habrá pronto más muros en sus confines que durante la Guerra Fría: los hay en Ceuta y Melilla, en Grecia, Chipre y Bulgaria, y hay planes para construirlos en Rumanía y los bálticos. La crisis perpetua en la que está Europa tiene más inventiva que los políticos que corren tras ella: a la debilidad asociada al jaleo económico se suma ahora la crisis de refugiados, que deja de nuevo al descubierto los problemas de liderazgo y solidaridad de la UE combinados con una tensión creciente, que se traduce en animosidad entre países, incluso entre bloques. Reverdece la dialéctica Este-Oeste: cuatro países han rechazado el reparto de refugiados propuesto por Bruselas; buena parte de los socios del Este, liderados por una Polonia que al final ha dado marcha atrás, han levantado la voz en ese asunto por la cercanía de las elecciones o con la excusa esgrimida por varios Gobiernos de que sus opiniones públicas son reacias a aceptar inmigrantes y refugiados.

“Me inquieta que un telón de acero invisible esté cayendo sobre Europa”, decía con el inevitable tono pomposo el comisario europeo Johannes Hahn hace unos días. El ministro belga Alexander De Croo ha acertado a resumir las quejas del Oeste: “Europa no es un cajero”. Berlín y Viena han amagado con bloquear los fondos estructurales si el Este no colabora. Bruselas recuerda que eso es imposible.

Pero el asunto no es tan sencillo: ese esquema Este-Oeste es apenas una tentativa parcial de resumir lo que ocurre. Tras una primera reacción muy hostil se han visto movilizaciones populares en favor de los refugiados, y pasos de varios Gobiernos del Este en la buena dirección. “En cuanto a los valores, esa división es engañosa”, apunta Michael Leigh, de la German Marshall Fund. Fabian Zuleeg, del European Policy Center, apunta que la realidad desdibuja esa brecha Este-Oeste: Reino Unido y Dinamarca destacan entre quienes se oponen por norma a los planes de Bruselas. Finlandia se abstuvo en la votación por sus eternos problemas con las fórmulas de mutualización. Las actitudes hostiles, en fin, no son patrimonio del Este. “Los partidos antiinmigración están en los primeros puestos en Occidente”, critica Leigh.

“La respuesta política ha sido caótica: como en la crisis económica, la de refugiados revela los límites de la solidaridad europea. El Este no acepta cuotas obligatorias: lleva toda la crisis del euro oyendo que las reglas están para cumplirse, y en los tratados no se justifica la obligatoriedad. Y esos países no tienen experiencia recibiendo emigrantes; son étnica, religiosa y culturalmente bastante homogéneos, y determinadas actitudes no cambian de la noche a la mañana, menos aún con una clase política tan cerrada y pendiente de su opinión pública”, afirma Stewart Patrick, del Center on Foreign Relations. Ni siquiera los argumentos demográficos son definitivos: el Este pierde población, pero quienes se quedan no son siempre los mejor preparados y pueden tener miedo a perder su empleo, dice el analista Jordi Vaquer.

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Los expertos consultados critican con dureza los vaivenes de Berlín, que ha protagonizado un liderazgo sospechoso y voluble, en el que han quedado patentes sus intereses nacionales con resultados mediocres. “Esta crisis va a modificar las relaciones entre Alemania y la UE tanto como la crisis del euro”, vaticina el politólogo Ivan Krastev. En juego está incluso alguno de los grandes logros de la UE: Schengen está suspendido en varios países por la llegada masiva de refugiados. ¿Masiva? Se trata de menos del 0,2% de la población europea. En Líbano, la cifra de refugiados es del 25%.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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