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Columna
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El enigma de la esfinge Marina Silva

La ecologista, temida y amada por partes iguales, vuelve a ser una incógnita en el futuro de la política brasileña

Juan Arias

La ambientalista Marina Silva, que según ella “ganó perdiendo” en las últimas elecciones presidenciales mientras su adversaria, la presidenta Dilma Rousseff, “perdió ganando”, podría resucitar, arropada por su partido, la Rede Sustentabilidade (Red Sostenibilidad), que acaba de ser legalizado. ¿Seguirá siendo el enigma de la eterna esfinge?

Silva podrá o no gustar, pero es difícil, a la vista de la crisis que vive el país, no reconocer que había anticipado algunos de los problemas que se han agigantado ahora. Como la crisis política, producida en parte por las viejas prácticas del llamado “fisiologismo”, que había anticipado en la última campaña electoral. Llevaba razón en que la sociedad acepta cada vez menos la “vieja política”, en la que ve la matriz de los escándalos de corrupción.

La vocación de defensa de la naturaleza y del medio ambiente, que ella encarna, y que le ha asido reconocida internacionalmente, se ha hecho también cada vez más crucial para salvar el planeta, lo que ha llevado al papa Francisco a dedicarle al tema su primera encíclica Laudato si y a insistir en ello en su viaje a Estados Unidos.

La apuesta de Marina Silva por una forma diferente de gobernar, tenga ella o no la fuerza para imponerla, sigue teniendo tirón en la calle. La ecologista mantiene aún, a pesar de su silencio y hasta ayer sin un partido legalizado, un capital de más de 30 millones de votos, según los últimos sondeos, superando a una posible candidatura de Lula da Silva.

En las batallas presidenciales anteriores, la voz de Silva ya indicaba una tercera vía, con su defensa de un modo nuevo de gobernar, convencida que la política tradicional formada por partidos sin ideología ni programas, que se venden a cambio de cargos y prebendas, está agotada.

Esta vez, después del terremoto del escándalo de corrupción de la Lava Jato, las ideas de Silva resultan doblemente alternativas a la de los partidos tradicionales.

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Silva fue duramente criticada en las últimas presidenciales por su entonces adversaria política, la candidata Rousseff, por defender que deseaba gobernar con los “mejores”, los no corruptos.Y es la presidenta la que se ve hoy en dificultad para nombrar a sus nuevos ministros por no saber si estarán o no involucrados en algún escándalo de corrupción. También Rousseff busca ahora desesperadamente a los mejores. Va con la linterna de Diógenes en busca de políticos limpios.

Lo que la ecologista Silva siempre defendió es que puede haber otras formas de gobernar, que coincide con lo que siente y parece desear la sociedad que aboga por una forma diferente y menos corrupta de dirigir los destinos del país y con una mayor participación activa de la ciudadanía.

Hay quien teme que si se derrumbase Rousseff, podría aparecer algún aventurero como acaeció con Collor de Mello. ¿Puede considerarse una posible candidatura de Marina Silva, con el apoyo de su pequeño e incipiente partido, una aventura para el futuro de Brasil o más bien una esperanza de algo diferente?

¿Habrá aún hoy, después de la marejada que está viviendo el segundo mandato Rousseff, quien se atreva a acusar a Silva de querer arrancar la comida del plato de los pobres?

Durante la última campaña, ella acuñó una frase que ahora suena a profética: “Se puede perder ganando y se puede ganar perdiendo”. Hoy, a la vista de la crisis que está viviendo Brasil, después de aquellas elecciones que dio la victoria al gigante Goliat contra el pequeño David, contradiciendo el relato bíblico, se podría decir que no le faltaba razón.

Ella perdió ganando, porque fue reconocida la injusticia a la que fue sometida por el tanque electoral, y Rousseff, que ganó en las urnas, hoy sufre en su carne los resultados de una victoria que se le convirtió en derrota.

La ecologista podría ser más que una voz en el desierto, como muchos la acusan. Hoy es necesario colocar el descarriado tren de la economía y de la decencia política en el binario de una nueva era de esperanza que vuelva a unir a los desgarrados electores brasileños.

El país no necesita más zancadillas políticas, ni más enfrentamiento y violencia. Necesita recobrar su vocación de país que aún cree que se puede ser feliz sin necesidad de robar para ser millonario.

Marina Silva, de nuevo resucitada, aparece como una mezcla de utopía y realismo, de profetismo y pragmatismo, capaz de abrir un debate sobre lo que los brasileños desean y espera de los políticos, en el momento en que su estima por la vieja política nunca fue tan puesta en discusión y rechazada con tanta violencia.

La ecologista, temida y amada quizás a partes iguales, vuelve a ser, pues, una incógnita.

Cuando el expresidente Lula da Silva escogió al candidato para sucederle, pensó en Rousseff y Silva, dos exministras suyas. Ambas mujeres de carácter. Lula conocía mejor a Silva, con la que había convivido 25 años en el mismo partido y con una biografía parecida a la suya. La apreciaba y la temía al mismo tiempo.

Quizás hoy, cuando el expresidente confiesa que el PT debería ser refundado para volver a sus orígenes, se arrepienta de no haberla escogido entonces. Marina Silva es hoy una espina para él y su partido, y Dilma Rousseff su gran dolor de cabeza.

El futuro está por escribir.

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