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Cartas de Cuévano
Columna
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Amanece Madrid

Esta podría volverse una fórmula digna de contagiarse entre meteorólogos del mundo entero

Sobre la claraboya o tragaluz empieza a llorar un recordatorio gris de que ya empezó el otoño. El techo inclinado de la buhardilla empieza a jugar con las vigas de madera un juego de entrelíneas, donde el insomnio ya no confunde los horarios trastocados: es la noche y al mismo tiempo el amanecer. Ya lo sabíamos desde antes, Madrid amanece de pronto con una leve resaca de los que eligieron desvelarla entre la callada mayoría que empieza la jornada sin desvelo alguno, con las manos inmensas de los que cargan cajas de todo tipo y la prestidigitación de los camareros que balancean platos de porras y churros con inmensas tazas que llaman de desayuno café con leche. Todo esto ya lo había soñado de lejos y, en otra vida lo había vivido todos los días, pero ahora vuelve a ser el prodigio palpable de la ciudad que amanece para desfilarse a sí misma entre alabarderos y guardias de capa sobre una cabalgata de protocolos que han de abrirle a alguien las puertas del Palacio de Oriente.

La ciudad que parece que no dormía vuelve a inyectarse de biografías en la nervadura de todos los colores subterráneos de su Metro como inmenso sistema sanguíneo y de pronto, al salir de nuevo a la calle uno mira el milagro de las pequeñas papelerías de barrio que funcionan aún como pequeñas librerías entrañables, a contrapelo y a contracorriente de las grandes librerías, los supermercados de páginas en tropel. Al lado, persiste la panadería que presume palmeras de chocolate y en la esquina de la barra de un bar veo a la misma anciana de hace décadas, que no envejece, que no sonríe, meciendo con la cuchara una eterna infusión de poleo-menta.

Amanece Madrid podrías volverse una fórmula digna de contagiarse entre meteorólogos del mundo entero. Sugiero que el hombre del tiempo en turno diga en inglés que Amanece Madrid cuando Manhattan tenga ganas de empezar sus horas diarias entre la luz clara que llega de quién sabe dónde y ese gris que se filtra por encima de los árboles en Central Park y que la maniquí de maquillaje cargado que informa el tiempo en México (con una figura escultural que llega a distraer a los televidentes sobre posibles huracanes en el Caribe) tenga también a bien decirnos que Amanece Madrid, cuando por los rumbos de Coyoacán hay una llovizna de melancolía no exenta de plena felicidad. Que amanece Madrid cuando recuerdo que hubo un ayer cuando alguien no parecía haber perdido la razón y amanece Madrid cuando mantengo la confianza en las personas que se quedan calladas ante exabruptos de absoluta estulticia, que amanece Madrid cuando las ventanas parecen espejos y cuando se escucha de lejos una música que en realidad es silencio.

Amanece Madrid en la mirada de un joven que tiene el don de esa música ya tatuado sobre sus ojos azules y en los párrafos que manda desde el otro lado del mar el ensayista que empieza a ensayar, como quien evoca la circunstancia y no solamente el sabor de una madalena para el desayuno. Amanece Madrid en la ilusión que tuvo durante unos minutos el torero que –sabiendo que tenía la puerta de la gloria abierta de par en par para salir a pasear por Alcalá—se engolosina con una tanda perfecta de naturales que han de quedar absolutamente abolidos por la vergonzosa forma en la que se tiró a matar y amanece Madrid para la panda de turistas japoneses que avanzan por la Puerta del Sol sin hacer ruido, flotando en coreografía perfecta sus pequeños pies al son de sus cámaras de altísima definición… y amanece Madrid para todos los fantasmas que me esperan en los cafés con mesas de lápida, en las viejas camiserías y en las cajitas de violetas, en las calles que no cambian de perfil aunque su biografía lleve ya tantas generaciones encima. Amanece Madrid en el paseante de El Retiro y en la chica que corre por la Castellana como si fuera el maratón de una olimpiada que aún no llega.

Amanece Madrid en las ganas de conversación constante, en las caminatas que prolongan el silencio, en las fachadas que se van pintando de tonos cambiantes de óleos de luz y en las páginas de esta columna que ya desde hoy, amanece en Madrid.

@FJorgeFHdz

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