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Llevar la escuela a las niñas

La maestra afgana premiada por ACNUR admite su frustración ante una sociedad que no acepta que envíe a sus propias hijas a estudiar fuera

Ángeles Espinosa
Asefi da clases en un campo de refugiados paquistaní..
Asefi da clases en un campo de refugiados paquistaní..Sebastian Rich (ACNUR)

Aqeela Asefi es una mujer con una misión: educar a las niñas afganas aunque sea llevándoles la escuela a la puerta de sus casas. Tal es la fórmula que utilizó en el asentamiento de refugiados de Kot Chandana, en Pakistán, al que tuvo que trasladarse a los 26 años, con su marido y sus dos hijos pequeños, cuando la guerra alcanzó Kabul en 1992, y que le ha valido la concesión del Premio Nansen del Alto Comisionado de Naciones Unidos para los Refugiados (ACNUR).

“Hay que encontrar fórmulas innovadoras que tengan en cuenta las sensibilidades culturales para llegar hasta el mayor número de niñas, incluso si tenemos que hacer algunas concesiones”, defiende durante una conversación en la sede del ACNUR en Ginebra, horas antes de recibir el galardón.

En una sociedad en la que las adolescentes no pueden salir de casa si no están acompañadas por un hombre de la familia, ella convenció a los notables locales dando el curso de alfabetización en su domicilio. Solo tres años después, cuando ganó su confianza, pudo trasladar las clases a las aulas que había construido el ACNUR. El éxito de su modelo le granjeó el respaldo de las autoridades educativas paquistaníes e hizo que se replicara en otros campamentos: ahora se han abierto en ellos otras seis escuelas, en las que hay inscritos más de 1.500 niños y niñas.

Sin embargo, aún hay muchos lugares, tanto en Pakistán como en Afganistán, donde los niños y, sobre todo las niñas, no están escolarizados. Aqeela señala la pobreza como un factor determinante. “Las familias necesitan los ingresos que les proporcionan los hijos”, señala.

En el caso de las niñas, las dificultades se amplían por el tabú a que les dé clase un hombre (no hay suficientes maestras), el miedo a que vayan solas a la escuela o el riesgo de violación.

No siempre ha sido así. Su caso es prueba de ello. Estudió para ser maestra en el Afganistán de los años ochenta. “Tuve la suerte de nacer en una familia ilustrada. Mi padre era ingeniero de la compañía aérea nacional”, explica. Ese empleo le llevó a Kandahar, en el sur pastún del país, donde Aqeela conoció a su marido y empezó a trabajar, primero como voluntaria en alfabetización de adultos y luego como maestra. Pero reconoce que siempre ha habido un sector de la sociedad afgana opuesto a la educación, en especial de las niñas.

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¿Alguna comunidad en particular? “El recelo es más frecuente en las zonas rurales, y la mayoría son pastún”, admite. Incluso ella ha encontrado muros infranqueables.

“Como madre me duele cuando tengo que ceder a las restricciones culturales”, confía. A Aqeela, que tiene ahora 49 años y seis hijos, le gustaría que sus cuatro hijas, tres de las cuales ya han completado la secundaria, pudieran proseguir sus estudios en alguna ciudad paquistaní. Pero si las enviara fuera, como hizo con el mayor, “la comunidad se molestaría y perdería su confianza”.

Por eso está pensando en volver a Afganistán. Incluso tiene un proyecto, al que piensa dedicar buena parte de los 100.000 dólares del premio, para trasladar su fórmula educativa a las familias de retornados que se han instalado en las afueras de Kabul y que se muestran reacias a escolarizar a las niñas. Sin embargo, los acontecimientos del último año la tienen preocupada. “Desde que salimos en 1992, nunca he tenido miedo, pero ahora cuando miro a mi país veo que la situación se está deteriorando y siento una gran incertidumbre”, concluye.

ACNUR calcula que, tras tres décadas de conflictos armados, unos 2,6 millones de afganos, la mitad de ellos menores de 14 años, permanecen en el exilio, principalmente en Pakistán, donde viven cerca de millón y medio, e Irán, que acoge a otros 950.000 afganos.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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